Siempre ha sido indignante. Colombia, un país afortunado en biodiversidad, gastronomía, cultura, talento, emprendimiento, entre otras características, hoy se encuentra en una época en donde la soberanía anhela superar todos sus obstáculos sociales. Sin embargo, llegar a transformar esta patria puede costar más de lo que estas riquezas produzcan anualmente. A pesar de ello, es la hora en donde seguimos exponiendo a niños y jóvenes a someterse en un mundo de responsabilidades económicas, abusos constantes, exclusión social, inseguridad y pérdida de su integridad sin tener la más distante idea por qué en algunos casos la juventud de Colombia se va perdiendo en esta contemporaneidad.
Es tan preocupante y triste tener que presenciar el trabajo infantil en nuestro diario vivir, pero es más irónico ver cómo los colombianos son insensibles ante esta situación. Actualmente más de 869.000 niños y adolescentes son víctimas del trabajo infantil, como consecuencia de las complejas problemáticas que se vienen presenciando en Colombia desde hace décadas. Es de suponer que, como país regido por un Estado social de derecho, la primera infancia debe ser igual y posiblemente de mayor importancia en la conformación social, ya que ellos son el futuro prometedor de esta nación.
Y aunque el gobierno, cada cuatro años, intenta otorgar cierta prioridad a esta colectividad, es evidente que tanto el ICBF como la Defensoría del Pueblo y hasta Unicef no han logrado dar fin a esta terrible realidad. Así es, con naturalidad Colombia siempre ha mantenido su estratificación social en un nivel de pobreza y deplorables condiciones para alcanzar una estabilidad económica, pero no por ello los niños y jóvenes colombianos deber ser obligados a sobrevivir de manera vulnerable, cuando el Estado debe garantizar que su tiempo se enfoque en el desarrollo físico e intelectual, en donde día a día puedan construir su identidad ciudadana y aporten al desarrollo pluricultural del país.
Además de eso es inconcebible aceptar que el mercado laboral infantil sea autónomo y aislado de nosotros, porque no lo debe ser. Está claro que depende del contexto social y familiar en el que se presente y que por ello Colombia tiene la obligación de humanizar a aquellos residentes que siendo agentes de cambio son ajenos a esta situación a partir de sus actitudes negligentes hacia los niños y jóvenes.
En mi concepto, los colombianos no deberíamos padecer ni contemplar este flagelo social que lastimosamente es deplorable e indignante para algunos, puesto que somos una comunidad en donde diariamente trabajamos por conseguir un mejor mañana, por dejar de lado la exclusión social y más que eso, ser patrióticos ante la adversidad. Esto es solo el reflejo de las múltiples dificultades con las que un colombiano debe aprender a convivir en el transcurso de su vida. Cabe recalcar que somos nosotros los habitantes de esta nación los responsables de estas desgracias, porque a pesar de ser más de 49’000.000 de corazones alegres y prósperos cuando juega la selección Colombia, en las problemáticas sociales seguimos buscando culpables donde ya los hay.