Hay veces en que la riqueza de las naciones puede ser el camino más expedito hacia la miseria. La durísima temporada seca que azota el sur del país ha dejado miles de animales muertos, espejos de agua totalmente secos, y una aridez desértica que no era propia de los verdes llanos orientales. Por otro lado, en el Chocó, un incendio consume miles de hectáreas de bosque nativo, una tragedia que según expertos demorará tres décadas en borrar sus huellas.
El cambio climático no es culpa del gobierno de Colombia. El gobierno de Colombia es culpable de no hacerle frente al cambio climático. Para nadie es un secreto que en Casanare se mueven muchos millones de pesos por concepto de regalías, pero tampoco es secreto que esa plata no se reinvierte, y ciudades como Yopal terminan sufriendo de falta de agua potable en una región que guarda el 47% del agua subterránea de uno de los países con más cantidad de agua en el mundo.
Se trata de olvido, de irresponsabilidad histórica, y algo más grave, de carencia absoluta de sentido estratégico. Los estudiosos de la seguridad miran con ojos cada vez más atentos el asunto del cambio climático. Es un desafío enorme al que se enfrentan los Estados del mundo, y en algunos lugares como Suecia, Dinamarca, Islandia, entre muchas islas que parecen estar cada vez más hundidas, es una amenaza en todo el sentido de la palabra. Aquí tenemos tanta agua que no importa cómo la utilicemos. Al final caerá del cielo e inundará nuestras casas. Tenemos tantos animales que no nos importa cómo mueran, al fin morirían perseguidos por cazadores furtivos y contrabandistas. Tenemos tanta selva que no sabemos cómo tumbarla y pensamos que al final las matas matas son, y como nacieron una vez, así nacerán mil veces.
Apuesto el alma a que ninguno de nuestros gobernantes han leído acerca de las “Nuevas Guerras”, que así no sean tan nuevas sí reflejan bien el porvenir de nuestras sociedades. Nos enfrentaremos por recursos naturales. O bueno, tratarán de enfrentarse con nosotros mientras los miramos impávidos. Quienes no tienen vendrán a donde quienes sí tenemos, y veremos cómo nuestra riqueza nos lleva al sometimiento y la destrucción.
Hay tres caminos. El primero, seguir gastando tan rápido como sea posible nuestra riqueza natural, así en un futuro no seremos vistos con ojos envidiosos y avaros por las potencias del norte. El segundo, como diría Mariano Ospina Rodríguez en 1857 en una carta dirigida al General Pedro Alcántara, ministro de Colombia en Washington, anexarle de una vez y para siempre a los Estados Unidos una estrella más. No sería, como diría Ospina, el Estado colombiano en su conjunto, que de poco o nada puede servirle a EEUU, sino su inexpolorada parte sur (y de ñapa el Chocó), donde las riquezas abundan y los problemas pueden solucionarse, que sí pueden. ¿Han visto esas noticias sobre los colegios gringos donde enseñan que la Amazonía colombiana es de ellos? Pues que así sea y nos desencartamos de una vez. O el tercero, particularmente improbable, que nuestros gobernantes le paren bolas al sur, que las regalías se reinviertan, que se emprendan planes de desarrollo económico y ambiental, que se recojan las aguas lluvias para las temporadas de sequía, que se ocupe el territorio de manera sostenible y respetuosa, y que, finalmente, se entienda que lo que tenemos puede ser tanto una oportunidad como una terrible amenaza contra nosotros mismos.
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Camilo Andrés Acosta