Uno de los episodios que marcó las pasadas protestas que conmocionaron el país, y de manera especial la ciudad de Santiago de Cali, fue el acontecido en la noche del día viernes 7 de mayo, siendo aproximadamente las 7:45 de la noche, cuando personas movilizadas en una camioneta de alta gama, color blanco, marca Toyota Prado, con vidrios polarizados, accionaron armas de fuego en contra de jóvenes de la primera línea que se encontraban concentrados en el sector de La Luna, dejando un saldo de tres personas lesionadas, una de ellas con un impacto de bala en su cabeza.
Inmediatamente ocurrió el atentado se prendieron las alertas en las redes sociales, y, en lo que respecta a las organizaciones de Derechos Humanos que operan en Cali, y que se encontraban coordinadas desde una central de mando unificado, se dispuso el acompañamiento correspondiente, mismo que fue atendido, entre otros, desde la Institucionalidad (Distrito), por la subsecretaria de DDHH Natali González Arce, y desde las organizaciones de DDHH por la reconocida y prestigiosa defensora Magaly Pino, además de por quien suscribe esta nota, del grupo N21 Incluyente y Diverso.
Así pues, después de un breve descanso, de haber compartido unos refrescos en la tienda de un amigo (Diego) y de dejar en su residencia a nuestro compañero de equipo Juan Pablo Cardona, las personas mencionadas, que nos encontrábamos juntos, decidimos tomar rumbo al sector de La Luna para verificar la situación y prestar el apoyo correspondiente, sin imaginar que la horrible noche aún no cesaba para las personas que se encontraban en el sector.
Bajo mi conducción (aclaro, como chofer) tomamos rumbo hacia nuestro objetivo, en el pequeño chevrolet spark, color azul, 1.000 c.c., que para esa noche muy amablemente me habían prestado. Presentes en el lugar, bajo el puente que se alza sobre la calle 13 y que da tránsito ininterrumpido a los vehículos que se desplazan por la autopista oriental, en la oscuridad que era ya característica de los lugares de concentración de “las resistencias”, encontramos a unos temerosos jóvenes que se protegían, bajo el puente, de aquello que para ellos representaba un peligro: los drones de la Policía Nacional.
Verificada la situación en ese punto específico, optamos por llevar hasta su casa a uno de los jóvenes, el cual ingresamos al vehículo, mientras esperábamos a Magaly Pino y Natali González, que se desplazarían a pie hasta la Misión médica que se encontraba cerca, con miras a constatar los hechos y que se les diera el reporte de las personas lesionadas; las trincheras dificultaban el acercamiento en carro hasta La Misión.
Estando en esa labor, aproximadamente media hora después del principal ataque, se reinició otra macabra ronda por parte del personal armado que se desplazaba en la Toyota Prado, esta vez, atacando al personal de la misión médica, y con ellos, a mis compañeras de equipo. Dos fueron las incursiones que con armas de fuego hicieron los siniestros personajes a la esquina del popular barrio Santa Helena.
El terror se apoderó nuevamente de la noche, y con ello la indecisión de mi parte de qué frente cubrir: si estar con el joven, que ya se había ocultado al interior del vehículo, sin que diera señales de vida que lo pusieran en riesgo, o ir hasta la Misión médica y apoyar con el registro y denuncia de los hechos en vivo; se optó por la segunda alternativa, pero con el infortunio propio de una película de terror, la batería del celular se descargó, y con ello, se cortó la comunicación que sostenía con otros compañeros y en particular con un alto funcionario de la Gobernación del Valle del Cauca.
Una vez se retiraron los “ciudadanos de bien”, después de unos veinte minutos de asedio, sin que se hiciera presente fuerza pública para contrarrestar el atentado criminal que estaban cometiendo, y después de haber recibido la información (de buena fuente) de que ese iba a ser el accionar en lo sucesivo de cada noche, se procedió a desalojar el lugar, y, después de minutos de búsqueda de nuestra compañera Magaly Pino, que por fin apareció, decidimos emprender camino para llevar a nuestro joven protegido. Dejamos en el lugar a servidor público de DDHH del Distrito, Julián Rodas, por quien regresaríamos minutos después (el automóvil no daba para tanta gente).
