Febrero de 1992.
Se reúnen en Camp David (Washington) el presidente ruso Boris Yeltsin y el presidente de Estados Unidos, George Bush, padre, tras la disolución de la Unión Soviética.
Yeltsin es recibido por Estados Unidos en calidad de “amigo”. Esto es inédito en la relación de los dos países, que desde la Revolución de Octubre en 1917 siempre han sido enemigos.
Son 75 años de desencuentros, de asechanzas, de lealtades que al día siguiente se trasmutan en traiciones, de puñaladas traperas, de caldo de cultivo para espías.
Esa nueva amistad tiene un peso inestimable si la miramos como que atrás queda uno de los períodos más sombríos y aterradores de la historia de la humanidad: la Guerra Fría.
Decir Guerra Fría después de 1945 –fin de la II Guerra Mundial- era decir terror, angustia. Era el miedo en todas sus manifestaciones. No era un miedo fantasmagórico, dado que el mundo había experimentado la más grande tragedia de la historia humana: las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Febrero de 2022.
¿Hay albores para embarcarnos en una nueva Guerra Fría, ante la tensa situación que ha planteado Rusia con sus acciones desmesuradas, provocativas en Ucrania?
En los años 50 y 60, la loca carrera armamentística, condujo a una guerra despiadada entre Estados Unidos y la Unión Soviética por atiborrarse de armas nucleares. Cuanto más destructivas mejor. Era la apoteosis del egoísmo y la incapacidad humana.
A Ronald Reagan cuando llegó a la presidencia de los EE.UU. en 1981 se le ocurrió, como su gran genialidad, iniciar el programa de la Guerra de las Galaxias. ¿A quién pretendía destruir si su gran enemigo, la URSS, era un cascarón que se deshacía por la ineficacia de su toma de decisiones?
Diciembre 26 de 2018. Moscú. Vladimir Putin presenta su nueva arma estratégica. Un misil nuclear e hipersónico, Avangard, “que será como un meteorito”, indetectable para “el enemigo” según Putin. “Es un maravilloso y excelente regalo de Año Nuevo para la nación”, dijo dirigiéndose al pueblo ruso. En la mente de Putin pervive el enemigo.
Febrero 7 de 2020. París.
El presidente francés Emmanuel Macron en solemne discurso frente al ejército de Francia, propone aumentar su capacidad nuclear. Francia tiene 300 ojivas nucleares. Es el único país de la Unión Europea que posee el arma atómica. El programa costará 37.000 millones de euros. No importa que la deuda francesa esté por encima del 100% de PIB y el país esté cada día más desindustrializado. En la mente de Macron anida el anhelo de superar al enemigo.
Para los autócratas la figura del enemigo es providencial porque así despiertan toda clase de patriotismos y nacionalismos y les da la posibilidad de erigirse en héroes, cuando detrás lo que hay es un cúmulo de barbaridades.
En agosto de 2013 Rusia da asilo a Edward Snowden –había revelado la tupida red de espionaje de EE.UU. en el mundo-. Enseguida el presidente Obama cancela una cumbre con Putin y lamenta el regreso a “una mentalidad de Guerra Fría”.
Putin no es Yeltsin. Yeltsin es un camarada que, aparte de su admiración por el vodka, sabía disimular que se salía con la suya. Dejaba conversar al otro y tenía ojo de halcón para aprovechar su oportunidad. Con Bush logró cordialidad.
Luego con el presidente Bill Clinton esos lazos se multiplicaron, congeniaban, mostraban en público sus puntos de vista afines y había grandes abrazos. Casi nadie recordaba la Guerra Fría al ver esa calurosa camaradería entre los dos poderosos líderes.
Helsinki 1997.
Cumbre de Clinton y Yeltsin. Nutrida agenda. Posibilidad de reducir armas químicas, limitar armas estratégicas con Salt II. Pero la patata caliente era el peliagudo tema de la expansión OTAN a la Europa del Este, con la inclusión de Polonia, Hungría y República Checa, antiguos países de la órbita soviética. He aquí a la madre del cordero. Dos años después los tres países ingresaron a la Organización Atlántica.
Fue un dardo envenenado. Era forzar a Rusia a dar coces al aguijón. Hoy, veinticinco años después de Helsinki, estamos con la tensión de la posible invasión de Ucrania. Esta vez hay un elemento nuevo que se une a este clima enrarecido: China, que ahora habla alto y fuerte.
Febrero 4 de 2022. Pekin.
Xi Jinping y Vladimir Putin se reúnen para estrechar su relación mutua. Para demostrarlo, Pekín se une a Moscú para expresar su oposición a que la OTAN continúe con su expansión. El mensaje conjunto de los dos países acusa a la OTAN de adoptar una ideología de la Guerra Fría.
Hoy ¿hay una mentalidad de Guerra Fría, según Obama? ¿prima una ideología de Guerra Fría, como sugieren Xi y Putin? ¿la ecuación para evitarla es aceptar el desacuerdo, de Yeltsin?
John Le Carré sabía mucho de la Guerra Fría. Primero fue espía. Luego novelista de los espías. En 2017 publicó El legado de los espías. Le preguntaron por qué volvía a escribir sobre la Guerra Fría. "Porque me parece que lo que sucedió resultó ser inútil, los espías no ganaron la Guerra Fría", dijo a sus 86 años. Le Carré estaba desengañado. La guerra es la realpolitik de la sinrazón y la administración ofuscada de la discordia.
Habría que inscribir en la lápida que George Bush (padre) y Boris Yeltsin pusieron sobre la Guerra Fría este epitafio: Aquí conviven los pusilánimes y los envilecidos.