En el arranque del primer gobierno de Juan Manuel Santos, en agosto del 2010, se puso a consideración de la entonces fiscal Vivian Morales una propuesta de paz entre las Bandas Criminales más poderosas de Colombia y el gobierno del recién elegido presidente. La propuesta había nacido desde las entrañas de la ilegalidad, y narcotraficantes como Diego Rastrojo, Cuchillo, uno de los hermanos Comba, el Loco Barrera o los hermanos Úsuga, entre otros, buscaron a dos hombres de toda la confianza de Santos para hacerle llegar su propuesta de desmovilización. Germán Chica y el asesor político venezolano, J.J. Rendón recibieron el mensaje.
La propuesta no tuvo el peso necesario en la breve fiscalía de Morales pero sí en la de su sucesor Eduardo Montealegre, quien lideró un proyecto de ley buscando lograr el sometimiento a la justicia, por medio del diálogo, con Bandas Criminales sin ningún sustento político como los Urabeños de Otoniel o los Comba, liderados por los hermanos Calle Serna. Sin embargo, la propuesta quedó enterrada durante todo el primer gobierno de Santos.
Ad portas de la reelección, se conoció de la propuesta realizada en 2010, pero lo que más causó revuelo fue el precio de la intermediación. Según información revelada por el periodista Daniel Coronell y una confesión de Javier Antonio Calle desde una cárcel en los Estados Unidos, la propuesta de “paz” de los narcotraficantes iba con un pago incluido: 12 millones de dólares para el asesor J.J. Rendón y quien fuera secretario de presidencia, el liberal Germán Chica.
Los jefes de las Bandas Criminales, quienes eran en ese momento los Urabeños, Los Rastrojos, los Libertadores del Vichada y el Bloque Meta, cuatro estructuras criminales que tenían en ese momento dos mil hombres bajo su poder, delegarían al abogado Ignacio Londoño Zabala como su representante legal, quien era cercano al Cartel del Norte del Valle y caería asesinado en el 2015.
Tras conocerse la intermediación y un proceso que nunca comenzó, J.J. Rendón y Germán Chica tuvieron que entregar sus cargos en el gobierno y en la campaña de reelección. Pero ya para ese momento muchos se preguntaban quiénes eran realmente los hermanos Úsuga, y en particular, ¿quién era Otoniel?
Nacido en Necoclí el 15 de septiembre de 1971, el hombre que sería dos décadas después con el alias de Otoniel, creció viendo plantíos arder, hombres revolcarse por el dolor de las balas. La guerra era su hábitat, su universo. Se crió en Nueva Antioquia juntó a sus once hermanos. A Juan de Dios fue el que siempre más admiró. Él era un hombre decidido, cuando tenía 16 años ya estaba en el monte, dando plomo con el EPL. Fue el jefe de cuadrilla más joven que tuvo esa guerrilla. Cuando el EPL se acabó a los Usuga no se lo consultaron. Ellos no querían cambiar el mundo, tan sólo volverse ricos y la guerra aún no les había dado nada.
En junio de 1994, como el rebelde Aguirre atrapado en las selvas del Darién, Caraballo, derrotado por las Autodefensas que empezaban a pulular en la zona, fue atrapado por el ejército. Lejos de querer deponer las armas, Otoniel, Sarley y Juan de Dios, mejor conocido como Giovanny, aceptaron la ayuda que les tendía las FARC. Crearon el frente Pedro León Arboleda. La alianza no duraría un año. Con todo lo degradada que podía estar la guerrilla tampoco era que recibieran asesinos obsesionados con la sangre como era el grupo de los hermanos Úsuga. Asesinaron a un campesino muy cercano al jefe del Frente 5 tal y como lo relata Verdad Abierta. No tuvieron otro camino que esconderse en Belén de Bajirá. Con las FARC respirándoles en la nuca no tuvieron otro camino que pedirle ayuda a Carlos Castaño.
Por sugerencia del jefe paramilitar los hombres de Otoniel entregaron, en 1996, las armas a las autoridades de presidencia y el ejército que habían mandado desde Bogotá. A los periodistas que fueron a cubrir la noticia Giovanny, quien comandaba sus hombres, les dijo que habían depuesto las armas porque se habían cansado de la guerra y que habían aceptado el ofrecimiento de Castaño: Trabajar las tierras que él les iba a dar para que vivieran allí con sus familias. Nada resultó como se esperaba. Castaño los metió en su máquina de guerra y fueron despiadados.
