“Lo que más detesto es la hipocresía y la doble moral de los políticos y de la alta o baja sociedad”
Juan Mario Sánchez Cuervo
Cuando quiera y como quiera... y a quienes quieran puedo revelarles por vía privada o pública todos mis pecados y debilidades, mi vulnerabilidad, mis estruendosos fracasos. Si algo detesto yo es la hipocresía o doble moral. Eso se lo dejo a los políticos y a la alta sociedad, o baja, eso nunca se sabe.
Lejos de mí creerme, sentirme alguien especial. Correspondo a la media vulgar. Y si alguien lo duda que lea mis libros y muchas de mis columnas de opinión. Fui, soy y seré un irreverente. Y humano, demasiado humano. Me he observado haciendo maromas a través de un espejo… y nunca hallé en mi lomo alas de ángel. Cuando estoy solo me río como un loco de mí mismo. Bueno, también me seduce reírme a carcajadas de este circo llamado mundo.
Carnal y espiritual, pero sincero. Por eso el mundo no va conmigo ni yo con él. En contravía, digamos. Las máscaras, los disfraces no me corresponden. Pago un precio alto por ello, pero me genera goce ese desprecio del mundo por mí. Solo tengo claro algo, después de haber trasegado una semana sin internet, por ende, sin redes sociales (ese campo del cultivo del ego y de los prejuicios y de la soberbia y de las apariencias y de la esquizofrenia y de la paranoia): el mundo anda más loco y oscuro de lo que creen.
Y andamos más locos de lo que creemos. Que otros se agarren del tema de su locura. Yo me agarro desde mi condición humana de la Luz, de Jesús. Nos estamos quedando sin certezas, a la sombra de la incertidumbre, la desconfianza y de otras plagas peores que los benditos virus y pestes. Ah, tienen todo el derecho de llamarme loco y ojalá tengan la osadía de reírse delante de mis narices. Sin embargo, ni puritano ni santurrón, y convertiría en escupidera este espacio virtual que me concede mi casa Las2orillas, para confesar mis pecados y omisiones y temores y fragilidades, etcétera.
Estos son pensamientos después de un retiro espiritual en un desierto, soledad sonora y a ratos estridente; es decir, a solas conmigo mismo, un escenario reservado para el coraje. Y si alguien me aprecia de verdad debería llamarme en lo sucesivo Fray Nada, pues eso soy nada de la nada que se aferra a quien es Todo, la Luz.