Cuando Lucho el embolador era la estrella: los años gloriosos de la Isla de los Famosos

Cuando Lucho el embolador era la estrella: los años gloriosos de la Isla de los Famosos

Con el regreso del reality más conocido de RCN se recuerda al consejal que, después de salir de la política, vende empanadas en el norte de Bogotá

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enero 24, 2023
Cuando Lucho el embolador era la estrella: los años gloriosos de la Isla de los Famosos

Luis Eduardo Díaz era el popular Lucho embolador de la Plaza de Bolívar cuando decidió lanzarse al concejo de Bogotá y ni él mismo se la creyó: ganó. Por fuera quedaron pesadas rivales como Luz María Zapata, la esposa de Germán Vargas Lleras y Lucho se posesionó como un flamante concejal en enero del 2000.

La fama lo acompañó también en el anuncio de su matrimonio  con su compañera de siempre Gloria Hernández ese mismo año. Las llamadas cayeron como una catarata a su celular. Políticos como Horacio Serpa se ofrecían para ser el padrino. Al final se inclinó por el periodista Yamid Amat, quien estaba en la cima. Arturo Calle le regaló el traje de bodas. La iglesia del 20 de julio se llenó con invitados y reporteros detrás de una imagen de Lucho en su camino hacia el altar.

Diecinueve años después el celular de Lucho ha dejado de sonar. Volvió al comienzo, al barrio Diana Turbay de Bogotá. Con su caja de dientes nueva igual sigue sonriendo.

Logró reelegirse para el senado en octubre del 2003, pero la gloria le duró poco: un juez le revolcó su pasado y terminó destituido recién posesionado a comienzos del 2004.  Lucho había sido condenado en 1984 por robarle un farol a un carro. No importó que lo hubiera hecho acosado por la necesidad. Su hija menor estaba entre la vida y la muerte con quemaduras graves sufridas en su propia casa del Turbay. Apareció el delito quince años después al que se le unió otra condena en  1989. La Procuraduría procedió a actuar y lo inhabilitaran por 13 años. El castillo de sueños se había derrumbado.

La llegada al consejo tuvo mucho que ver, precisamente con su pasado de humillación y dificultades. Vivían casi hacinados en una casa en el barrio Diana Turbay, que dejaba cada mañana para trasladarse al centro de Bogotá, a los alrededores de la Plaza de Bolívar, donde con su sonrisa desdentada, seducía a los abogados a quienes les embolaba sus zapatos. Un golpe de suerte le abrió el horizonte. El abogado Cesar Rosas, profesor de derecho público, tuvo la extravagante idea de lanzarlo al consejo. La figura de Lucho recordaba vagamente a Heriberto de la Calle, el embolador que Jaime Garzón. Era un homenaje que quería hacerle al personaje con el que los televidentes se burlaban del poder y sin que Lucho lo supiera, le hizo firmar el aval como candidato al Concejo de Bogotá. No tuvo un solo peso para hacer la campaña. En el tarjetón ni siquiera apareció su foto: en la Registraduría no le permitieron la entrada para el registro fotográfico. Llegó con su overol, su sonrisa de dientes, su piel manchada. Lo trataron como a un  borrachín. Junto a sus hijos y Gloria entregaban los volantes que fotocopiaban casi que artesanalmente y en los que invirtieron no más de ochenta mil pesos. Nunca pensó que ganaría.

Estaba en su casa del Diana Turbay entretenido en una película de Vicente Fernández en el atardecer del domingo 29 de octubre de 1999 cuando reventó la noticia. El asesor del abogado Rosas fue el emisario: “Ya eres concejal” le dijo. Había obtenido 18.500 votos. El edil de la localidad le envió inmediatamente unos mariachis y en el Diana Turbay se encendió la fiesta.

Con su primer sueldo entendió que la vida le había cambiado. Con los primeros $ 9 millones llevó a su familia de compras: antójense que yo pago. Y siguió el estallido mediático. La revista Soho quería desnudarlo; él mismo decidió trasladarse al barrio 20 de julio a una casa más grande. Compró carro y terminó el programa reconocidos como Yo José Gabriel. Sin embargo, empezaron a salir los lunares de un pasado complicado. Apareció la afición a la bebida y su escasa preparación para el rol público al que estaba sometido. Se ocupó de dos sencillos proyectos: la reglamentación de la vasectomía, y el uso de piercing y tatuajes.

Con la destitución después de su reelección en el 2002 sucumbió en el despeñadero.  Trece años en el ostracismo hasta que le dio por dejarse tentar nuevamente por los votos pero se hundió en su aspiración al Congreso en el 2014. Regresó a la calle con un puesto de empanadas en el norte de Bogotá, en la concurrida 85 con carrera 11.

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