Desde 1968, año en el que se aprobaron los auxilios parlamentarios, los congresistas colombianos adquirieron el privilegio de recibir dineros públicos para financiar sus reelecciones si los repartían en proyectos de aceptación popular que les dejaban a ellos crecidos saldos pactados en secreto. Ese invento que salvó la Reforma Constitucional del expresidente Carlos Lleras Restrepo, fue la consagración del do ut des entre Gobierno y Congreso para asegurar, de ahí en adelante, la suerte de las leyes colombianas.
El parrandón de los auxilios llegó a ser tan irritante en 21 años de vigencia que, merced a la presión popular de los estudiantes con el pueblo (en los días de la séptima papeleta), la Constituyente de 1991, en la que figuraron políticos conscientes de la insania de dicha práctica, los suprimió de tajo. Pero más tardó en aprobarse su eliminación que el Congreso en restablecerlos con otro nombre. No estaban dispuestos los senadores y los representantes a debilitar la escalada de conquistas torcidas avaladas por los gobiernos. Esta variable de la colaboración armónica no la previeron los cultores de la ciencia política. ¡Qué grande es Colombia!
El hermoso eufemismo de los ‘cupos indicativos’ enloqueció de emoción al presidente Santos, quien llegó a elogiarlos como mecanismo eficaz de nuestro desarrollo regional, y su primer ministro de Hacienda los edulcoró cambiándoles el nombre por el de ‘mermelada’, el sabor que afamó a los Ñoños y a los Musas por la cantidad que recibieron en plena faena electoral. Convida, por eso, a la risa, oír que con los castigos señalados en una nueva ley temblarán los gerentes de campaña. Eso es desconocer la malicia criminal de los clientelistas colombianos, pues a despecho de las penas y las multas el circulante que surge de la ‘mermelada’ no llegará a las tesorerías y las contabilidades. Tendremos financiación ilegal para rato.
Como el presidente Santos resolvió que, en lo que le resta de período, será implacable en la lucha contra la corrupción, ¿por qué no le solicita al contralor Maya que le informe al país de qué tamaño es el derroche que dio tivoslugar a las ñoñadas en la era Santos-Cárdenas, causa innegable de la venta de activos nacionales muy valiosos y de una cascada de impuestos repudiados de empresarios para abajo? Buena coyuntura para demostrar franqueza y coraje, porque el combate contra las corruptelas no admite excepciones.
No solo la paz de Colombia exige verdad, justicia y reparación.
La exigen, respecto de sus impuestos,
los colombianos que pagan el desgreño de presidentes y ministros
Tiene que haber responsabilidad política e histórica por ese despojo al pueblo colombiano que no tiene ninguna justificación institucional. Todas esas incontinencias se las gravan al que vive de sueldos. Ellos no generan empleo como Ardila, Santo Domingo y Sarmiento, y lo que les queda a duras penas les da para comer. El señor Cárdenas quedó sin autoridad moral para hablar de defender la solidez fiscal. ¿Cuál? ¿La que se derrumbó en sus manos mientras nos vendía la idea de una economía sin peligros? No solo la paz de Colombia exige verdad, justicia y reparación. La exigen, respecto de sus impuestos, los colombianos que pagan el desgreño de presidentes y ministros que alcahuetean la degradación de nuestra política.
No estoy muy seguro de que lo que se logre en la lucha anticorrupción resulte suficiente si la propia cabeza del Estado y sus ministros impulsan una interactuación punible entre el poder central, las entidades territoriales y los parlamentarios como árbitros bien remunerados de “las obras de desarrollo regional”. El desperdicio billonario de las regalías es la mejor evidencia de que, adjudicados los contratos y formalizado el reparto, les importa un pepino que no se concluyan los acueductos, los alcantarillados, los megacolegios, los mercados, los hospitales. Ese fue el melancólico resultado de la reforma con la cual se buscó una distribución más equitativa de los recursos que antes percibían solamente los departamentos productores.
En Colombia, sin billete, no hay instituciones que marchen. Los sueldos de 30 millones y demás gabelas mensuales son pichurrias si el Ejecutivo no fabrica ‘mermelada’ al por mayor para el Capitolio. Por lo tanto, no es casual ver a nuestros congresistas entonarle salmos de acción de gracias a San Dimas, el patrón de los manilargas, en sus respectivas parroquias.