Cuando era niña, Marta Lucía Ramírez nunca pensó en ser presidente. Tenía la imaginación afiebrada y a veces se adormilaba pensando en cómo sería la gente en Singapur o Malasia, esos países remotos que aparecían en los atlas que tenía su papá, un empleado de Bavaria, en la biblioteca de su casa.
Se graduó del colegio José Joaquín Castro Martínez, después de estudiar toda la primaria en el María Auxiliadora. Tenía 16 años, una edad en donde, en la década del setenta, pocos lo hacían. Era despierta, arrojada y brillante.
Tenía cuatro hermanos y su mamá, quien también trabajaba en una compañía de seguros, tuvo que pedir varios préstamos en el fondo de empleados para pagar su carrera de derecho en La Javeriana. Un año después Marta Lucía tuvo su primer trabajo: posar ante una cámara para ser la modelo de un comercial de Clearasil. Su aparición tuvo impacto. Dos meses después la llaman a ser modelo de shampoo Glemo y después sería la modelo de Juno. Le iba tan bien que fue portada de Cromos y, con lo que ganaba, le alcanzaba para ayudar a sus papás a pagar el préstamo de su educación.
Se graduó a las 21 años con las mejores notas. No escuchó las ofertas en donde le proponían representar a Bogotá en el Reinado Nacional de la Belleza. No, lo de ella era el estudio. Se especializó en Derecho Comercial, Alta Dirección Empresaria y Legislación Financiera. Trabajó con Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, Cesar Gaviria y Andrés Pastrana. Ayudó a diseñar, junto a Sergio Jaramillo, la seguridad democrática de Uribe. Fue la primera ministra de Defensa mujer y combatió con ferocidad a los grupos armados en la década pasada.
Volvió a aspirar a la presidencia. Mucho río ha corrido desde que posó, en minifalda, para la revista Cromos.