Anhelamos querer ser grandes muy de infantes; cuando jugábamos con nuestro carro de juguete queríamos ser como fittipaldi; cuando montábamos en nuestra primera bicicleta queríamos ser como Cochise; cuando nos disfrazábamos queríamos ser como Batman o Superman; cuando cantábamos en el colegio o en la casa, queríamos ser como Mick Jagger o Alejandro duran; cuando pateábamos nuestro primer balón queríamos ser como Pelé.
En la adolescencia caminábamos, vestíamos queriendo ser como Presley o Travolta; cuando concretamos asustados nuestro primer amor queríamos ser como Alain Delon o el galán de moda de la tv o el cine. Siempre hemos querido ser como alguien; cuando decidimos estudiar en la universidad, cuando comenzamos a trabajar, cuando nos casamos prometimos amor eterno como otros.
Codiciamos tener un carro, una vivienda como la de alguien. Siempre quisimos ser como los otros, a los 3, a los 8, a los 15, a los 22, a los 30 años, y desde entonces no dejamos de querer ser como los otros. Es el plástico indicador de progreso que nos enseñaron, soñar a querer ser como alguien que la prensa, la tv, las noticias, la sociedad nos inculcó, y lo compramos y llevamos atravesado en algún lugar del subconsciente.
Pensamos y actuamos, planeamos y nos proyectamos como alguien, y deambulamos por una inmensa selva citadina sin salida, con otros millones de seres que también deambulan queriendo ser como otros millones de alguien. Somos como nadie, somos únicos, o somos como alguien y vamos por ahí, con máscaras falsas para ser como los otros, que también son como nadie, o como alguien.
Con los años fuimos envejeciendo, queriendo ser padres, esposos como los otros, funcionarios leales por un salario, con extensas jornadas laborales, soportando improperios como otros, gastando nuestra vida en beneficio de otros por querer ser como alguien.
Y así nos fuimos amoldando, convertidos en unos seres que iban por el mundo tratando de ser como alguien, y a lo mejor nunca lo seremos, ni como ellos ni como nosotros.
Y en algún momento cuando grandes, tal vez cuando viejos, sentiremos de pronto que el retrovisor de la mente se activará, y ansiaremos volver a ser como cuando niños con sus inmensas preocupaciones: rescatar el primer juguete, volver a los salones y pupitres de la escuela, brincar la cuerda sin tocarla, no pisar la raya en el suelo, saltar y pisar dentro del círculo, llegar de primero corriendo, esconderse bien para que no ser encontrado, comprar el mango a la salida del colegio, esconder el cuaderno del vecino del salón, temor a hablar en público, al grandulón del barrio que te matonea; tocar el timbre y salir corriendo, caminar bajo la lluvia, ponerle apodos a los compañeros, patear cuanta lata se atraviesa en el camino e infinidades de travesuras que te ocupaban y que ni siquiera planeabas, sino que vivías tal cómo sucedían.
Querrás volver a ser como cuando niño, al menos para borrar por un instante las ignominias, miserias, desigualdades e injusticias del mundo en que se vive hoy. O para concluir que en lugar de jugar a querer ser, siempre hemos sido las fichas idiotas del juego de otros.
@caospinop