A mí me encantaba Víctor Aristizabal. Un jugador elegante, fino, corajudo, talentosísimo. No se arrugaba nunca. En esa época, hablo de mediados de los noventa, éramos tan pobres futbolísticamente que nos enamorábamos perdidamente de cualquier equipo colombiano que superara octavos de final de la Copa Libertadores. La campaña del 95 del Nacional fue estupenda y tuvo partidos épicos como ese empate en Santiago contra la Católica en donde René Higuita le tapó al Beto Acosta un penal en el último minuto o la serie contra River que incluyó este espectacular gol de René en Medellín
Pero Aristizabal brilló no sólo haciendo goles sino jugando para sus compañeros. Esa habilidad se convirtió en un defecto, y en el caballito de batalla de sus detractores. En una de sus frases memorables Francisco Maturana afirmó que Aristizabal era el mejor jugador del mundo sin balón. En un país de ignorantes esto fue malinterpretado y fue injustamente ridiculizado. Aristizábal marcó más de 300 goles algunos tan hermosos como este en un amistoso de la selección en Santiago contra la Chile de Zamorano en 1993
O tan determinantes como este doblete contra Perú en los Cuartos de Final de la Copa América del 2001
Aristi, con 6 goles fue el goleador de esa Copa América. La mayoría de colombianos no le agradece ese logro porque como se celebró en Colombia y Brasil vino con equipo Sub 23 y la Argentina de Bielsa decidió no traer su equipo por temor de que los mataran, la copa, la única copa internacional ganada por una selección absoluta, sabía a nada.
Por eso fuera de Medellín Aristizabal era el jugador más odiado de Colombia y representaba toda la envidia que en Bogotá se le ha tenido a los paisas. Él y Chicho Serna rebozaban un orgullo y un poderío que se convirtió en una pesadilla para los altaneros e igualados hinchas de Millonarios. Por eso no valió que se convirtiera en el mayor goleador extranjeros de todos los tiempos de la liga Brasilera y que conformara con Dodó una de las duplas más recordadas de la historia del Sao Paulo
y que en la Selección siempre rindiera. Pero se convirtió en el caballito de batalla de los rolos eso de que lo llamaban sólo por ser paisa. Aristizabal y Barrabas Gómez fueron los jugadores señalados de que en la selección hubiera una rosca paisa. Injusto, difícilmente habrán dos futbolistas más batalladores que ellos.
En las pocas cosas en las que no estoy de acuerdo con Iván Mejía, añorado maestro, es en que Aristi sólo le hacía goles al Morin Migin y otros equipos menores de Brasil. Aristi era talento puro y el odio que le tienen en Bogotá es sólo el reflejo del miedo que le tenían a un crack que ya no tiene la liga colombiana.