Uno de los testimonios más impresionantes de la Peste Bubónica al final de la Edad Media se encuentra en la Crónica florentina de Marchione di Coppo Stefani: “La peste comenzó en el año de Nuestro Señor 1348, fue furiosa y tempestuosa…los cadáveres se enterraban en grandes fosas, uno encima del otro como el queso en una lasaña”. Cuando leí esa descripción creí que era una falsificación contemporánea por esa metáfora culinaria. Para confiar en ella tuve que investigar que la lasaña se hacía sólo con queso en aquella época y que un plato similar existía ya en tiempos de Cicerón. Son entonces palabras auténticas del cronista toscano.
A esos cadáveres apresuradamente enterrados se regresó para extraer ADN de la bacteria causante de la pandemia llamada la Muerte Negra (El Tiempo, 2 de julio, 2015) Y compararlo con el de la misma bacteria cuando causó la Plaga de Justiniano en el siglo VI de nuestra era, casi mil años antes. Y compararlo con el del germen que causó la muerte de un atlético adolescente norteamericano de 16 años en Colorado el 8 de junio de este año de Nuestro Señor 2015. Con todo esto no confío mucho en el titular de El Tiempo: “La peste bubónica ya no es una amenaza para la sociedad”. Habrá que verlo pues las enfermedades no son cosas que podemos destruir fácilmente para no verlas más sino procesos y malos encuentros biológicos que pueden volver a ocurrir.
La Peste Bubónica se ha presentado en tres pandemias históricas cada vez con más de cincuenta millones de muertes: la del siglo VI, la del siglo XIV y la última registrada a finales del siglo XIX. Siempre causada por la misma bacteria Yersiniapestis con nuevas y distintas mutaciones. La que terminó con la Edad Media se llamó neumónica porque el microbio adquirió la capacidad de contagiarse por el aire con la tos y gotitas de saliva de los pacientes. Las tres se han relacionado con China, la Ruta de la Seda con sus caravanas y los roedores de las praderas desérticas de Eurasia. Nótese que en el Oeste norteamericano, esos grandes estados cuadrados, también hay desiertos y roedores. Las últimas investigaciones libran de culpa a las asquerosas ratas proponiendo como reservorios del microbio a los jerbos, parientes orejones como “gremlins” de los tiernos hámsters.
¿Qué podemos aprender de esta complicada historia de choques entre microbios y seres humanos? Primero, no creo que deba tenerse como mascota ni a las ratas, ni a los jerbos ni a los hámsters. Hay muchos animales que por graciosos que sean no deben domesticarse. Increíble pero cierto una vez vi a un adolescente en Montpellier pasearse con una rata en la nuca con su collarcito y cuerda.
Lo más importante es darnos cuenta que las enfermedades no son hechos estables, siempre parecidos a sí mismos. Las enfermedades son complejos procesos que van y vienen cambiando de apariencia. Es imposible reunir un catálogo completo y confiable de ellas porque no son inmutables. Por lo tanto nadie se las conoce todas. Y créanme que eso produce miedo a pacientes y médicos. Lo que le enseñan a uno en la facultad a veces es bien diferente a lo que uno encuentra en el internado, el año rural y la vida.
Por ejemplo recuerdo haber aprendido cuando era estudiante un cuadro esquemático de las importantes diferencias entre úlcera gástrica y úlcera duodenal. La primera si recuerdo bien era más propia de pacientes ancianos, debilitados o deprimidos. La del duodeno era propia de pacientes más jóvenes y ansiosos. Y esta no se curaba nunca, decía un profesor, porque habría que cambiar la personalidad del paciente.
Cuando era residente de patología unos años después recibía todos los días tres o cuatro pedacitos de nervio vago producto de una frecuente cirugía (vaguectomía) para disminuir la secreción de ácido estomacal y las úlceras.
Hoy casi todo el mundo tiene gastritis causada por Helicobacter pylori y esta sería la explicación microbiológica más frecuente de las úlceras. El tratamiento es el de una enfermedad infecciosa con antibióticos. Además ya está muy avanzada la investigación de una vacuna. Entonces lo que antes era tratado por un internista y a veces un siquiatra, fue tratado después por un cirujano, luego como infección y estamos cercanos a tener una vacuna para esa enfermedad. Y todo esto en menos de cuarenta años. Además tengo una amiga, culta esposa de un colega, que cuenta que después de ir a muchos médicos la curó una rusa con unos cristales que le pasó por el cuerpo.
Díganme si las enfermedades no son procesos biológicos cambiantes, casi aleatorios. Así pues la peste bubónica en los siglos VI, XIV, XIX y XXI es la misma y no es la misma, siempre sorprendente.