La primera vez que escribí mi columna para este portal, con este mismo título, fue el día 3 de marzo de 2018 cuando ya los asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos humanos y excombatientes de la guerrilla desmovilizada sobrepasaba los 300. Y decía entonces que no me hacía ilusiones con este país que asesinaba a hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos, reclamantes de tierras, estudiantes, obreros, campesinos, pescadores, indígenas, afrocolombianos, niños reclutados, que han ido cayendo como moscas por las balas y bombas de las mismas fuerzas armadas y de la policía nacional, cuando no por las balas indeterminadas de una derecha, comandada todos saben por quién, que quiere impedir a rajatabla que el país llegue a ninguna parte que no sea esa hacienda ubérrima y utópica en la que él pueda correr cercas a su gusto; en la que pueda recorrer la desmesura de sus fanegadas, jinete tirano de una yegüa garbosa con el nombre de una vieja novia a la que le dice porquerías entre dientes mientras la castiga con la espuela; esa hacienda, metáfora perfecta de lo que somos como territorio, gran extensión rica y fértil para la pobreza, cementerio campestre de la paz colombiana; y especialmente en donde todos tengan que guardar el más religioso silencio ante su palabra permanentemente errática, so pena de que ¡te dé en la jeta, marica!
Decía también en esa misma columna que el proyecto de país que estos violentos querían era precisamente el que había convertido a Colombia en un corral “paraco” en el que solo tiene dominio y expresión el ejercicio pleno de la corrupción que una mentalidad mafiosa, que ha logrado penetrar hasta las más insospechadas instancias de la vida nacional, y que impide a cualquier costo la construcción de una opción distinta de país como la que sin duda ofrecía la oportunidad histórica que nos daba a todos el Acuerdo de Paz, y que no era otra que la de abrirse a nuevas posibilidades de entendimiento político, social y cultural; intentar la subsanación de los terribles desequilibrios sociales y económicos del país que nos han tenido como uno de los países más violentos y desiguales del planeta.
La segunda vez que me volví a hacer esta pregunta como título de esta columna fue exactamente un año más tarde, el día 18 de mayo de 2019, por un recrudecimiento de la campaña imparable y caótica de eliminación de líderes sociales, campesinos erradicadores manuales de cultivos de coca e indígenas que se oponían a que su territorio fuera paso libre de todo tipo de delincuentes.
Y decía que para Uribe, líder indiscutible de la filosofía y el accionar paramilitar que llevó a este país a convertirse en el charco de sangre que siguen hoyando los cascos de sus caballos de paso y las camionetas blindadas de sus devotos secuaces en la larga noche que no acaba, este es un momento en el cual Colombia no puede dejar de ser la finca de sus sueños, que ya hemos descrito; y si no, será entonces - para su pequeña y absoluta manera de ver las cosas - ese país inviable, esa tierra de nadie, a la que habrá que meterle fuego desde todos los flancos, para ver salir huyendo o ardiendo a todos sus enemigos. Lo dirán las estadísticas. Si acaso.
Y ¿qué es lo que está pasando hoy? Hoy, 8 de mayo de 2021, vuelvo a titular mi columna de este modo en un momento en el que el país, luego de una semana de cruentas protestas populares, se debate en la crisis más grande de su historia. Incendiado por todos los costados, con las fuerzas armadas azuzadas por Uribe, con un presidente que da palos de ciego en el pleno desgobierno y en un caos violento buscado con calculada perversión, la protesta popular, perfectamente justificada, no cesa a pesar de todos los atropellos y es claro que a medida que pasan los días recibe más respaldo nacional e internacional.
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Rechazo rotundamente toda forma de violencia pero estoy persuadido de que es ahora o nunca la oportunidad para poner las cosas en su sitio
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Desde luego que rechazo rotundamente toda forma de violencia pero estoy persuadido de que es ahora o nunca la oportunidad para poner las cosas en su sitio y las íes sobre sus puntos. Por eso comparto término a término la breve alocución de Álvaro Leyva Durán y la declaración de los rectores de algunas importantes universidades del país. Hay que establecer un diálogo para rescatar la Constitución del 91 en la plenitud de su espíritu. Hay que rescatar el Acuerdo de Paz con todos sus alcances aprobados. Y hay que decirle a Duque y a Uribe ya no más.
Dejar pasar esta oportunidad es regresar al peor de los escenarios: una dictadura militar o un estado secuestrado con las maneras mafiosas que sabemos, con una bandera ondeando en todas las ventanas: la mentira. Porque hay que calumniarlo todo. Ellos saben que esa es la nueva estrategia global de la política y les ha funcionado. La estrenaron con el NO del plebiscito y se la han estado aplicando a todo lo que se mueve y que no les conviene: a políticos opositores, a periodistas independientes, a jueces y magistrados, a ciudadanos, a delincuentes…
¡Diálogo ya. No más violencia!