Cuándo volverá a ser digno el Congreso

Cuándo volverá a ser digno el Congreso

"Para transformar las instituciones debemos cambiar como sociedad en diversos aspectos fundamentales para el entendimiento de un país mejor"

Por: Rafael Jesús Calles Moreno
febrero 19, 2018
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Cuándo volverá a ser digno el Congreso

Veinte días separan al país de una cita obligada con el destino; para muchos ciudadanos el 11 de marzo es un escenario más del montón, para otros representa la oportunidad de darle un giro trascendental a la imagen de la institución legislativa más importante de Colombia: el glorioso Congreso de la República. Y digo glorioso porque así lo es desde el sustento filosófico, a pesar de las increíbles ofensas que sufre diariamente por cuenta de quienes de manera inescrupulosa asientan su fondillo en la poltrona del poder. Esta corporación ostenta la más importante tradición republicana de la historia contemporánea; legislar por y para los colombianos en un ejercicio donde deben reflejarse las preocupaciones y necesidades de la sociedad. El Congreso es el principal organismo del poder legislativo nacional, el encargado de regir las leyes que regulan el ordenamiento jurídico del país en todos los aspectos posibles y donde quienes lleguen como autoridad deben asumir la voz del pueblo. Desde la representación de ley el congreso en ambas instancias debe ser sinónimo de honorabilidad, respeto y democracia; bastiones que se han cambiado en los últimos años por calificativos como bandidaje, ofensa y autoritarismo.

Senadores y representantes van y vienen cada 4 años en un espinoso camino para la ciudadanía, donde la corrupción y el clientelismo resultan ser el remedio para todos los dolores. La mermelada, muy de moda por estos días, abunda en cantidades industriales para ser untada a propios y extraños que aporten de alguna u otra manera a la consecución del máximo objetivo; alcanzar el cargo del poder, del dinero y los privilegios. Es tanto el descrédito del cual goza el otrora flamante congreso que para observar políticos dignos se necesita una lupa con zoom extremo, puesto que los pocos que tienen el beneplácito de conservar este calificativo son opacados por un elemento irrelevante; el poder de las maquinarias por encima de las ideas. Vienen a la mente ciertos casos que, a mi parecer, son deplorables en todo sentido de observación, como el de un par de senadores muy conocidos de la costa caribe quienes por más de 8 años movieron los hilos del congreso a su antojo sin pronunciar una palabra, es que ya las ideas no cuentan como elemento de lucha en el parlamento de los indignos. Lástima, hoy los ñoños o mejor dicho los “godos” se emplean en diseñar argumentos para salvar su pellejo ante una condena inminente que deben enfrentar a cuenta de sus acciones, las cuales estuvieron muy lejos de la honorabilidad que conllevaría ser tratado como un verdadero senador de la república.

Los casos de corrupción están en todas partes, ningún partido o movimiento político se salva de las acusaciones que, como pan de cada día, llegan al menú de los colombianos en un enriquecido acontecer diario por hechos que ostentan y predican la antilógica del orden. Coimas, cobros de factura y otros inverosímiles términos hacen parte del argot cotidiano de quienes observamos día a día el detrimento del Congreso Nacional, cuyos límites de irracionalidad parecen extenderse en cada rincón del Salón Boyacá. Las inconsistencias de los parlamentarios son otro elemento a destacar, la falta de coherencia en sus prácticas y acciones sobrepasa todo precepto democrático y se convierte, nada y más y nada menos, en un apresurado remate de acomodo al postor que más ofrezca. En eso se ha convertido el Congreso, en lo que muchos denominan hoy la ratonera más grande del país, el lugar donde se concentran todos los vicios y males de la política nacional; el espacio donde muchos evitan llegar para no ser tildados de hampones sin previo aviso.

Ahora bien. ¿En qué momento la más importante institución legislativa de Colombia se convirtió en lo que es actualmente? En el justo momento donde los ciudadanos perdimos la honorabilidad. ¿Recuerdas esa tarde donde vendiste al país por 50.000 pesos o un mercado por un voto? ¿Aquella mañana donde en vez de marchar para exigir la revocatoria a la ley 100, la reforma tributaria e innumerables desagravios similares te hiciste el de la vista gorda? ¿O las continuas noches viendo los delitos en los titulares y decir “siempre pasa lo mismo y no hacemos nada”? En esos momentos y en muchos más que no terminaría de citar en estas líneas hemos perdido la dignidad, el derecho a exigir mejores condiciones y el peso de nuestra palabra como un factor de cambio en las condiciones que nos imponen. Es increíble cómo se nos va la vida soltando palabras al aire las cuales son incapaces de resistir las corrientes del viento, porque nunca hay acciones concretas que validen nuestras palabras y que eviten que los grandes clanes políticos nos observen como la mansa manada de ovejas que somos; a la espera del pastor que tome su leche y su piel para venderla como si de un acto natural se tratase.

Bien dicen que los pueblos merecen a los gobernantes que tienen y sin lugar a dudas ese es nuestro caso. Para transformar las instituciones debemos cambiar como sociedad en diversos aspectos fundamentales para el entendimiento de un país mejor. No es posible que los aplausos vayan para quien infringe la ley y enreda con marañas al prójimo, mientras que el honesto es abucheado a donde vaya porque no tiene malicia indígena y le falta ser más avispado. Los gobernantes terminan siendo el espejo de la sociedad que los elige, aunque sea mucho más fácil culparlos de sus errores sin mirar que somos nosotros la causa del problema general. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar el rumbo del país y, aunque muy pequeños e insignificantes parezcan nuestros esfuerzos, es la sumatoria de todas esas iniciativas la fórmula real para escribir  la nueva historia que nos arrope de orgullo y pundonor. Seamos ciudadanos íntegros, para formar en conjunto una sociedad consciente, capaz de empoderarse y exigir a quienes por mandato democrático tienen la responsabilidad de tomar las decisiones que pide a gritos la sociedad.

Así y solamente así podemos hacer que regrese el Congreso de los dignos.

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