Cuando Róbinson Díaz se transforma en narco

Cuando Róbinson Díaz se transforma en narco

Después de una gira exitosa el monólogo de Róbinson Díaz regresa al país. Al volver se destapa políticamente en esta entrevista

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enero 24, 2016
Cuando Róbinson Díaz se transforma en narco

Cada frase que lanza bien podría convertirse en titular, y tal vez sea consciente, o tal vez no, pero en todo caso tampoco le importa pues hace mucho que dejó de preocuparle el “qué dirán”. Robinson Díaz sencillamente es él. Tampoco hace lo que no quiere hacer; nunca sonríe para caer bien, no habla trivialidades, no toca temas que no le interesen, ni tiene problema en dejar de responder alguna pregunta si no quiere hacerlo.

El rasgo más sobresaliente de su cara es su nariz ligeramente desviada a la derecha. Sus ojos tienen un tono verde aceitunado que la cámara difícilmente capta, y al conversar con él la mirada a veces ausente hace dudar sobre su presencia en la charla, mientras enciende un cigarro. No obstante al expresar lo que le produce el acontecer nacional adquiere otra gestualidad. Sus manos se posan sobre su rostro y solamente pueden verse unas cejas deformadas de una forma tal, que da la impresión de que quisiera arrancarse la cara “¡Lo de Pretelt es inconcebible! Cómo es posible que un tipo salido de la Universidad Del Rosario, que tiene especializaciones, posgrados, ha sido profesor… ¿Cómo es posible que un tipo así esté al menos salpicado en un escándalo como éste? ¿¿Cómo es posible que un abogado como Abelardo de La Espriella salga a decir que el derecho no tiene ética??” A Robinson le duele Colombia.

-¿Sabe usted qué es lo que tiene jodido a este país? La educación. ¿De qué universidades salen todos esos senadores, magistrados, dirigentes que están en estos escándalos? Rosario, Andes, Javeriana, las mejores.

-No me parece. Eso es algo que va en la persona, desde el colegio se nota quien va a ser un bandido de cuello blanco y usted no puede culpar a una institución de eso.

-Es que por educación no me refiero solamente a lo que se inculca desde las instituciones, sino también a lo que se le inculca a las personas desde la familia y la sociedad.

Entre odio, asco, repulsión, vergüenza, pena, lástima -o una mezcla de todas que no está todavía en el diccionario-, busca con sus expresiones faciales y el movimiento de sus manos, con desespero describir aquello que le produce la realidad nacional y las noticias: “Este país es hermoso. Su aire es agradable de respirar, la gente, las mujeres, la comida, el verde de sus paisajes… Lástima la clase política”. Entre sus palabras se esboza un sentimiento de impotencia con visos de rabia. Se trata de un hombre que quisiera cambiar muchas cosas del mundo que le envuelve como si tuviera responsabilidad o culpa de ello. “Me disgusta que las cosas no terminen, que no se haga justicia, que pareciera que no hay solución”. Si pudiera, seguramente cambiaría la manera de actuar de los dirigentes, erradicaría los puritanismos que tanto le exacerban y de paso inculcaría en la sociedad una cultura por el arte, que actualmente brilla por su ausencia. “Yo he invitado a los porteros para que vayan a verme en las obras que he hecho. Son señores de 50 o 60 años y era la primera vez que en sus vidas iban a ver una obra de teatro”.

Sin embargo es difícil precisar qué le enerva más, si lo que encuentra en un periódico o la mojigatería y el puritanismo, pues ambos temas generan las mismas reacciones y gestos en su persona. “Que cambien de canal. Si no les gusta que cambien de canal y ya” dice a quienes le señalan de haberse quedado estancado en narconovelas haciendo el mismo personaje durante ocho años, como sucede con El Cabo, su personaje de El cartel de los sapos que en tierras aztecas le tiene convertido en una estrella. “Es el público quien lo pide. Si no hubiera un mercado que exige eso, no se harían esas cosas. Y si la gente me pide ese personaje ¿Por qué no lo voy a hacer?... Muy güevón yo si no lo hiciera”.

En efecto, gracias a El Cabo conquistó México, literalmente hablando pues recorrió la misma ruta del conquistador Hernán Cortés haciendo un show de hora y media dónde el mencionado personaje es protagonista. Antros, cantinas y palenques son algunos de los escenarios mexicanos a dónde ha llegado el paisa. Allá el público es muy distinto al que estaba acostumbrado en Colombia “Es que tienen otra forma de ver el show; me chiflan, me botan maní o crispetas, lo viven y a la larga me gusta que sean así. Hay gente que ha viajado hasta seis horas en carro de una ciudad a otra por verme”.

