Cuando Pablo Escobar bombardeó el DAS

Cuando Pablo Escobar bombardeó el DAS

Mauricio Alonso, exintegrante de la institución, sobrevivió a los 500 kilos de dinamita que el capo ordenó detonar. Relato de ese trágico 6 de diciembre de 1989

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
diciembre 04, 2018
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Cuando Pablo Escobar bombardeó el DAS

Mauricio Alonso Calderón nos espera en la plaza de mercado de Paloquemao. Es bajo, delgado y tiene cincuenta y tanto años. El lugar es pura agitación: hombres cargando bultos de papa, mujeres vendiendo hortalizas, se sirven sopas de gallina, un loco que empuja un carro esferado —cargado de cartones— vocifera que “el fin de los tiempos se acerca”, un carnicero corta una posta de pierna de res, mientras una anciana ofrece faroles navideños.

Estamos en el centro de Bogotá y la atmósfera del lugar, sus pulsaciones y su energía, permanecen como hace 29 años. Son las siete de la mañana y Alonso, exintegrante del DAS, repite la rutina de la jornada imborrable del 6 de diciembre de 1989 cuando sobrevivió a los 500 kilos de dinamita que el capo de las drogas Pablo Emilio Escobar Gaviria ordenó detonar en el edificio del máximo organismo de inteligencia de Colombia.

“Nada ha cambiado mucho sabe”, me dice mientras ordena dos cafés cargados. Da una mirada al entorno: el perro que husmea en un bote con basura orgánica, un muchacho de gorra que enciende un cigarro de mariguana, una imagen de la advocación de la Virgen del Carmen franqueada por un ejército de bombillitas que parpadean, “bueno antes no había esas lucecitas sino veladoras”.

El transistor de la cafetería despacha, a todo timbal, noticias maquilladas de multimillonarios desfalcos al erario, igual que esa mañana imborrable. “Eso fue como a las 7: 30 de la mañana”, dice mientras observa a su esposa María Helena antes de iniciar su relato, como pidiendo su aprobación para hablar de un tema que le causaba estrés, pero que ha aprendido a manejar con el paso de los años.

Foto: Diego Andrés Tellez - Cuando Pablo Escobar bombardeó el DAS

Foto: Diego Andrés Tellez

Ese miércoles, Mauricio Alonso Calderón, dibujante de arquitectura adscrito al área de construcciones del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), tomó la buseta que lo llevaría a la sede del organismo en la calle 19 con carrera 27. Cinco minutos después, refiere, a la altura de la avenida Las Américas con carrera 68, subió su compañera de labores Josefina Cuenca Gordillo, una bella auxiliar del área de bienestar, con quien había logrado establecer una sincera amistad.

Precisamente, la noche del 5 de diciembre, Mauricio y Josefina habían trabajado en los arreglos navideños del piso sexto. “Era una actividad que buscaba motivar al personal, generar un ambiente de distensión para los detectives y agentes de inteligencia, en medio de la zozobra que representaba trabajar en la entidad. Por aquellos días los investigadores estaban en la persecución de la gente del cartel de Medellín”, según recuerda Alonso.

La mañana del 6 de diciembre de 1989, Mauricio se despidió de Josefina, quien siguió su camino al sexto piso para revisar el vitral, alusivo a la navidad, que habían elaborado la noche anterior. El dibujante de arquitectura optó por quedarse en el piso segundo para llegar temprano a la reunión habitual del equipo administrativo, una decisión que le permitió salvar su vida. Mauricio evoca el aroma del perfume de Josefina, como el último recuerdo de la guapa compañera, ganadora de los concursos de belleza “Miss Simpatía” que se realizaban en la institución. Volvería a verla dos días después en un ataúd, durante el velatorio colectivo de los ocho integrantes de la entidad muertos tras la explosión.

“Eso fue muy tenaz. Nos despedimos en las escaleras, yo seguí para el salón de Directores. Eran como las 7: 20, estábamos conversando, algunos tomaban tinto o aromática”. Así mientras se apuraban sorbos de tinto y aguas de especias que inyectaban calor a los funcionarios madrugadores, los responsables del atentado disponían los detalles para hacer estallar el bus que lucía falsos emblemas del Acueducto de Bogotá.

“Estábamos conversando cuando sentimos el estruendo”. Vino el estallido, la liberación de energía cinética, cayeron los vidrios con un sonido líquido de filos cortando el aire y los muros y techos, que en una maniobra increíble, se volvían fragmentos para precipitarse hasta el suelo. Como en una alucinación, el espectáculo breve e intimidante de las cosas que ya no lo son, que se vuelven añicos, astillas, mientras apenas parpadeas…

“Sentí como un movimiento fuerte —muy fuerte— y luego un eco, muy sonoro, un ruido que lo deja a uno aturdido, sordo y después como un temblor que desprendió el vidrio completo, que se salió del marco y se nos vino encima”, Mauricio vio como el cristal de la ventana lateral del salón de directores, se descomponía para transformarse en cuchillos, en proyectiles. “Yo había tenido esa visión unos días antes, —aún no me explico— vi los vidrios rompiéndose en el aire y viniendo hacia mi y esa imagen se reprodujo en ese momento”.

