El pasado jueves los colombianos despertamos con la lamentable noticia de que las armas serán nuevamente retomadas por parte de los disidentes de las Farc, lo que se traduce en el nacimiento de una nueva guerrilla; siendo lo más probable que sea mucho más fuerte, violenta y firme, teniendo en cuenta de que adicionalmente se anunciaron alianzas con el ELN. Una vez más tenemos que aceptar la cruda realidad del país en que vivimos y es que por más que parezca que las cosas no pueden empeorar, lo están haciendo. Parece que la violencia (en todas sus presentaciones) se hubiera convertido en un cáncer que está haciendo metástasis en nuestra cotidianidad y que se ha constituido como una constante en la historia de Colombia; caemos y nos levantamos, pero parece ser que siempre volvemos a ella.
En el comunicado Alias Iván Márquez, en lo que parece ser un intento de respaldar dicha decisión, afirma que: “Nunca fuimos vencidos ni derrotados ideológicamente. Por eso la lucha continúa. La historia registrará en sus páginas que fuimos obligados a retomar las armas”. Y es que es allí donde yace la principal problemática: en esa “lucha” de defender ideales, se están llevando por delante a más de una persona inocente de las diferencias que existen entre los disidentes y el gobierno. Si bien es cierto que en Colombia la corrupción y la impunidad son el pan de cada día, también es una realidad que las cosas no han cambiado porque se haya optado por acudir a las vías de las armas y de la muerte. Una vez más la historia es testigo de ello; solo se han generado mayores diferencias y daños irreversibles en numerosas dimensiones, que han afectado en lo colectivo e inclusive, lo individual, además de que han tenido una importante influencia en aspectos como lo social, educativo, económico o político.
Es más que evidente que viviremos por siempre ligados a un pasado que ha cobrado miles de vidas, y que lo ha hecho de todas las formas, valiéndose, por ejemplo, del maltrato en cualquier manifestación, de las desapariciones forzadas, de cantidades alarmantes de desplazamientos, entre otros; pues, se ha vuelto casi que habitual oír de conocidos que huyeron de su pueblo o de familiares que han muerto o desaparecido y todo a causa de la guerra. Esta situación que vulnera muchos de nuestros derechos como personas, ha denigrado el primordial, y es el derecho a una calidad de vida digna, pues en un país donde el conflicto armado es lo único que aparentemente tenemos seguro, parece no existir posibilidad de más. Es importante que adoptemos sentido de pertenencia y tomemos las riendas de una vez por todas del futuro de nuestro país, no podemos seguir contando historias con los mismos finales plagados de impunidad, injusticia y dolor, adicionalmente, por más cliché que puede llegar a sonar hay que ir en busca de una paz auténtica además de duradera, que, por ende, permita la estabilidad del país. Es el momento de apropiarse de nuestras problemáticas.
Por último, hay que enfatizar en la necesidad de hacer un alto, reevaluar e identificar el panorama que todo esto representa y nos representará. Además, es necesario dejar de divagar en cuestiones que involucren nuestra seguridad, integridad, tranquilidad y estabilidad, hay que plantear interrogantes y asimismo respuestas y soluciones a ellos, como, por ejemplo: ¿qué concepto existe en Colombia de la paz?, ¿es el que buscamos?, ¿estamos defendiendo lo que nos pertenece?, ¿las armas son verdaderamente el medio necesario para obtener el país “correcto” que todos necesitamos?, ¿realmente es factible combatir la violencia con más violencia?... Es necesario exigir contestación por parte de nuestro gobierno, en especial, de nuestro presidente; porque esto de vivir conformes e inanimados escondidos tras el peso de la ignorancia nos está acabando.