La lucha por la justicia en Colombia ha sido una constante realidad para numerosas personas que han caído víctimas de crímenes atroces. En este artículo, tratare de contarles mi experiencia en carne propia la pesadilla de ser secuestrado, torturado y despojado de mis bienes.
A pesar de los esfuerzos por alcanzar la justicia, me he encontrado con obstáculos impactantes en el sistema legal colombiano, incluyendo filtraciones de información, solicitudes de preclusión y la negativa de asistencia a audiencias por parte de la fiscalía.
El Horror del secuestro y la tortura
Mi historia es un crudo recordatorio de la crueldad humana que puede manifestarse en una sociedad. Fue secuestrado y sometido a torturas inhumanas que dejaron cicatrices físicas y emocionales indelebles. La valentía para compartir estas experiencias es una demostración del poder de la fuerza interna necesaria para afrontar tal trauma. Aún existen noches en las que me cuesta conciliar el sueño, ya que el mero pensamiento de la tortura supera en horror a la tortura misma. Reflexionando sobre por qué sigo con vida, mi respuesta es simple: la rabia era mayor al dolor que sentía.
Nunca antes, a lo largo de mis años, había considerado la muerte. Siempre había evaluado numerosos escenarios a lo largo de mi vida, pero nunca había reservado un espacio en mi calendario para la muerte, hasta que fui secuestrado.
Filtraciones de información: saboteo de la justicia
Uno de los aspectos más alarmantes de mi historia es la presunta filtración de información por parte de la fiscalía colombiana. En lugar de proteger la integridad de la investigación, se alega que ciertos detalles sensibles llegaron a manos de los secuestradores. Esta flagrante violación de la confidencialidad no solo pone en peligro la seguridad de las víctimas, sino que también socava la confianza en el sistema de justicia. Por ello, considero que confiar en criminales fue mi mayor error; depositar mi destino en la justicia colombiana significó entregar la poca fe que me quedaba en Colombia a individuos aún más perversos que aquellos que me secuestraron. El protector se convirtió en agresor.
La sombra de la preclusión
En un giro aún más desconcertante, me encontré con el término "preclusión". La preclusión es una figura legal que pone fin a una investigación o proceso judicial antes de llegar a juicio. En este caso, estoy seguro de que se utilizó como una estrategia para evitar llevar a los perpetradores ante la justicia. La preclusión puede interpretarse como un intento de cerrar el caso prematuramente, dejando a las víctimas y a la sociedad sin respuestas ni resolución. Esto se vuelve aún más alarmante cuando existen versiones que sugieren que los funcionarios de la fiscalía estaban persiguiendo sus propios beneficios, más allá de la búsqueda de justicia.
La negativa de asistencia a audiencias: el golpe final a la Justicia
La última parte de mi lucha involucra la negativa de la fiscalía colombiana a asistir a las audiencias programadas. Esto no solo prolonga la agonía de las víctimas, sino que también envía un desalentador mensaje sobre la disposición del sistema legal para abordar los crímenes violentos de manera adecuada. La ausencia de la fiscalía en las audiencias perpetúa la impunidad y da la impresión de que el sistema está fallando en su deber de brindar justicia.
La necesidad de un cambio
Mi historia arroja luz sobre las fallas sistémicas en el sistema de justicia colombiano. Desde la filtración de información hasta la preclusión y la negativa de asistencia a audiencias, cada paso de este caso parece ser un amargo recordatorio de cómo las víctimas pueden quedar en la oscuridad cuando más necesitan respuestas y justicia.
Espero que mi historia sea un llamado a la acción para mejorar el sistema de justicia y brindar a todas las víctimas la oportunidad de sanar y ver que se hace justicia.
Es imperativo que los colombianos aborden estas preocupaciones y tomen medidas para garantizar la transparencia, la rendición de cuentas y la integridad en el proceso legal.