“Cuando se estudiaba a conciencia y se respetaba al maestro”: Eligia Agámez

“Cuando se estudiaba a conciencia y se respetaba al maestro”: Eligia Agámez

Un vistazo a la educación desde la mirada de esta profesora que dedicó su vida a la enseñanza y hoy es presidenta de la asociación de docentes jubilados más antigua del país

Por: Ricardo Rondón Chamorro
octubre 09, 2018
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“Cuando se estudiaba a conciencia y se respetaba al maestro”: Eligia Agámez
En el centro, la maestra Eligia Agamez de Almanza, acompañada de los profesores Candelaria Matoral Mendoza y Jorge Woobdine Morales. Foto: La Pluma & La Herida

“Profesora, como usted nos recomendó que no quería mototaxistas sino profesionales, le vine a contar que estoy terminando a mucho honor mi carrera de Contaduría en la Universidad de Cartagena. Cuando termine, vuelvo para invitarla a mi grado”, le dijo el Mono Sánchez.

Son frecuentes estas muestras de gratitud en la oficina de la profesora Eligia Agámez de Almanza, actual presidenta de la Asociación de Maestros Jubilados de Bolívar (AMAJUBOL), que por estas fechas celebra su 50° aniversario, constituyéndose como la institución más antigua de docentes pensionados en Colombia.

“Aquí han venido mis primeros alumnos, y muchos años después sus hijos, y más recientes los nietos”, dice la profesora Eligia, apoltronada en su despacho, contiguo al patio de mecedoras de la preciosa casona de estilo republicano de la Calle 2° de Badillo N° 36-59, a escasos metros de la emblemática Plaza Fernández de Madrid, epicentro de la Cartagena histórica.

Para la docente Agámez de Almanza, estas expresiones de afecto de quienes fueron sus discípulos en los cuarenta años (1968 a 2008) que ejerció el magisterio, son la mejor retribución a un apostolado como es el de la enseñanza, en sus palabras, “cuando había respeto y primaban los valores, se exigía, se aprendía, y el salón de clases era estimado como un templo. Muchas cosas, y no para bien, han cambiado desde entonces”.

Con justa razón: eran los tiempos, como narra la maestra en su exquisito acento de matrona cartagenera, del orden, el cumplimiento, la disciplina, la pulcritud del uniforme, el compañerismo y la solidaridad, y una actitud casi que de veneración por quien se paraba al frente de un conglomerado estudiantil a compartir y a orientar sus conocimientos.

Doña Eligia da cuenta de ese itinerario desde su juventud de normalista en Cartagena, y luego en Magangué. Aún conserva con esmero en la biblioteca de la sede de AMAJUBOL los textos de rigor que acumulan estas nostalgias: la antigua Cartilla de cartón que venía con el abecedario (por un lado las letras mayúsculas, por el otro, las minúsculas), “que en el primer grado había que aprenderlas al derecho y al revés”.

Y con ella, La Alegría de Leer, de Evangelista Quintana, El Sembrador Escolar, del doctor Luis Pérez Espinos, para el aprendizaje de la lectura y los valores; Las Fábulas, de Rafael Pombo y de Tomás Iriarte; Las Lecciones Formativas; El Libro de la Lengua Castellana, de G.M. Bruño; El Catecismo del Padre Astete; Las 100 Lecciones de Historia Sagrada, La Aritmética, El Álgebra y la Trigonometría de Baldor; los Programas Estándar del Ministerio de Educación, Las famosas Guías Alemanas, el ábaco, y “algo fundamental”, agrega la directora, la Institución Cívica, de Pepe Mujica, que ilustraba al alumno en sus deberes y derechos como estudiante y miembro de una familia, la higiene y presentación en el plantel, las normas de saludo, despedida y agradecimiento, y en su orden la memorización del Himno Nacional, el Himno de Cartagena, el Himno del Colegio, que se entonaban a primera mañana en el patio, antes del ingreso a aulas. Todo eso quedó en el pasado”.

Recuerda la señora Agámez de Almanza la frase que los maestros inculcaban a sus promociones en el plantel donde se graduaban: "Aquí en la Normal todo es color de rosa, pero cuando ustedes comiencen a trabajar, van a encontrar la espina de la rosa".