En las AUC recibían órdenes directas de los hermanos Rendón Herrera: Juan de Dios con Fredy, alias El Alemán; y Otoniel con Daniel, alias don Mario, en los Llanos orientales. Otoniel puso a prueba su crueldad en la masacre de Mapiripán en el Meta, el 15 de julio de 1997 cuando lo vieron “matando sin estremecerse y comer rodeado de cadáveres”. Al mando del frente Pedro Pablo González del Bloque Centauros desplegó tanta violencia que carga con 40 órdenes de captura por extorsión, secuestro, tortura y homicidio durante los diez años que portó el brazalete de las AUC.
Juan de Dios y Darío aprendieron pronto que, para ascender dentro de la estructura criminal solo tenían que seguir la ruta del narcotráfico. En el 2005 ya tenían aparato militar propio: nacieron Los Urabeños. Para posicionarse supieron aprovechar el vacío y la confusión que creo la guerra de poder dentro de las AUC acentuada por el proceso de paz del gobierno de Álvaro Uribe que concluyó con la extradición masiva de jefes paramilitares.
En las interceptaciones de radioteléfonos y celulares empezaría a quedar grabado un nombre: Los Urabeños. Detrás estaban de lleno los hermanos Úsuga y sus mandos medios Belisario, Torta, Visajes, Benavides, Mi Sangre, Cero Siete y El Negro Sarley quienes se convirtieron en el terror de la región. Juan de Dios tomó el camino del lujo y el derroche mientras Otoniel se internó en las selvas del Darién donde se aprendió de memoria los caminos de herradura entre Unguía y Acandí. Allí operaba como amo y señor del tráfico de droga y de las armas. Duros de la guerra como el Loco Barrera no solo le tenía respeto a Otoniel sino miedo: “Si en Colombia hay alguien malo, malo y realmente peligroso es ese tal Otoniel de Urabá. Se acordarán de mí. Ese Otoniel es un animal”, diría el capo antes de ser extraditado.
Los excesos de Juan de Dios terminaron sepultándolo. No escatimó en gastos para comenzar a realizar fiestas estridentes muy al estilo de su socio Fritanga con jovencitas traídas de Montería, Medellín y Barranquilla. En la madrugada del primero de enero del año 2012 los Úsuga disfrutaban de una fiesta familiar pomposa protegidos por 40 escoltas. Juan de Dios estaba completamente borracho cuando a las 4:30, con la luz del amanecer, descendieron de dos helicópteros los hombres jungla del Ejército que los ubicaron tras infiltrar a uno de los músicos. La búsqueda se había intensificado por el asesinato de los estudiantes de la Universidad de los Andes, Mateo Matamala y Margarita Gómez, en San Bernardo del Viento (Córdoba), por orden de Otoniel quien los señaló como informantes y ordenó su asesinato. Juan de Dios intentó huir pero cayó abatido y en retaliación Otoniel juró vengar su muerte.
El 5 de enero del año 2012 decretó, lleno de ira, un paro armado que se extendería por los municipios de Urabá y llegaría hasta Santa Marta. La guerra contra el Estado había comenzado y para librarla decidió hacer aquello que hasta ahora había evitado: aliarse con otras organizaciones de narcos para asegurar recursos y armas. A sus lugartenientes les dio la orden de extender las redes criminales de su banda. De esta manera coaptaron 96 grupos delincuenciales en todo el país. Desde la propia Oficina de Envigado en Medellín, Los Machos en el Norte del Valle y la mitad de los sicarios y cobradores de platas mal habidas en todo el extenso corredor del Pacifico colombiano, desde Tumaco hasta el tapón del Darién.
Las autoridades calculan que la fortuna de Otoniel ha llegado a estar en los 800 millones de dólares. Con esa caja registradora repleta de dinero también se hizo dueño y señor de todos los municipios del Urabá con oídos y ojos en el gremio de los taxistas, mototaxistas, restaurantes, tenderos y un pequeño ejército de menores de edad que llevan y traen razones. Su desaforado crecimiento, sin embargo, se volvió una fuerza destructiva. Desde el 2014 su imperio empezó a derrumbarse. Informantes atemorizados comenzaron a entregar a todos sus hombres. Cayeron más de 300 incluido su círculo más cercano: sobrinos, socios, cuñadas y hasta su esposa detenida en la cárcel de Jamundí en el Valle. Decepcionado hasta de su propia esposa -quien le estaba robando dinero con un pastor de República Dominicana con quien lavaban millones de dólares-, se ha dedicó al alcohol y a reaccionar enloquecido frente a quien le genere un pelo de desconfianza.
Aunque habría contado con ayuda de todo tipo, incluso de resguardos indígenas, su caída final ocurrió en su propia tierra, Necoclí, el sábado 23 de octubre del 2021. Su sonrisa frente a las cámaras no la olvidaremos jamás.
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