Que Colombia llegue a ser la Nación más educada de Latinoamérica en el año 2025 no es una propuesta; es una promesa, y las promesas las hace cualquiera. En Colombia se acostumbra decir que las promesas son cosas de borrachos y de políticos; aunque, sabemos que prometer también es algo propio de los niños cuando quieren conseguir algo a cambio. Sin embargo, también son los niños los que más se toman en serio las promesas que les hacen los “grandes”, debido a su pureza que, con la corta experiencia que tienen del mundo, se viste de ingenuidad.
La promesa de la nueva ministra de educación de hacer de Colombia la más educada, se recibe, o con ingenuidad, o con esa ignorancia progresiva que en el común de los casos se traduce en indiferencia. Pero, hablemos de los más ingenuos: de los escolares que se están formando como personas justo ahora y que a diario son enviados, por la suerte o por sus padres, a los colegios a estudiar. Los que para ese año 2025 ya no protagonizarán las cuentas ni los resultados ni los datos estadísticos de las pruebas PISA (Programa para la evaluación internacional de alumnos) que confirmen si se cumplió o no la promesa de la ministra. Son estos mismos, los menores que hoy día se quedaron sin clases porque sus maestros decidieron parar.
Mientras el paro se mantenga no habrá negociación con los maestros, fue lo que dijo la nueva ministra de educación Gina Parody. Aclaro por qué me refiero a ella como la nueva ministra y no simplemente como la ministra de educación: porque esta vez se ha hecho más evidente la situación de siempre: que el gobierno de turno pone frente a este Ministerio a alguien con la intención de renovar, en su nombre (o apellido), un sistema educativo que se diseñó, junto a otros sistemas, para posibilitar que se prolonguen los problemas sociales que desde hace más de sesenta años aquejan al país. En términos prácticos, un Ministerio en el que se volvió norma que el encargado de turno le ponga más problemas al problema perenne de la educación. Y precisamente, esta contrariedad se fundamenta en algo que ya parece un principio constitucional colombiano: que la educación no es una prioridad para quienes llevan las riendas de la Nación, ni lo es su calidad, ni su cobertura (aunque de esto último es de lo que más se muestran cifras); ni las condiciones laborales de quienes ejercen como docentes, ni la situación de quienes reciben esta educación, los estudiantes. Y para completar este collage de mal gusto y perversidad sistémica, una educación donde el enfoque de sus contenidos no es consecuente ni coherente con las necesidades ni los desafíos de la sociedad colombiana. Ahora, también vale la pena que repasemos por qué la ministra no va a negociar con los maestros mientras estos mantengan el cese de actividades. Básicamente por dos condiciones: si los maestros suspenden sus labores le están negando el derecho a la educación a los niños y este es un derecho fundamental, y la segunda, porque durante el último cese de actividades de la Rama Judicial se decretó que la Corte Constitucional le prohíbe al Estado pagar salarios a quienes no cumplan con sus funciones (véase: http://www.eltiempo.com/politica/justicia/paro-de-docentes-y-paro-judicial-funcionarios-que-no-trabajen-no-reciben-salario/15615356 )
Pero es claro que para los docentes estas condiciones no son suficientes para detener esta nueva jornada de protesta; de reclamo, de dignidad y hasta de sentido común. Es verdad: la educación es un derecho fundamental, eso nadie lo discute, y, contradictoriamente, aunque hoy se muestra como el tema de discusión en los medios de comunicación, en verdad, son pocos los estamentos de la sociedad colombiana quienes conocen la dimensión completa de este problema y se dan cuenta que el Estado también tiene alguna responsabilidad en los resultados de las, ahora famosas, pruebas PISA. Los resultados que estimularon la creatividad de la nueva ministra para incursionar en nuestro país curiosas actividades extra-clase como las de “el día E o día de la excelencia educativa”.
Pero no es la educación la que está en juego, ni por la que protestan y hacen paro los docentes, es la educación de calidad la que se reclama en medio de arengas, concentraciones y manifestaciones en la plaza pública, y de la que gozaríamos como país al contar con un ambiente de motivación y favorabilidad laboral para quienes se dedican a enseñar. Para los que llevan sobre sus hombros la responsabilidad de cumplir la “premonición” -o los ejercicios de cálculo de la ministra Parody- de lograr que Colombia sea la más educada en el año 2025. O en el común de los casos lograr su equivalente, al darle la satisfacción al gobierno de turno de entregarle a los colombianos cifras distintas, que ubiquen al país en un puesto menos deshonroso en las pruebas PISA de entonces.
Es en medio de todo este alboroto diario donde la ministra, en representación del gobierno (de este, del anterior y de los que los engendraron), presenta cifras y datos irreales sobre la situación laboral y económica de los maestros, y para completar, se pronuncia con autoridad y amenaza –palabras sinónimas en Colombia- a decir que no habrá negociación con los profesores hasta que no reanuden sus labores que, en mi opinión, seguirían manteniendo el sistema educativo descrito anteriormente. Pero no, los maestros marchan y suspenden labores en un momento coyuntural; cuando la paz o la guerra –palabras sinónimas en Colombia- se negocian en una mesa de conversaciones que, paradójicamente, sí son posibles de mantener aunque ninguna de las partes involucradas haga un cese definitivo de hostilidades, que de hacerse le entregaría a los colombianos resultados de excelencia tan importantes como los que aspira la ministra que entreguen las futuras pruebas PISA.
Estaríamos hablando del final de una guerra; de quienes la financian; del final de sus estragos y de sus víctimas (todos en el país lo somos sin excepción); por eso, los maestros también caben y merecen estar en la mesa de conversaciones de la Habana, así sea en sentido figurado. Seguramente allí no se sentarán ni del lado de la guerrilla ni del lado del gobierno; pero, dejarán claro en medio de su elocuencia que la educación de calidad, esa que no alcanzan a conocer, ni planean impartir los que viven de la guerra, nunca será posible en una sociedad que, por más nuevas estrategias (Índice Sintético de Calidad), no logre reconocer y castigar su amañada corrupción y entender que esta ha sido la causa de todo tipo de violencia. Por eso los maestros marchan, paran y protestan; porque aprender a darle el trato digno a quienes dedican su vida a la educación, es también otra forma de lograr que en Colombia las futuras generaciones diferencien la paz de la guerra y prefieran trabajar por la primera, de forma que como sociedad, superemos