Ocho días atrás salí a toda prisa de mi oficina y noté que no tenía las llaves de la puerta, por lo que supuse que se habían quedado dentro. Días después entré con la copia y no encontré la llave. Olvidé el tema, era habitual extraviar mis cosas.
Una semana después, un hombre, habitante de calle, desde el otro lado de la acera me dijo: "Creo que tengo algo para usted".
Nunca piensas que un habitante de calle te va a dar, siempre creemos que va a pedir. Y allí recibí la primera lección. Todos estamos en capacidad de dar y recibir.
El hombre buscó en su maletín hasta que me mostró unas llaves, marcadas con un color verde, y me preguntó: "¿Son suyas?".
Me contó que todos los días pasaba por el lugar esperando encontrar al dueño. Incluso, consultó con la vecina, quien le dijo que no iba muy seguido. Igual le contó a Camilo, encargado de cuidar los carros que parquean en las calles, a quien tampoco se las quiso entregar, pues quería estar seguro de que llegaran a mis manos.
Jeffry tiene como techo el cielo. Él recicla, lava carros y se rebusca la vida. Cuando le va bien, paga una habitación para dormir.
Las apariencias engañan
Le pregunté con todo respeto la razón por la cual no le dio otro uso a las llaves, pensé que había podido intentar entrar y robar, vendérselas a otra persona para que entrara, en fin.
Esta fue su respuesta: "Mi madre antes de fallecer me enseñó a respetar y siempre me decía que las sábanas no servían solo para arroparse una sola vez. Decidí hacer el bien, pues no gano nada con robar, igual tampoco soy de los que toman lo ajeno. Decidí entregarlas y guardarlas".
Él tiene 25 años, es bachiller y desde hace cinco años es habitante de calle.
Le di mi número telefónico, que seguramente se ha perdido en algún lugar de las calles caleñas, pero estoy seguro de que cada que tenga oportunidad estará pasando por la acera de la sede de mi empresa y yo estaré mirando al llegar o al salir si por ese camino va mi amigo Jeffry.
— ¿Cómo se siente usted, después de haberme entregado las llaves?
— Aliviado y tranquilo y contento.
A veces con tan poco se hace mucho.
Cuando uno hace las cosas bien, le va bien, recordó Jeffry al final de la charla.
Después, se fue con el billete en la mano, mientras se bendecía una y otra vez: con eso tendría para dormir tres días, comer y peluquearse.
Desde mi ventana yo también lo bendecía y le agradecía, no solo por su humanidad, sino por todo lo que me enseñó.
Esta es una experiencia donde se ve la presencia de Dios, del universo o sencillamente de la bondad.
Jeffry autorizó para que contara esta historia y lo grabara.