La familia Caballero era la dueña de cientos de hectáreas en donde hoy queda San José de Suaita, un pequeño pueblo en el departamento de Santander y escondido en medio de la cordillera. San José de Suaita nació alrededor de la Fábrica de textiles que fundó Lucas Caballero, quien había sido ministro del presidente Reyes hasta 1905 y había firmado la paz de la Guerra de los Mil Días en 1902, junto a sus cuatro hermanos Alfredo, Julio y Carlos Alberto. En 1907 utilizaron los terrenos de su finca para levantar los primeros ladrillos de la empresa que se convertiría en la pionera de la industria textil colombiana.
La tierra era perfecta para cultivar algodón. Con esta idea, los Caballero levantaron la fábrica que pondría al departamento de Santander a la cabeza de la economía nacional. Lucas Caballero decidió traer la maquinaria del exterior y formó una alianza con unos banqueros belgas que le darían una mano para iniciar el gran emporio textil hasta mediados del siglo XX. Toda la maquinaria llegó desarmada a la costa colombiana y viajó por el río Magdalena. Luego de 3 meses, llegó el cargamento en el lomo de más de 80 mulas que atravesaron las cordilleras.
La fábrica de textiles hizo que la gente llegara a la región en busca de trabajo. Después de 18 años de funcionamiento, tal era la cantidad de gente alrededor del centro industrial que tuvieron que fundar un pueblo. A 8 kilómetros estaba Suaita, por lo que decidieron unírsele al formar San José de Suaita. La fábrica construyó una iglesia, varias casas e incluso un centro clínico de primer nivel para sus trabajadores. El pueblo cobró vida y fue tan importante que la carretera principal que conectaba el centro del país y la costa pasaba por San José de Suaita.
La chimenea silbando a las 6 de la mañana marcaba la entrada de la gente al centro industrial. Las jornadas, de hasta doce horas, paraban cuatro horas para almorzar y descansar, y luego la chimenea volvía a sonar; 150 trabajadores salían de los edificios en los que también funcionó una chocolatería, una destilería, un molino de trigo y un ingenio azucarero, todos productos que impulsarían la economía del departamento.
Sin embargo, los Caballero no supieron mantener todo lo que habían construido, mientras en Medellín Coltejer y Fabricato se convertían en los principales productores de telas en el país. La maquinaria necesitaba ser renovada para poder competir en el mercado, pero los Caballero no estaba interesados. Después de más de 30 años trabajando de sol a sol, Lucas Caballero había abandonado el pueblo junto a sus hermanos. Vivían en la capital, donde la vida citadina era mucho más atractiva.
La fábrica quedó abandonada y bajo el mando de un administrador no logró responder de la manera que tanto se esperaba. El pueblo empezó a decaer, y los 150 trabajadores tuvieron que buscar otro empleo. Finalmente, en 1981 la fábrica más querida de los santandereanos cerró. Le dijeron a la gente que iban a hacer mantenimiento, pero las puertas nunca volvieron a abrir y la chimenea no volvió a silbar.
Hoy la fábrica está abandonada. La fachada recuerda un pasado que los abandonó junto al algodón y les dejó un pequeño pueblo que vive en el silencio de la montaña. Aunque hay un museo que recuerda el centro industrial de los Caballero, todos saben que después de su cierre la vida no volvió a ser la misma.