¿Cuándo nos prohibirán ver las puestas de sol que al observarlas borran el concepto de recuerdo?

¿Cuándo nos prohibirán ver las puestas de sol que al observarlas borran el concepto de recuerdo?

"Angustia lo que somos hoy como sociedad: la idea pérdida de tiempo y de espacio"

Por: John Jairo León Muñoz
mayo 28, 2020
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¿Cuándo nos prohibirán ver las puestas de sol que al observarlas borran el concepto de recuerdo?
Foto: Pixabay

Ojos de perro azul, un sueño que se vuelve real, una realidad que parece sueño. Esa es la sensación que nos deja al leer el cuento de Gabriel García Márquez. Y, así, parece el mundo por estos días con esto del coronavirus. Antes también, solo que era menos evidente caer en cuenta que se vivía en un sueño y lo presentaban como una realidad. O, al contrario, vivíamos en una realidad que terminó siendo un sueño

¿Cuál será el futuro que nos viene? ¿En qué sueño querrá la política que caigamos? ¿Por qué hay que seguir luchando ahora?, ¿el carro ecológico último modelo?, ¿la casa con electricidad producida en paneles solares, en conjuntos residenciales que nadie alcanza a estar del todo vivo para disfrutar?, ¿conseguir pareja con un solo clic? ¿Qué peste vendrá ahora para el verano? ¿Cuál será la hormiga peligrosa del otoño? ¿Cuál será la tos que cuando nos llegue nos dejará sin sentimientos? ¿Cuándo nos prohibirán ver las puestas de sol que al observarlas borran el concepto de recuerdo? Angustia lo que somos hoy como sociedad: la idea pérdida de tiempo y de espacio.

El futuro nos invitaba a planear, a organizar ideas, donde cabían: las próximas vacaciones ahorraré para ir a pasar unos días al mar o pintaré la casa o en esa fiesta le diré que le quiero o tu espacio es mi espacio. También genera una leve esperanza lo que se viene: preguntarnos lo que le hacemos a la tierra con el veneno que le rociamos para que se maten las plagas o lo que le hacemos a los animales no humanos, los encerramos y los matamos y no contentos con eso, los digerimos. Preguntarnos cuál es ese afán de poseer a los otros, a las cosas. Tal vez es tiempo de pensarse mejor la relación entre hombre y naturaleza. Es posible que lo preguntemos, y la sola pregunta no basta para hacer cambios y sigamos llevando este mundo al mismo abismo al que lo conducíamos antes de la pandemia.

El pasado ya es eso, un halo de recuerdos acompañado de la luz del sol y de la noche que acaricia el sueño. El futuro es incierto y apocalíptico. El presente es un devenir cada día, con nuevos descubrimientos y nuevas reglamentaciones muy orwellianas que invita a dudar: que unos días nos informan que no es necesario usar el tapabocas, que solo deben usarlo los infectados y, otros días nos dicen que el tapabocas es obligatorio para salir a la calle. Otros días nos dicen que el coronavirus afecta a personas mayores de sesenta años, después nos dicen que afecta también a niños y jóvenes. Otros días no hacen alejarnos de los otros a dos metros de distancia, otros días que es mejor abrir los negocios como una manera de reactivar la economía, lo que provoca que el transporte público incrementa su uso y se viaja a dos centímetros de distancia en los buses articulados. Unos días que hay que limpiar las frutas con hipoclorito, luego que no, que es mejor hacerlo con agua y jabón, porque el hipoclorito es peligroso para la salud. Otros días el virus fue creado en un laboratorio por los chinos, más tardecito los noticieros nos hacen creer que fue Estados Unidos quien lo esparció como se esparcen las semillas de girasol. El presente viene con miedo: no poder besar a los otros, prohibido abrazar los afectos, prohibido ir a casa de tus abuelos, los puedes matar. La información en poder de los medios que nos dicen qué es bueno y qué no. El medio de comunicación con más poder asusta. Asusta la mentira como verdad. Por eso siempre hay que dudar.

