Hay una gran diferencia entre Juan Pablo II y Francisco. El primero, quien había sido actor en su juventud, tenía la gracia y belleza de las estrellas y además las sabía explotar muy bien. Ese gesto de él bajándose del avión, arrodillándose y besando el suelo se volvió arquetípico de los papas.
Las viejitas camanduleras lo amaban y lo aceptaban como único rey de su iglesia. Le agradecían, entre otras obras de caridad, el haber acabado con el comunismo en la Europa del este y, sobre todo, promover el sexo sin preservativos que ayudó a que el Sida se extendiera en Africa y que ese continente se sobrepoblara.
La iglesia católica se nutre, como una vampiresa, de la ignorancia de los que no tienen nada. Juan Pablo II vino a Colombia unos meses después del desastre de Armero y la toma del Palacio de Justicia. La emoción que despierta Francisco no se compara con la expectativa que había en esa época. Se vendían hasta “papavisores” unos binoculares medio piratas que servían dizque para ver al sumo pontífice de cerquita. Los medios, además, celebraron a voz en grito que habían recogido a todos los mendigos y drogos de la ciudad en sitios especiales que sonaban medio a campo de concentración. ¿Cómo sería el trato que recibieron esos pelados en su momento? Me imagino las golpizas y de pronto por ahí en el conteo , se perdieron para siempre unos cuantos de esos “desechables”, como se les decía en esa época.
31 años después otro papa visita al país. Francisco es una especie de ángel cuyas alas nos cubre a todos. Los ateos estamos felices con él, mucho más que los ordoñistas camanduleros que extrañan un jerarca de la iglesia fascista. Francisco no solo vio a los indigentes, ya rehabilitados por la labor del Idipron, sino que escuchó sus raps, sus cumbias, sus gaitas recibió sus regalos, se puso la ruana y, haciendo un esfuerzo sobre humano por el desgaste del viaje, permaneció en pie como un guerrero a dedicarles la mejor de sus energías. Qué diferencia de papa, de verdad, y qué distinto es este país donde, a pesar de los uribistas, es mucho mejor. Ya no hay guerra y ya llamamos a los habitantes de la calle indigentes o desechables, hasta buscamos su redención