El mundo se va a acabar, y no, no hablo de esas antiguas profecías en las que un mesías aparecería de entre las nubes y se llevaría a todos los que se le hayan arrodillado, mientras que los que no lo hicieron se derriten en un infierno de fuego y lamentos eternamente.
No, no es ese el fin del mundo el que estamos muy próximos a vivir, incluso podríamos afirmar que no es “el fin del mundo” lo que vamos a enfrentar, sino más bien el fin de la humanidad. La especie humana ha sobrepasado la capacidad que tenía el planeta para sostenerla y ahora, como evolutivamente se espera cuando una especie acaba con su ecosistema, nos espera la extinción.
El último informe de la IPCC ha levantado la alerta roja sobre el cambio climático y el daño irreversible que el ser humano le ha causado al planeta Tierra. Se ha roto el equilibrio que mantiene naturalmente la vida, y ahora que hemos superado ya en 2021 las expectativas de daño ecosistémico esperadas para 2040, solo nos esperan desastres.
Mientras la temperatura del planeta aumenta, las sequías, inundaciones, huracanes y otros desastres naturales se convertirán en una constante, acabando con millones de vidas. Los ciclos estacionales se harán inestables haciendo inviable el cultivo de alimentos; miles morirán de hambre mientras que el resto de animales, acorralados por la carencia de agua y alimento, se volcarán cada vez más cerca de los entornos humanos, trayendo consigo enfermedades, así que veremos otras pandemias quizás más letales que las de la covid-19.
Al tiempo que la capa atmosférica que nos protege de los peligrosos rayos del sol se desvanece y la temperatura aumenta cada vez más, comenzarán a evaporarse las fuentes de agua dulce, quedando el ser humano sin la capacidad de consumirla. Cada vez será más difícil conseguir agua e, incluso, guerras se desatarán por el preciado líquido.
En medio del caos, los desastres naturales, las guerras por el agua y millones de cadáveres, la naturaleza acabará con los últimos seres humanos sobre la faz de la Tierra, dejando tras de sí una calamidad que en miles o millones de años se restaurará, volviendo a su ciclo, dándole espacio a nuevas especies quizás más inteligentes que el soberbio hombre.
Ese es el panorama que nos espera, al menos si la ciencia y la humanidad entera no se vuelcan a la resolución y manutención de la vida, el cuidado del ecosistema ambiental, la protección de las fuentes hídricas, el uso de energías limpias, la disminución del consumo. Viéndolo bien, eso difícilmente sucederá, pero es bueno recalcar que puede haber una remota esperanza.
El mundo se va a acabar, o al menos se va a acabar para nosotros. Estamos advertidos; no obstante, nuestra ambición cegó nuestra razón y hoy, ante un panorama casi irreversible, solo queda confiar en un despertar que quizás se dé demasiado tarde.