La verdad nunca lastima a una causa que es justa
Mahatman Ghandi.
Aunque suene contradictorio, decir la verdad me ha traído algunos problemas a lo largo de mi vida; no en mi casa, pero sí con la familia, en el trabajo, con los amigos, con los colegas… Con algunas personas. En términos coloquiales y no tan científicos, decir la verdad molesta dependiendo del tonito y del momento.
En lo particular si no digo lo que honestamente pienso, siento y creo me produce una cosa interior, una sensación de incomodidad tal, que es como cuando uno tiene un atorado y tiene que sacarlo porque se ahoga. El asunto es cómo sale el atorado; cómo se expresa.
Investigando sobre cuánto cuesta decir la verdad, encontré el principio básico de la misma: honestidad, sinceridad y buena fe. Entonces pienso que estamos en una sociedad a la que le gusta que le mientan para alimentar su ego, o que le digan las verdades a medias, o que le adornen las verdades para sentirse bien, aunque la realidad la vaya a llevar al desastre.
Desconfío para siempre de las personas
que alguna vez me mintieron en lo fundamental
Desconfío para siempre de las personas que alguna vez me mintieron en lo fundamental. Es como si me cogieran el corazón y el cerebro, y me los lavaran con cepillo y jabón; la admiración, el cariño o el amor, cualquiera que fuera el caso, se iban como por arte de magia. No quería saber más de esa persona y tomaba distancia; no se me ha quitado, no lo puedo evitar.
Encontré en mi búsqueda que la ausencia de verdad genera malestar y desconfianza y que su presencia, por dolorosa que sea, genera bienestar, alivio y tranquilidad. Así me sucede, pero la vida también enseña que hay verdades que hay que callar, unas más difíciles que otras, y hay verdades que hay que saber decir. Ahí está el punto; ahí es donde justamente se va aprendiendo y ahí llega el famoso tacto del que tanto me hablaron mis papás, porque de ese me llegó con grandes lecciones de a poquitos y hay momentos en los que quisiera explotar con verdades a las personas… Pero llegan de nuevo las enseñanzas de la casa a la cabeza: ¿Vale la pena con esa persona?, o ¿es necesaria esa verdad?, o ¿en qué contribuye develar mentiras o conscientizar con verdades dolorosas?
Entonces vienen los estudios que dicen que secreto y mentira van de la mano… Mmmm, no sé si siempre los secretos lo sean. ¿Saber algo que por diferentes razones no se cuenta es necesariamente una mentira? o simplemente un “guardado” que no se dice por la razón que sea.
Encontré en un artículo titulado “La importancia de la verdad”, de la revista Vita, que dice que “entre los 7 y 9 años la noción de mentira o verdad va siendo conceptualizada de manera más clara en la medida que avanza el desarrollo mental o cognitivo y el desarrollo moral”, que “los niños suelen mentir para presumir, para no ser castigados, para vengarse, por vergüenza, para proteger a alguien, para complacer a alguien, para sentirse con poder, para evitar la presión de unos padres exigentes, para probar límites”. Me pregunto: ¿Y los adultos? Qué montón de respuestas las que se me ocurren. Lo que pasa es que, como dice la publicación, “lamentablemente vivimos en una sociedad de doble moral, que muchas veces premia la mentira y demás valores negativos. Es complejo fomentar la verdad en este contexto”.
Durante la 120 Convención anual de la Asociación Americana de Psicología se concluyó que “decir la verdad mejora tanto la salud mental como la salud física”, según revela una investigación de la Universidad de Notre Dame en los Estados Unidos. Esos recientes estudios sugieren que, por término medio, cada estadounidense miente 11 veces por semana”. Continúa el estudio diciendo que “para tratar de averiguar si vivir siendo más honestos mejoraría nuestra salud, trabajaron con 55 personas durante 10 semanas pidiéndoles que redujeran al mínimo las mentiras cotidianas de forma premeditada y concluyeron que estaban más sanas, menos tensas y, sobre todo, sufrían menos dolores de cabeza y menos problemas de irritación de garganta que el resto de los participantes”.
Con lo anterior, hago un recuento de mi vida laboral y recuerdo que a algunos no les da ni tos empañarle la imagen a otro, tirarse la imagen de esa persona con el jefe que confía ciegamente en el detractor, que hasta termina utilizándolo en trampas. El psicólogo y criminólogo Jaime Gutiérrez, perteneciente al Colegio Oficial de Psicólogos de Castilla y León en España, asegura que "mentir es una conducta adaptativa". ¿En este caso, mentir para tirarse a otro es una conducta adaptativa?, o —como decían nuestras mamás—, un acto de bajeza. Bueno, pero la experiencia de vida regresa al afectado al silencio; a dejar las cosas así porque el tiempo se encarga de todo. La verdad, se sepa o no, queda en algún lugar: el apropiado, o el equivocado, o en lo profundo del secreto. Así es.
Pese a la realidad, los sicólogos aseguran que las personas mienten por tres motivos: para adaptarse a un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias sobre los demás. En este último concepto encuentro respuestas. La mentira “prudente” se dice para adaptarse a la situación; es necesaria para evitar un mal mayor. La “imprudente” nos lleva al “sincericidio” y saben qué, hay momentos en los que este es necesario por aquello de la tranquiliad de conciencia.
¡Hasta el próximo miércoles!