Cuando uno piensa en grandes movilizaciones de la historia que ciertamente han cambiado el mundo en muy diversos sentidos: gobiernos, economías, derechos de minorías, razones de pueblos enteros, se da cuenta de cuán importantes son las fuerzas liberadas de colectividades que se tornan factores inusitados, sorpresivos y definitivos de cambio. A veces no siempre para bien.
La historia recuerda así el Motín del té, en el Boston de 1773, que catalizó la independencia de los Estados Unidos. La Revolución francesa de 1799 que cambió a Francia e impactó a Europa y el mundo. La Revolución de la sal que encabezó Ghandi en la India de 1930, poéticamente simbolizada en un puñado de sal que desafiaba el monopolio de la sal del imperio Británico. La gran marcha sobre Washington de 1963, que lideró Martin Luther King, y que legó a la literatura política su gran discurso de “Yo tengo un sueño”, para luchar por los derechos civiles de los afroamericanos.
Y qué decir de la revolución cultural de Mayo del 68 en Paris, que fue finalmente una suma de marchas que animadas por consignas como “seamos realistas, pidamos lo imposible” ayudaron a rediseñar el mundo contemporáneo, y que tuvo consecuencias en Latinoamérica como la gran marcha de los estudiantes mexicanos que terminó con la Matanza de Tlatelolco en ese mismo año. O aquellas marchas seriadas de los lunes de octubre y noviembre de 1989 en Alemania que terminó con la caída del Muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias, con grandes repercusiones en el mundo de hoy. O la hermosa Revolución cantada que liberó a los pueblos bálticos de Estonia, Letonia y Lituania entre 1987 y 1991, expresada en una cadena humana de 560 kilómetros y formada por 2 millones de personas que cantaban himnos patrióticos.
Cuando uno piensa en marchas, tiene que mencionar también las llamadas Revoluciones de las flores y los colores que en el transcurso de tres años, entre 2003 y 2005, posibilitaron cambios profundos en sociedades de países como Georgia, Ucrania y Líbano, las tres bajo el signo de revoluciones pacíficas. Aunque en Ucrania, siete años después, otras marchas encarnaron una revuelta popular que dejó muchos muertos y heridos para lograr un nuevo gobierno.
Y, desde luego, las multitudinarias marchas de la Primavera árabe que estimuladas, dinamizadas y manipuladas con las tecnologías y las redes sociales terminaron derrocando la dictadura de Mubarak luego de casi 30 años en el poder, con consecuencias aún no dimensionadas en el mundo árabe. Y también muchas otras marchas y movimientos y manifestaciones que han marcado con huellas de muy diverso calado la historia del mundo.
Cuando logramos dimensionar los alcances y la importancia de estas movilizaciones,
no puede no sentir vergüenza
de lo que precisamente hoy ocurre en este país nuestro
En fin, cuando uno piensa en marchas, ve la hondura y la belleza, y la importancia política, social y cultural de muchas de estas grandes manifestaciones en la historia de ayer y de hoy; y sobre todo, cuando logramos dimensionar los alcances y la importancia de estas movilizaciones, no puede no sentir vergüenza de lo que precisamente hoy ocurre en este país nuestro. En esta Colombia que sigue dando muestras de, no sólo no querer la paz, sino de aplicarse disciplinadamente a perturbarla, a sabotearla y, especialmente, a deslegitimarla.
Hoy, en estos precisos momentos en los que usted, señor lector lee esta columna, estarán marchando contra la corrupción en el país (que desde luego es el peor y más grande flagelo de la sociedad colombiana) la más triste nómina de individuos y colectivos integrada por algunos de los nombres más terriblemente asociados a la violencia y a la corrupción en la historia reciente del país.
Cuán lejos están en sus argumentos, en sus propósitos y en sus motivaciones, los líderes y auspiciantes de esta marcha, de los objetivos de movimientos como el de los Indignados de Madrid; como el de la Marcha de las flores y la Revolución de los claveles en Lisboa… O, para no ir más lejos, de la marcha de 46 días de aquel profesor Moncayo que pedía la liberación de su hijo secuestrado en 2007; de la de Un millón de voces que pedía en 2008, convocados por las redes sociales, la liberación de todos los secuestrados de las Farc; y la de los 50.000 indígenas que marcharon en 2009 desde el Cauca a Bogotá en la gran Minga por la vida, para exigir el respeto a la vida y a sus territorios ancestrales.
La gran diferencia histórica está en la autoridad moral
que asiste en cada caso a los manifestantes
de todos estos movimientos en Colombia y en el mundo
La gran diferencia histórica está en la autoridad moral que asiste en cada caso a los manifestantes de todos estos movimientos en Colombia y en el mundo. Hay una fuerza y una razón superior, en términos de una visión humanística y espiritual de la sociedad, que pone por encima de mis intereses todos mis actos y los orienta hacia el bien común, hacia el beneficio de todos, inclusive de los que no piensan como yo.
En las antípodas están la intolerancia, la exclusión, el racismo, la arrogancia del poder, la intimidación, la descalificación y desaparición del otro, la calumnia, el miedo a la diferencia.