“Eso traducía —enuncia la maestra— en la vocación, el criterio y la responsabilidad con que se asumía la profesión de maestro. De hecho que es una palabra muy bella, maestro, maestra, que en aquellos tiempos denotaba respeto, carácter y admiración. El oficio de formar, de orientar una vida, de abonar la plantica que está germinando, es algo que nos llenaban de honra y satisfacción, pese a los bemoles de la vida, que son los más necesarios para construirse como ser humano y como profesional, y adquirir experiencia…”, manifiesta con ojos húmedos que empañan sus gruesos lentes.

“En esa época —prosigue doña Eligia— había comunicación permanente entre profesores y padres de familia. No es como ahora, que los profesores apenas ven a los acudientes, una o dos veces al año. El respeto se inculcaba en casa y se afianzaba en el colegio, donde uno como docente le tocaba también hacer las veces de psicólogo, sociólogo, confesor, porque todo eso hacía parte de la responsabilidad educativa”.

¿Se aprendía más antes que ahora, profesora?

“Bueno, son épocas distintas, formatos distintos, maneras de enseñar diferentes, y ahora con los increíbles adelantos de la tecnología, no podría dar una afirmación veraz; pero sí le puedo asegurar que en los tiempos en que enseñábamos se aprendía a conciencia. Prueba de ello es que los bachilleres no tenían inconveniente en pasar las pruebas y evaluaciones que exigían en las universidades públicas y privadas. La cultura de memorizar y contextualizar lo memorizado ayudaba mucho, y mantenía el cerebro en permanente actividad y desarrollo”.

“Una tarea, un trabajo especial, una consulta o investigación demandaba horas y horas de apuntes en una biblioteca hasta que se formaban ampollas en los dedos de tanto escribir. Además era un ejercicio que recomendábamos mucho a la hora de dejar una lección: escribir lo que se pedía en cualquiera de las asignaturas para después leerlo, releerlo, tener claro el concepto, y exponerlo en clase. Hoy ya es un lugar común oír el sistema facilista para entregar un trabajo: encender el computador, abrir Google, cortar y pegar. Y ya. Desde luego, no me estoy refiriendo a todos los casos. Hay estudiantes muy responsables que estudian a conciencia y se destacan en el futuro como honestos y ejemplares profesionales”.

Para la profesora Eligia Agámez de Almanza es normal de muchos años atrás que discípulos suyos de distintas épocas lleguen con un detalle a su oficina para retribuirle con afecto y admiración el legado de su enseñanza, y no solo a ella sino a sus colegas de decenios que hoy son arte y parte de su asociación de jubilados.

“Uno mantiene la retentiva intacta de los alumnos, sobre todo por los apellidos cuando llegan a veces de Estados Unidos o de Europa a contar sus proezas. Algunos que se ganaron una beca, y con ella, cursaron doctorados y posgrados y trabajan con instituciones prestigiosas; otros que se decidieron por el camino de la docencia; unos más consolidados como prósperos empresarios. Eso le llena de alegría a uno el corazón, a pesar de los años, porque con el paso de la edad, uno se vuelve más blandito y nostálgico”.

En la sede donde funciona la asociación de maestros pensionados, institución de la que ella es presidente, está al tanto del estado de salud, prestaciones, bienestar y seguridad social de sus afiliados. Lo mismo que del recaudo de libros para las bibliotecas.

“Hay gente que bota los libros a la calle, por cualquier motivo —agrega la maestra Agámez—: porque están encartados en la casa con ellos, porque no les encuentra espacio, o simplemente porque ya cumplieron su servicio. Nosotros en nuestra asociación los recibimos, porque sea cual fuere, un libro es el mejor aliado, el compañero ideal en cualquier etapa de la vida. Y nuestra labor está en recuperarlos para compartirlos con niños cuyos padres no tienen el poder adquisitivo para comprarlos, o con los adultos, nuestros mismos compañeros, que a una edad considerable recurren a ellos para entretenerse horas enteras”.

De eso también da cuenta el profesor Jorge Woobdine Morales, licenciado en filología e idiomas, director, editor y columnista del periódico del gremio, quien asegura que el hábito de la lectura era más incisivo en el pasado que ahora, “cuando hay más libros y muchos autores, pero la fiebre por los dispositivos tecnológicos se interpone como peligrosa adición para que infantes y jóvenes le tomen amor e interés a la lectura, que es lo que contribuye en su madurez y formación, y les abre espacios a nuevos caminos y universos”.