Después de cumplido el objetivo, y cuando nos encontrábamos de regreso por Julián Rodas, desplazándonos por la calle 13, en sentido sur-norte hacía la autopista, comenzó otro angustiante episodio ya que, cuando nos disponíamos a superar una barricada de púas, para lo cual Natali González alzaba el alambrado para que pasara el pequeño automotor, desde atrás se sintió la presencia de una camioneta que se aproximaba a toda velocidad con sus luces altas, razón por la cual aceleramos hasta encontrarnos con la otra barricada (un escritorio), que rápidamente fue despejado por la subsecretaría de DDHH, quedándonos de cara a la única ruta posible: la autopista oriental, en contravía, hacía el sur.
Si bien despejamos la vía para continuar rápidamente nuestra huida, también lo fue que dejamos el camino expedito para la camioneta que, sin mermar velocidad o frenar ya que no había barricada que le obstruyera el paso, nos dio alcance fácilmente unos doscientos metros más adelante, primero, al golpear el bomper trasero del automóvil ante una maniobra con la que pretendía (ingenuamente) desestabilizarlos, y finalmente cuando decidí frenar bruscamente el automotor, para que la camioneta que ya nos sobrepasaba siguiera derecho, mientras yo maniobraría para retornar rápidamente, todo ello en medio de los gritos: “¡nos van a matar!”, “¡nos van a matar!”, que profería Magaly y que transmitía por la aplicación zello, que servía de canal de comunicación con las organizaciones de DDHH.
Como si fuese una película de terror (ya lo dije), al parecer la suerte no estaba de nuestro lado, y el carro se apagó: no tenía gasolina suficiente, y el brusco movimiento de frenada nos dejó sin liquido circulando hacía el motor.
Hice un llamado a Magaly y a Natali para que abandonáramos rápidamente el carro y saliéramos corriendo, pero la respuesta de las dos valientes mujeres fue descender cautelosamente del pequeño vehículo, extender sus brazos hacía los lados y gritar: ¡no nos maten!, ¡no nos maten!, ¡Somos derechos humanos!, ¡somos derechos humanos!; yo, que ya iba a emprender la carrera de mi vida, quedé perplejo ante tanta decisión y coraje, y me dispuse a ubicarme al lado de ellas y esperar un nefasto desenlace.
Por su parte dos hombres desarmados descendieron velozmente de la camioneta (que había quedado a unos veinte metros de distancia, por delante de nuestro carro), se aproximaron a cierta distancia, nos miraron con cierta impaciencia, se hicieron gestos entre sí y después hacía nosotros, y nos dieron a entender que podíamos tranquilizar, que no había problema, y así como se bajaron de la camioneta, así mismo se subieron, y tomaron rumbo de regreso hacía La Luna.
En la noche, en mitad de la vía, en contravía, sobre una autopista vacía, después de innumerables intentos logramos encender el vehículo y sin pensarlo mucho decidimos regresarnos también hacía La Luna para recoger a Julián, al fin de cuentas consideramos superado el riesgo.
Cuando nos aproximábamos notamos muchas personas allí concentradas, algunos defensores de DDHH, miembros de organizaciones sociales, integrantes de la Guardia Indígena, al Mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), Giovanny Yui, varios vehículos, entre ellos el que nos persiguió, y entre todos, claro está, las personas que se desplazaban en la camioneta. El alma regresó plenamente al cuerpo de todos, y las sonrisas, risas y abrazos fueron los gestos que siguieron al encuentro, nos sentimos, después de todo, protegidos.
La noche terminaría con la noticia de que esos mismos miembros de la Guardia Indígena, que por equivocación nos persiguieron creyendo que éramos los perpetradores de los atentados, minutos más tarde habrían dado captura a uno de los autores de los actos sicariales.
La Guardia Indígena había atendido así el llamado de la primera línea del Sector La Luna, quienes a través de videos habían denunciado los hechos de violencia. La eficacia de la Guardia Indígena ni en sueños se habría esperado de los miembros seguridad del Estado, que, tal como han venido probando una cadena de hechos posteriores, han cohonestado con el paramilitarismo urbano que se ha abierto espacio en la ciudad de Cali, y que se mostró en todo su esplendor en el barrio Ciudad Jardín, cuando al día siguiente de los hechos aquí narrados atentaron precisamente en contra de esa Guardia Indígena
Por su parte, para la legendaria Magaly Pino, el recuerdo del episodio siempre le robará una sonrisa, y le hará rememorar al mítico dibujo animado de su infancia: “meteoro”, representado en un pequeño Chevrolet spark, azul, 1.000.