Mientras Petro se dedica a intentar salvar al planeta desde la tribuna de la ONU, en Colombia algunos periodistas hacen las veces de los entes de control y son los únicos que denuncian la podredumbre de un Estado corrompido hasta los tuétanos.
Y no estoy diciendo que Petro sea corrupto, pero hacerse el de la vista gorda ante semejante cloaca de la cual ahora es el jefe, es otro tipo de corrupción.
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Ya está visto que dentro de las prioridades del presidente no está la lucha contra el flagelo de la corrupción, que es un hoyo negro por donde se esfuma la mayoría de los recursos públicos.
Los objetivos de Petro son mucho mas altruistas y por lo tanto inalcanzables: salvar la Amazonía, acabar las guerras contra las drogas y entre países europeos, detener el cambio climático, hacer la Paz total.
Frenar la corrupción o por lo menos llevarla a sus limites tolerables es una meta demasiado terrenal para nuestro nuevo mesías.
También es entendible su posición, enfrentarse a la corrupción es enfrentarse a todo el estado del cual ahora él es el jefe, como el técnico de un equipo que llega a dirigir a unos jugadores indisciplinados y mañosos.
Si se mete con ellos, le hacen plan tortuga, se dejan ganar e incluso golear para que saquen al molesto técnico. A él le toca hacerse pasito con los politiqueros, incluso trabajar de la mano con ellos, como lo hace con el partido conservador, Roy Barreras e incluso Álvaro Uribe.
Una buena estrategia desde el punto de vista político, pero inmoral y cortoplacista si es que quiere pasar a la historia como un buen gobernante.
Corre el riesgo de acostumbrarse a la comodidad del halago del politiquero y con la calma de su pacto de no agresión, se pensaría que se asegura que su mandato dure cuatro años, que no lo tumben antes.
Pero no es tan sencillo Petro, la popularidad de la que goza actualmente es la única armadura que le genera respeto y evita la traición, en cuanto la decepción de la gente haga mella y su popularidad se vaya al piso los corruptos harán fiesta con su cadáver.
Hay que actuar, ordenar la casa y aterrizar sus románticas intenciones. La paciencia de un pueblo ilusionado con el cambio tiene limites.