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“Está en mora —interpela la profesora Candelaria Matoral Mendoza—, quien en sus casi cuarenta años de magisterio como instructora de educación física en colegios de Córdoba, Bolívar y Magangué, que el Ministerio de Educación refuerce en el pensum el ejercicio como práctica de rutina: los jóvenes viven recargados de adrenalina y tensiones, la mayoría, que provienen de casa, de hogares fracturados por la violencia intrafamiliar, la falta de recursos, de valores, de educación. La disciplina del músculo contribuye a neutralizar esas agresiones, que en aulas se diversifican en el irrespeto, las riñas entre estudiantes, el matoneo”.

Concluye la maestra Eligia Agámez de Almanza, que el triste panorama que se observa en las instituciones educativas con relación a la ausencia de principios y valores, al consumo de sustancias psicoactivas, a esa forma de delincuencia entre aulas que cada día cobra riesgos de diversa índole, algunos con desenlaces fatales, tiene que ver con dos carencias fundamentales: la falta de amor y de respeto.

“Cuándo en nuestra época de profesores en ejercicio dábamos testimonio de un reproche, un insulto, menos una amenaza o una agresión de un estudiante. Eso era un exabrupto. Ni se nos pasaba por la imaginación, porque el respeto ¡se mamaba en casa!, y el maestro lo inspiraba. Porque desde las aulas se impartían esas normas a través de textos esenciales como la Urbanidad de Carreño, la Instrucción cívica y el Libro de las lecciones formativas, entre otros. Y porque había una comunicación permanente entre padres y profesores, y a la menor queja de mala conducta o indisciplina, se sancionaban oportuna y radicalmente las faltas. Pero eso quedó en el pasado. Y lo que vemos hoy, es para echarse cruces”.

AMAJUBOL 50 años

La Asociación de Maestros Jubilados de Bolívar se constituyó por vía jurídica el 1° de agosto de 1968. Entre sus fundadores se cuentan nombres de grata recordación como los de los maestros Leda Villadiego, Carmen Fonseca, José María Wilches Salas, Manuel María Maturana Martínez, Elizabeth Fortich de Tarón y Ana Fuentes de Cardona (primera presidenta), algunos ya fallecidos, entre otros.

La asociación inició con doce socios y a la fecha registra 1.707 afilados de diferentes regiones del Caribe colombiano. El Boletín del Jubilado, es el informativo impreso de la corporación, de circulación mensual, dirigido y articulado por el profesor Jorge Woobdine Morales, con licenciaturas en español y literatura, y en filología e idiomas.

El objetivo de AMAJUBOL es el de velar por la seguridad y las prestaciones sociales de sus afiliados en cuanto a pensiones o salarios atrasados; el entretenimiento y la calidad de vida del adulto mayor, la atención orientada a la salud, el buen ánimo, comprensión e interacción entre compañeros, además de múltiples actividades sociales, entre ellas el tradicional campeonato de dominó, el Día de la Madre, el Día del Padre y el Día del Maestro Pensionado, que se celebra el último día de agosto, lo mismo que de los trámites para el traslado de sus afiliados, por una u otra razón, a diferentes regiones del Caribe.

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AMAJUBOL hace énfasis en actividades artísticas y deportivas como danza, tejo, fútbol, viernes de película, cursos de manualidades, sesiones y conversatorios sobre salud, bienestar y aprovechamiento del tiempo libre, a cargo de especialistas de la Universidad de Cartagena; gestiones ante las respectivas EPS, entrega de medicamentos y servicio de Asistencia Médica Inmediata (AMI) dentro del programa de área protegida, que son las diferentes sedes, incluida el club de descanso en el municipio de Arjona.

Ser socio de AMAJUBOL permite disfrutar de todos los eventos que se realizan durante el año, en especial de la cena navideña.

La celebración de los 50 años de AMAJUBOL, que acredita a la institución como la más antigua y consolidada agremiación de docentes jubilados en Colombia, tuvo lugar el pasado viernes 24 de agosto del año en curso, en el Club Restaurante Bar El Sabor de la Rosa, de Cartagena, con un promedio de 500 asistentes, algunos de ellos en edades entre los 80 y 90 años, quienes fueron congratulados, y estuvo amenizada por el cantante vallenato Silvio Brito y el acordeonero Orangel El Pangue Maestre, y la Orquesta de la Cooperativa de Educadores y Empleados de la Educación (COOACEBED).

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