-¿No le ha dado miedo recorrer México metiéndose con un tema tan caliente y presente en ese país?

-Sí.

Sin embargo ha sido tal la acogida en México, que inclusive los narcotraficantes de carne y hueso, lejos de incomodarse, van a verlo y le hacen propuestas para llevarlo a los llamados “ranchos”. Del país azteca que tanto le solicita por esta época destaca su grandeza, tanto física como cultural e histórica. Como nadie es profeta en su tierra, éste espectáculo que en todo México -algunas partes de Estados Unidos y próximamente Centroamérica- dispara taquillas, en Colombia no se ha presentado por primera vez pero por iniciativa de Patricia Grisales, productora del mismo, hay planes de que así sea. Es enfático en dejar claro lo afortunado que se siente de contar con una productora como Patricia Grisales. “Es una persona que sabe mucho del show business, que sabe cómo tratarlo a uno, como vender el espectáculo. Ella la tiene clara en este negocio”.

Gracias a que el Canal Caracol le permitió seguir aprovechando su personaje de El cartel de los sapos, ha realizado giras enteras por todo México.  - Cuando Róbinson Díaz se transforma en narco

Con su personaje "El Cabo" de El cartel de los sapos ha recorrido todo México haciendo shows. Ello con el permiso del Canal Caracol, dueño de los derechos del personaje.

 

En ese momento se acerca su esposa Adriana Arango. Se va, no sin antes despedirse de él con un abrazo. “Mi esposa también escribe y es productora”. Para abril ya tiene armado lo que será el resto del año con las presentaciones de El Cabo, una obra de teatro que en los próximos meses presentará en el Teatro Nacional La Castellana (La dama de negro) y posiblemente a finales de año haya una propuesta para hacer televisión. No es muy dado a cocteles, a fiestas y a demás eventos que en el medio de la farándula son comunes, razón por la cual es difícil verle en páginas sociales de las revistas. Pese a que en un pasado tuvo intentos frustrados por ser más dado a ello, hoy día ya asumió su personalidad. La gran diferencia entre Robinson Díaz y otros personajes de nuestra pantalla nacional sea quizá el hecho de que habla sin filtrar sus verdades.

Aunque tanto en su pelo como en sus pestañas se notan las primeras canas y el próximo año cumple 50, asombrosamente este hombre no envejece. Tal vez sean personajes como el mago Kandú o el taxista Óscar, de Vecinos, quienes hacen que no tenga edad. Otra gran diferencia entre Robinson Díaz y el resto de los actores en Colombia es que no tiene mánager “Estuve con Olga Lucía Gaviria, logramos cosas muy buenas y le agradezco mucho pero fue un ciclo que se acabó”. Él es el único que se da el lujo de tener una exclusividad con un canal de televisión desde hace 18 años. Esto significa que Caracol Televisión le paga una cantidad mensual así no se encuentre grabando ninguna producción. “Es simplemente por estar ahí, disponible”.

-Cerca del 80% de los inscritos en el sindicato de actores dice no tener trabajo. Usted es muy afortunado, Robinson ¿Lo sabe?

-¡Claro que sí, hermano! Y por eso le doy las gracias a Dios todas las noches. Yo tengo puesta la camiseta de Caracol al cien por ciento.

-¿Cómo le llega a usted el trabajo? ¿No tiene jefe de prensa o alguien que le asesore?

-Todo se habla directamente con el suscrito. Como esta entrevista, si me interesa lo hago, sino no.

Es jueves por la tarde, ese día jugó Colombia contra Bahrein “¿En qué quedó el partido? ¿2 – 0? Me pareció escuchar que el resultado fue bueno. Yo si quiero a la selección pero es que alegrarse por ganar ante un equipo que ni sabíamos que estaba...”. Mientras lo que prometió ser una entrevista de media hora se convirtió en una charla de dos, hubo tiempo suficiente para que la tarde cayera trayendo consigo el trancón capitalino que retrasó la llegada del escritor César Betancur, “Pucheros” quien ya debería haber llegado para una reunión con Robinson en donde discutirán futuros proyectos. Luego de la reunión planea dibujar las caricaturas que hace para El Espectador hasta dejarse ganar por el sueño. Por lo pronto observa el trancón que se divisa desde su apartamento en la circunvalar en Bogotá y advierte sobre lo que me espera “Ah bueno, pero siquiera vive cerca”. Se despide, me mira, sonríe y lanza una última frase que aún no sé si fue una advertencia, un favor, un consejo o algo de cada una: “Diga la verdad, hermano. Diga la verdad”.

Por @enriquecart

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