Hay dos cosas que me molestan enormemente con la llegada de los años… y no son propiamente las arrugas. Me refiero a no ver igual de bien, en primer lugar; y en segundo, a perder paulatinamente a esas personas mayores que cumplieron su ciclo, que partieron a esa dimensión desconocida que es la muerte y que -además- fueron muy importantes en los momentos críticos, trascendentales de nuestro crecimiento. Hablo de los papás de nuestros amigos de infancia.
A quienes muy amablemente se han tomado el tiempo de leer lo que escribo, saben que me encanta ponerle humor a la vida y que soy una romántica irrecuperable. Tal vez por esto último es que hoy mi columna está llena de nostalgia. Acaba de fallecer Dona Fina; y ustedes dirán: ¿y quién es ella? Bueno, pues es del grupo de mamás de los amigos que nos han acompañado en la vida, que nos prestaron el hombro, que nos dieron un consejo oportuno y que en algún momento nos escucharon cuando, muy rebeldes en nuestra casa, pensábamos que nadie nos entendía. Son esas mamás o papás que nos dio la vida, fuera de nuestras casas, de la mano de nuestros amigos.
Mamás de los amigos que nos han acompañado en la vida,
que nos prestaron el hombro,
que nos dieron un consejo oportuno
Este triste acontecimiento, como sucede con la música, me hizo regresar en el tiempo y recordar lo importantes que son para uno los papás de los amigos, o esos papás vecinos que nos acogieron y que -como los propios- nos ayudaron a entender la vida, a enfrentarla, a seguir adelante.
¿Se acuerdan cuando uno iba a la casa de los amigos y las mamás hacían preguntas? Ellas no solo nos medían, porque siempre querían saber nuestras posturas, chequear la conveniencia de esa amistad, sino que también preguntaban por sus hijos, nuestros amigos. Ellas con mucho tacto, como lo hemos repetido con nuestros hijos, lanzaron preguntas y hasta echaron vaina si se quiere, pero también nos mostraron y nos dieron elementos para entender esos criterios que no comprendíamos de nuestros papás. También nos enseñaron a leer la vida y hasta a alejar las que parecían malas compañías: “Esa amiga no te conviene, por eso es que tu mamá te molesta”, y uno se quedaba pensando y dándose cuenta a través de los acontecimientos que tenían razón.
María Clara Gracia con su madre Rosela Buitrago, y su tía Blanca Buitrago.
Los papás de nuestros amigos no necesariamente se volvieron muy amigos de los nuestros, pero tuvieron un rol muy importante. Cuando ellos mueren, también lo hace una parte de nuestra vida y se exaltan los recuerdos. Quiero rendir un especial homenaje a mi vecina/mamá Albita de Acevedo, quien murió tan joven como mi mamá pero que apaciguó los bríos de mi adolescencia; a mi tía/mamá Blanca Buitrago, generosa y buena como la que más; a Doña Yolanda Mora que partió hace un par de años; a mi exsuegro Hernando Canal, el más maravilloso de todos los suegros; a Amalita Pacheco -mi viejita- que se fue hace apenas un año; a todas las mamás de mis amigos que en algún momento aportaron un consejo y un momento de felicidad, y ahora a Doña Fina, Josefina Awad de Vásquez, mamá de los amigos de mi hermana en ese entonces y de cuya amistad he disfrutado por defecto hasta estos días… De toda la vida. Su dulzura y señorío se quedaron con nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón.
Todos, pero todos todos supieron de mi cariño y mi gratitud antes de partir. A ustedes los invito a hacer memoria y sentirán de nuevo una fuerza restauradora y feliz en sus corazones.
¡Hasta el próximo miércoles!