Ciertamente es una pregunta que en la mente de los desesperados ronda, que se esconde en conversaciones y aparece con efervescencia en solitarias platicas en una habitación, debajo de las cobijas o encerrados en sus desolados pensamientos: ¿Qué tanto afecta sentirse solo a las ganas de vivir?
El suicidio es la segunda causa de muerte de jóvenes en el mundo, es el resultado de decisiones impulsivas que generalmente indican la capacidad mental y fortaleza de la supervivencia, pero hasta donde se puede tolerar el sentirse solo, el sentir estar estancado como una mariposa que ve su camino y no puede seguir por el cristal que no ve, hasta cuando se sobrellevan los vacíos emocionales que deja el amor superfluo de la familia y amigos.
Entendiendo lo diverso entre causas de un suicidio y razones para vivir en las mentes perturbadas sería equivocado que tales causas y razones sean asimiladas de la misma manera. En cada mente existen los límites de tiempo y tolerancia para afrontar tales decisiones; si darle oportunidades a la vida o sentenciar a la misma con la viva muerte.
Quizá el tiempo sea uno de los detonadores para esta lamentable decisión, el tiempo muestra dos caras, en una es cómplice de las causas, en otra es bálsamo del olvido. Para algunos vivir se vuelve una carrera contra el tiempo y para otros es una carrera contra la muerte.
Vivir es una experiencia agotadora, llena de fracasos que por más decepcionantes algunas veces avivan la esperanza de intentarlo nuevamente, se puede fracasar otra vez, pero como la mariposa que no le importa el cristal que la separa de su destino no deja de intentar hasta que encuentra una fisura donde puede quedar atrapada, ella puede tomar otro camino que puede ser más largo y no sabe con qué se encontrará, pero tiene eso o morir de hambre detrás del cristal.
Acaso es correcto darle oportunidades a la vida o darnos cuenta que la vida es una oportunidad. A la vida le damos oportunidad de que nos sorprenda cuando incursionamos en terrenos desconocidos, aprendemos a tolerar la vida, a tolerarnos a nosotros mismos y a conocernos.