Cuatro periodos consecutivos de dominio absoluto de Barranquilla por parte de la familia Char, uno de los emporios económicos y políticos más poderosos de la ciudad y del país, con efectos devastadores para la calidad de vida de los barranquilleros, por cuenta del hambre, el hampa recrudecida, la inseguridad, el desempleo, un sistema de transporte masivo hecho añicos por los malos manejos y un largo etcétera de asignaturas pendientes en materia social y económica, se agotan ante la mirada pasmosa de la ciudadanía.
El modelo impuesto y vendido con “éxito” hacia el resto del país contrasta con la percepción real que tienen los barranquilleros y barranquilleras, quienes cada día se sumen en la desesperanza y en una especie de no futuro, pues cada rincón del mundo laboral está copado y cooptado por una larga y enrevesada telaraña de quienes manejan los hilos del poder.
Las grandes obras, como la canalización de los arroyos, remodelación y creación de escenarios deportivos y de parques para el esparcimiento, quedan como reliquias a las que se les contempla con tristeza por no tener con qué llevar a los hijos a jugar o a comprarles un helado.
De cada tres barranquilleros, dos no comen las tres comidas diarias, y esto no es un asunto que se le atribuya de manera exclusiva a la llegada del covid, pues, antes de que golpeara y modificara nuestras vidas, la ciudad se debatía entre la informalidad laboral, el rebusque y los empleos mal remunerados para la mayoría de la población.
La falta de oportunidades son la principal causa, el real combustible de la criminalidad que parece tragarse a la ciudad entera, aterrorizándola con cuerpos descuartizados y cabezas de personas puestas en una esquina del parque principal de la ciudad, sin que haya asomo de autoridad.
Han manejado cerca de 24 billones de pesos en estos 14 años de poderío charista, y la desigualdad y la delincuencia antes que disminuir han crecido, lo que supone un manejo corrupto de las finanzas de la ciudad. El famoso y vergonzoso adagio de “roba, pero hace” ya no es compartido con el habitual desparpajo del barranquillero de a pie, que ve cómo los ácidos gástricos le pasan factura mientras que las encopetadas familias del barrio el Golf y Lagos del Caujaral se pasean por el norte de la ciudad en Ferraris, Lamborghinis y Lexus, entre otras marcas que solo los millonarios pueden ostentar.
El Junior y sus contrataciones estelares no son suficientes para apaciguar el descontento de una juventud cada día más politizada, consciente, rebelde y movilizada en las jornadas de abril y mayo.
El gobierno que llegue, sea charista o no, tendrá que rendirle cuentas a esta juventud que aprendió el valor de la lucha callejera y de la relevancia que tiene para la exigencia de sus derechos.
Álex Char parece ser nuevamente candidato a la alcaldía, y de serlo, será de probablemente el vencedor, pues no se ve a la vista una convergencia política que ponga el debate ciudadano donde es: corrupción, desigualdad, empleo y democratización del gasto público.
El candidato alternativo que sepa enarbolar estas banderas con verticalidad y manejo podrá por primera vez darle una pelea seria a quien se muestra como candidato eterno e inderrotable.
La ciudad les entregó el balón a la familia Char; es hora de que lo suelten y dejen jugar a un nuevo gobierno, por el bienestar de la mayoría de los ciudadanos esta ha de ser la máxima del próximo debate electoral.
Continuidad o renovación, continuidad de un modelo orquestado para el bienestar de unos pocos en el norte que se van de compras cada fin de semana a Miami y vacacionan en Europa y Dubai, o renovación para mejorar la calidad de vida de los y las barranquilleras que fían al tendero del barrio El Bosque y hasta en Boston.