De todas las malas ideas que se les han ocurrido a los dirigentes políticos que no gustan del presidente Gustavo Petro, la de construir una coalición mayoritaria en el Congreso en su contra, es la peor de ellas. Por muchas razones, pero quizás la principal de ellas es que protocolizaría una división entre el ejecutivo y el legislativo sin precedentes en la historia reciente, que no haría sino ahondar la crisis social y política de la Nación, puesto que sería desconocer que más medio país votó por Petro, que las reformas que propone son oportunas y necesarias, y justamente lo que está en manos del Congreso es la oportunidad de ajustarlas a las realidades nacionales en un gran proceso de concertación, no de oposición.
No parece que una propuesta como esa, tan irresponsable, se haga por otras razones distintas de las electorales, dada la proximidad de las elecciones regionales, que se quieren convertir en una especie de plebiscito contra el gobierno, que no pasa por su mejor momento, cuando sus agendas, sus coaliciones y sus liderazgos obedecen a dinámicas muy diferentes de las de la política nacional.
Está el doctor German Vargas Lleras en su derecho de declararse en oposición al gobierno, lo cual ha hecho con lujo de competencia, conocimiento de los temas, críticas sustentadas, y autoridad política, que lo han convertido desde hace rato en el jefe indiscutible de la oposición, que tanta falta hace en cualquier gobierno. Pero de allí a que tras de él se vayan todos los partidos que hasta ayer hacían parte de la coalición de gobierno si hay mucho trecho.
Con más veras cuando tanto la presidenta de la U, Dilian Francisca Toro, como el presidente del Partido Liberal César Gaviria, han salido a decir que lo que hay que hacer es conversar con el gobierno y encontrar el mecanismo idóneo para que las reformas puedan ser aceptadas, lo cual no es otra cosa que replantear una nueva coalición de gobierno, esta vez sobre unas bases más sólidas que no son otra cosa que los acuerdos para modificarlas, cuyos cambios están bastante identificados. Todo menos declararse en oposición, con el propósito expreso de salvar al país con el extraño expediente de que ninguna reforma pase y todo siga como está, en la siempre próspera patria del Sagrado Corazón.
Desatender esas nuevas voces, que busca interpretar el presidente con diversa fortuna, es una equivocación monumental
Es un poco el negacionismo absoluto: desconocer la poderosa fuerza política que hay detrás de la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia, que es la emergencia de un nuevo país, de nuevos derechos, de nuevas comunidades organizadas, de una nueva clase política. Desatender esas nuevas voces, que busca interpretar el presidente con diversa fortuna, es una equivocación monumental. La misión del Congreso es encauzar esas energías, en una tarea que reivindica su papel de legislador y lo convierte en el contrapeso necesario para el torrente de iniciativas que vienen del ejecutivo.
Lo que el presidente está haciendo es salvar el prestigio del Congreso al entregarle sus reformas para que las estudie y modifique, reconociendo su papel constitucional; y lo que el Congreso está haciendo es salvar el legado reformista del gobierno Petro, cogiéndole dobladillo. La idea de todos contra Petro no funcionó en la campaña presidencial ni va a funcionar en el Congreso. Nadie está pidiendo entonces que todos con Petro, pero alguien tiene que sentarse a reconstruir los puentes caídos, rediseñar una nueva coalición de gobierno, acordar el ritmo y el contenido de las reformas, reconciliar la nuevas y viejas fuerzas políticas. ¡Cuánta falta hace Roy Barreras!
En Colombia desde tiempos de la violencia política partidista hace setenta años, cuando liberales y conservadores se mataban entre ellos, no se había propuesto una ruptura tan radical entre el Gobierno y el Congreso. Porque sabemos lo que pasó entonces, debemos hacer todo lo posible porque no pase de nuevo. Un idealista diría que es imposible que partidos y presidente no se pongan de acuerdo. Un realista diría que es cuestión de tiempo porque les conviene a ambos y que, como consecuencia, se viene otra crisis ministerial.