Frente al terminal aéreo de la capital cesarense, se agolpan millares de seguidores. Hay más gente que para el desfile de Las Piloneras en el Festival de la Leyenda Vallenata, apunta un tal 'Diosemel' Díaz, el mismo Diomedes, ese hombre que se gana la vida vendiendo a millares discos compactos y quien precisamente acaba de hacer un recorrido por las calles del centro de la ciudad, que según dice están atestadas de gente como si se tratara de la Inauguración del famoso Festival.
La pequeña avioneta llega al aeropuerto y la estampa inconfundible de Diomedes se asoma por la portezuela de la aeronave. Uniformados de la Policía Nacional tratan de contener a la gente que quiere tumbar la malla que separa la calle, hasta que lentamente El Cacique de la Junta se abre paso entre los seguidores y se instala sobre la carrocería del carro de bomberos del municipio, que inicia un recorrido de leyenda, vitoreado por sus paisanos que en un ejercicio de catarsis, liberan la rebeldía contenida durante largos meses en los que su rapsoda, el intérprete más cercano de sus propios amores, estuvo lejos de esa comarca blanquecina, de cielo anaranjado y vestida por vientos serranos, rebautizada esta tarde como Valle de Old Parr.
Desde el carro de bomberos, tan solo a unos metros de Diomedes, observo la multitud que le presenta afiches promocionales de su más reciente trabajo “Mi Biografía”, que le alcanza pañuelos para que limpie el sudor de su frente y les regresé la prenda como testimonio de una jornada inolvidable. También le muestran carátulas de sus discos más viejos donde aparece al lado de Colacho Mendoza, hasta un hombre que apenas puede caminar y le entrega sus muletas al cacique, quizá con la ilusión de que al tocarlas le trasmita la sustancia milagrosa de su recuperación.
Pero, ¿cómo? ¿Es que el Cacique también hace milagros?, le pregunto a Dinael Torres, un empresario de músicos vallenatos, quien también es testigo de ese desfile interminable de seguidores que caminan embebidos en su propio euforia por el retorno del muchacho, del cantor campesino que nuevamente parece ganarle la partida a la adversidad.
Llevo dos horas esperando al Cacique en su residencia. Preparo un cuestionario, quiero saber de sus primeros pasos, de cómo concibió ese bello poema "Cariñito de Mi vida", de cómo fue su niñez en la finca donde trabajaba su padre como jornalero, quiero confirmar si es cierto tanto que de él se dice, si es verdad que cantaba en los buses y quiero saber si en verdad pintaba sus zapatos de color blanco para simular que eran tenis y si pesaban mucho los bafles que le tocaba cargar como ayudante del conjunto de los hermanos López.
Quiero aventurarme casi que en un interrogatorio musical para conocer cuál era su canción preferida y cuál estaba en un tono más alto "Sin medir distancias" o "Mensaje Aventurero", pero también quería compartirle que, además de periodista, yo era uno de sus fieles seguidores, quería contarle que cada año compraba religiosamente sus discos y que cuando yo tenía nueve años me embrujó con la canción "Bajo el Palmar", y que todos los días por lo menos escuchó una de sus melodías.
Estoy en medio de estas cavilaciones cuando me extiende su mano firme. Me levanto de la silla con sorpresa. El cacique me abraza como si yo fuera otro de los amigos de su infancia que hoy quieren saludarlo, los pelados con los que robaba limones y correteaba por esos patios calcinados bajo el rigor de los interminables veranos de la junta Guajira. Le digo que soy periodista del El Espacio y que me regale una horita para hacerle una entrevista.
El Cacique suelta una risotada que inunda la sala de su casa, decorada con unos óleos terracotas y esmerados dibujos al carboncillo de donde surgen acordeones centenarios terciados por negros macizos quizás inspirados en Franciso Moscote o el maestro Alejo.
" Claro, hombre, ¡si yo soy 'espacista'!, apunta e iniciamos un corto diálogo de apenas veinte minutos, mientras vecinos de varios rincones de Valledupar se reúnen a la entrada de su residencia, con saludos afectuosos pero también con solicitudes de ayuda para el ilustre muchacho de Carrizal.
Zuleta su compañero de formula, me había advertido que el Cacique no hablaba mucho y el propio Diomedes me confirma que para eso están sus canciones. Seguramente por la presión mediática derivada de la situación que apenas supera, adopta la reserva como una condición inalterable para enfrentarse a las entrevistas. No habla mucho, pero dice mucho con sus acciones, con la atención que presta al puñado de hombres y mujeres humildes que llegan a esa misma hora para que, como en otras oportunidades, les ayude con dinero para pagar una fórmula médica o una pensión escolar.
Su calidez y sus condiciones de anfitrión hablaban muy bien del cacique fuera de los escenarios. Diomedes había saltado de las carátulas de sus discos y de los titulares de prensa, había dejado por unos instantes de ser el Rey Midas de la música colombiana para materializarse en un ser humano tranquilo, que más que sus anécdotas y su vida privada quiso compartir un sancocho de gallina, y una parranda improvisada bajo uno de los famosos palos de mango valduparenses con un extraño periodista cachaco, que para colmo de males acababa de llegar de Bogotá.
Después vendrían otros encuentros con el más prolífico interprete de la música vallenata, fuera de los escenarios, como en la celebración de uno de sus cumpleaños cuando en silla de ruedas, asistió al lanzamiento del álbum experiencias vividas en 1999, en esa ocasión vi como soportó con paciencia a los reporteros que, escondidos en el parqueadero de la casa disquera, querían tomarle fotos mientras era llevado en sus brazos por uno de los integrantes de su equipo de seguridad.
Unos días antes de su fallecimiento pude saludarlo en Sony Music con ocasión del lanzamiento de su último trabajo musical. Atento, paciente ante las preguntas que siempre se repiten en las ruedas de prensa, respondió lúcido, soltó ráfagas de inteligencia, de ese repentismo que ha transformado en dichos tan populares que ya incluso cuentan con una Página oficial.