El peligro es el ser humano. El virus es el ser humano. Amazonas ardió, cientos de especies calcinadas, el fuego lo provocó el hombre y todo su afán acaparador y expansivo de querer ser dueño de hasta las semillas y las abejas. En Australia, el mismo hombre, que se cree dueño de la naturaleza, puso en acción su barbarie humana y sobre los campamentos naturales de los animales no humanos, desapareció coalas y canguros que huían tras las llamas.

En medio de este caos, sorprende la sociedad que llega con acciones que le hacen creer a uno que no todo está perdido ya. ¿La siguiente revolución será cibernética?, ¿la siguiente revolución le dará el poder a las ideas simples, que el mismo hombre las volvió complejas: respeto a la vida? A pesar del confinamiento, el arte, la música, el deseo de conocer y de hacer ha volcado a la sociedad, al movimiento: una familia del campo que se vuelve youtuber y que enseña a no envenenar los alimentos para que crezcan sanos y hagan parte de nuestro propio consumo. Cantantes que se unen para llevar música y acompañar el encierro y hacer llevadera la soledad. Jóvenes de universidades apostándole a través del conocimiento en sus clases como fórmula para hallar respuestas a sus dudas, a sus inquietudes, que seguro los desbordan en el día a día, les quita el habla y la utopía. Empresarios (pocos, eso sí) que no despiden a ninguno de sus empleados y, por el contrario, reinventan sus negocios para mantener el sustento de esas casas. Médicos que se la juegan por la vida de los otros, así la de ellos mismos esté en riesgo. Museos que abren sus puertas para que se visiten y se recorran gratuitamente desde la casa. Emprendimientos para recoger mercados y repartirlos a los más vulnerables. El virus no es toda la sociedad, es un porcentaje mínimo que impera sobre la mayoría. El ser humano sorprende con sus acciones nobles y loables.

Una sociedad contradictoria, también, pues sale el usurpador que aprovecha el caos para vender lo que escasea más caro o crear una ley que vuelva a una serie de ricos más ricos. O quien hace contratos indebidos en medio del dolor de la muerte de muchos. O el que quema las pruebas que lo incrimina en cientos de desapariciones y torturas.

No ha sido fácil entender los cambios que vivimos y los que se vienen, entender que el mundo cambió, todavía la sociedad lo asimila. Todavía, algunos creen, en la normalidad que regresa. Para nadie ha sido fácil ni lo será. No hay una normalidad que regresa, somos otros. Tocó vivirla, tocó transformar el entorno desde estas nuevas lógicas. Hay que adaptarse a ese lenguaje del: saludo de codos, poca conversación presencial y hacerla a través de gestos y de lejos. Con los cambios habrá que seguir resistiendo, peleando por los derechos, por lo la tierra, por el trabajo por la defensa de la diversidad, por la salud digna, por la muerte digna.

Mientras haya vida hay que seguir disfrutando de ese aire donde están los afectos y los sueños y las realidades. Mientras haya aire hay que seguir enamorándonos, decepcionándonos de nosotros mismos, de los otros. Y, a su vez asombrándonos de nuestra fuerza. Mientras haya aire está la esperanza de un futuro, cada vez incierto, pero al fin de cuentas futuro. Mientras haya aire puede uno seguir construyendo la idea de libertad, de descanso, de amistad, de momentos mara”b”illosos y de desobediencia. Mientras haya aire toca contagiarse, en el buen sentido ese contagiarse, de vitalidad, para seguir caminando en ese sendero que uno ha querido transitar y que se ha visto por estos días con escombros para recorrerlo. Esperemos que no llegue un virus que impida llegar a la cúspide y a seguir contemplando la forma de las nubes. El camino ahora, ni nunca, ha sido fácil. A contagiarse de historias, de arte, de afectos, de conversaciones, de momentos así de bonitos como los que nos mantienen el aliento en medio del confinamiento y los que parece que guardamos en una cajita musical. Contagiarse de las dudas de la existencia para estar más cerca de ellas y al reconocerlas dar pasos más livianos, quitarse el traje de astronauta que es lo que hace que al avanzar duelan los pies y el corazón.

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