“Nos quedamos en silencio, como atolondrados”, hasta que la voz de uno de los jefes lo trajo de ese momento de conmoción. “Después del estallido yo me quedé viendo el cielo raso que se vino abajo y se levantó una polvareda. El coordinador de la reunión dijo: ¡hay que ayudarlos a todos!, vamos a buscar a los heridos”. Mauricio vio la cortina de polvo que se levantó como una lívida evaporación que pretendía eclipsar la luz de esa mañana. Pensaba en Josefina.

Empezó a caminar entre la nube que cubría el pasillo central del segundo piso frente al salón de Directores. “Entre el polvo y los pedazos del cielo raso pude ver a la compañera Cristina Perdomo, le sangraba la pierna y no podía caminar, entonces la cargamos con un compañero y buscamos una salida”.

Foto: Diego Andrés Tellez - Cuando Pablo Escobar bombardeó el DAS

Foto: Diego Andrés Tellez

Agrega que cargó a la joven, dependiente del área administrativa, y llegó hasta la zona de criminalística donde ubicó el acceso a las escaleras que llevaban al sótano. “Sangraba, como pudimos le quitamos un vidrio que tenía incrustado en la pierna y la subimos a un carro que estaba sacando heridos del parqueadero ubicado debajo del edificio”. Corrió detrás del auto, improvisado como ambulancia, hasta que llegó a la Cra 27 con calle 18, el sitio donde entonces, ya se escuchaban las versiones de que habían instalado un bus bomba para asesinar al director general del DAS, el general Miguel Maza Márquez.

El estallido, que destruyó la ventanería y las paredes de la fachada desnudó las oficinas; “quedaron a la vista”. Recuerda el aspecto de la edificación, como un gigante deshuesado, despellejado, como una maqueta sin terminar. “Algunos compañeros intentaban apagar el fuego con los extintores, otros hacía torniquetes con sus corbatas, todos intentaban ayudar”. Mauricio evoca también una sonoridad macabra hecha con el ulular de sirenas de ambulancias y patrullas, y el camión de bomberos con su corneta destemplada y las paredes humeantes, y los autos en llamas, como de utilería, como en una mala película de Charles Bronson, y las voces y lamentos, y las vidas que dejaron de ser vidas. Supo que tendría que sobreponerse para ir en busca de los que, como él, habían sobrevivido.

“Vi el edificio desbaratado, también las oficinas por dentro, como si estuviera a medio hacer”. A su lado permanecía perplejo, uno de los arquitectos que había ayudado a planear el edificio “En ese momento estaba llegando el doctor Alejandro Duarte, él trabajaba conmigo en construcciones, se quedó viendo el desastre y se puso a llorar”.

“Sacamos mucha gente, yo entré de nuevo al edificio y utilizamos las puertas como camillas, en ese instante sacaban al doctor Caro que era el jefe del Fondo Rotatorio. Las paredes tenían rastros de manos ensangrentadas y, aunque con muchos nervios, seguimos buscando compañeros… me informaron que un vidrio había decapitado a la jefe de la enfermería, la señora Julia, que estaba en el cuarto piso, ella trabajaba con el doctor ‘Conradito’ en el área de sanidad… de Josefina nadie daba razón”.

Mauricio caminaba con dificultad pues uno de los vidrios había cercenado la suela de su zapato izquierdo, y tras apoyar la evacuación de “quizá” 20 o 30 personas que fueron llevados al Hospital San Pedro Claver, se dirigió al sexto piso para averiguar por la joven que cada mañana se sentaba a su lado en el transporte público. “Algunos compañeros de administrativa no me querían decir la verdad, hasta que a alguien se le salió que la habían encontrado sin vida en el primer piso sobre la calle 27. El estallido la sacó del edificio”.

Fue un impacto muy fuerte. Mauricio buscó un teléfono monedero para reportar a sus padres que estaba a salvo. Después del mediodía, cuando las autoridades acordonaron la zona para adelantar las diligencias forenses, el joven que había ayudado a salvar las vidas de sus compañeros, retornó a casa en busca de un poco de tranquilidad. “Ya en la casa prendí la radio para escuchar detalle y lo más doloroso era escuchar los nombres de los compañeros en la lista de fallecidos, por supuesto ahí mencionaron a Josefina”.

Dos días después asistió al sepelio colectivo de sus ocho compañeros. Josefina le sonrió desde una foto ubicada sobre el ataúd. Una semana después volvió a la sede del DAS para tapar los huecos de las ventanas con plásticos, ayudó a limpiar los puestos ante la orden del general Maza Márquez de ordenar los lugares para que la mayoría de funcionarios regresarán a trabajar. Cristina Duarte regresó de su recuperación médica y expresó a Mauricio su gratitud por haberla ayudado a salir con vida.

Un año después, en el edificio del DAS que ayudó a reconstruir, Mauricio Alonso conoció a María Helena, con quien se casaría en diciembre de 2006. Ella refiere que: "es una persona muy tranquila, bueno los sonidos de la pólvora aún le producen estrés pero creo que a mi lado se ha terminado de recuperar en estos años de matrimonio” .

Tras el cierre de la entidad en 2012, dan algunos paseos para observar el edificio, una estructura de 11 pisos que soportó esa inolvidable prueba del poder criminal de Pablo Escobar, un legendario emblema de la violenta historia de Colombia, que sería demolida para dar paso a una moderna instalación de la Fiscalía General de la Nación.

 

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