A lo largo de mi vida, nunca supuse lo difícil que era llegar a la tercera edad, hasta que el destino me puso -frente a frente- con esa realidad, cuando en el año 2016 un olvido momentáneo pero significativo de mi Madre Adelfa Niño, sería el inicio de una serie de quebrantos en su salud, que no hace mucho la privaron de sus diarias y felices caminatas de la casa a la Catedral San José de Yopal, en donde verla pasar durante casi cincuenta (50) años, se convirtió casi que en una costumbre de nuestro pueblo, hasta tal punto que muchos ahora extrañan esa “travesía”, para asistir a su solemne y sagrada eucaristía, o los esperados martes –con su vestido blanco- a las reuniones de la “Legión de María”.
A mediados del año pasado, unos exámenes y chequeos en la Fundación Cardioinfantil de Bogotá -coordinados por el Neurólogo casanareño Iván Gaona- estableció en ella una enfermedad de la memoria, que me sumió a solas en un profundo llanto -caminando desesperado por muchas horas en los alrededores de esa Fundación- no sin antes aclarar que he recobrado con el paso del tiempo la esperanza, por un novedoso tratamiento con parches (Rivastigmina), que le mantienen intacta su identidad y hasta los recuerdos más recónditos, viendo su misa en TV Familia, y su infaltable programa Caso Cerrado, con la estrafalaria y hasta graciosa doctora Ana María Polo.
La semana antepasada, un intempestivo y agudo dolor del tórax -que se extendía a la espalda- propició llevar a mi Mamá de inmediato a Urgencias del Hospital Regional de la Orinoquia (HORO) en Yopal (Casanare), para posteriormente ser remitida en ambulancia a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la Fundación Hospital San Carlos de Bogotá, en donde fue dada de alta el día de ayer, descartando el cateterismo un posible infarto, lo que no la exime de un cuidado especial y estricto seguimiento médico.
Antes de continuar con esta Columna Dominical, quiero expresar mi gratitud con un puñado de personas, que estuvieron al frente para salir avante de esta situación, como Sergio Solarte -asesor del Gobernador de Casanare Cesar Ortiz Zorro- el delegado de la Superintendencia Nacional de Salud en Casanare Leonardo Puentes, el personal médico del Horo, los médicos Edwin Barrera y Pedro Marriote, la funcionaria de la Nueva EPS Blanca Forero, y el asesor jurídico del Instituto Nacional de Cancerología (INC) Álvaro Acosta, como también José Luis Domínguez Niño -el sobrino de su adoración- quien en la UCI de la San Carlos siempre la animó y la hizo reír; y definitivamente un ángel llamado Martha Isabel Aldana, quien estuvo al frente -día y noche- hasta que mi Mamá fue dada de alta, como también la enorme paciencia de mi jefe el Senador José Vicente Carreño, quien me ha autorizado trabajar de manera virtual estas últimas semanas ¡Gracias totales!
Al partir esa noche mi Mamá en la ambulancia a Bogotá, la seguí con la mirada por la Marginal del Llano, hasta que las silenciosas luces rojas de la sirena desaparecieron a lo lejos, sintiendo entonces una honda soledad y tristeza en los alrededores del HORO, extrañándola inmensamente en el alma, a pesar de habernos despedido hacia tan solo unos minutos en su camilla, en donde me insistió una y otra vez guardar la calma, más preocupada por su hijo, que por su propia salud, anteponiendo siempre mi bienestar al de ella.
Este Columnista evocó entonces con dolor y nostalgia, cuando con determinación y disciplina se propuso costear mis estudios de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de la Sabana de Chía (Cundinamarca) -reservando la plata del seguro del accidente fatal de mi Padre, para pagar los costosos semestres de la Carrera- sometiéndose a duras y largas caminatas montaña arriba –dos horas diarias- para dictar clases en una escuelita de la Vereda La Upamena en Yopal, ganando tan solo un salario mínimo, que con devoción me lo enviaba todos los meses, sin atreverse a coger un solo peso o centavo para ella.
Lo confieso: No todo ha sido perfecto. Mis locuras y juergas de la juventud le hicieron mucho daño, lo que probablemente nunca terminaré de reparar, más una infortunada diferencia –que nos distanció un largo período de tiempo- cuando hace diez (10) años se opuso a una de mis relaciones sentimentales, argumentando que esa “jovencita” no me convenía, y que no dudé en defender un solo segundo, convencido de preservar una legítima independencia en mi vida, pero que a estas alturas no estoy tan seguro, en donde ahora me pesa lo radical y estricto de mi actitud con ella, y que sin duda generó en los dos un profundo y agudo dolor en el corazón.
El arribo a su tercera edad, ha generado un feliz y bello reencuentro, en donde he procurado –dentro de lo que está a mi alcance- que no le falte absolutamente nada, compartiendo todos los días de mi vida con ella, haciéndola partícipe de los diferentes logros como asesor legislativo –ella ama al Congreso- destinando un domingo para ver una clásica película de Cantinflas, reservando una mesa para almorzar en Sebiche –el restaurante de comida peruana, que actualmente funciona en nuestra casa de Yopal- o cuando el año pasado la llamé emocionado a Bogotá –desde el Movistar Arena de Santiago de Chile- para contarle -con emoción y orgullo- que en ese preciso momento estaba cumpliendo un sueño infantil, en el sentido de asistir a un concierto del cantante mexicano Pedro Fernández, y que ella nunca se cansó en asegurar que -tarde o temprano- ese sueño se haría realidad.
Gracias, Mamá.
Coletilla: Alguna vez el abogado Alexander Lora -quien está día y noche al frente de la salud de su Mamá- no dudó en advertirme:
Lo que estamos haciendo por ellas (nuestras mamás), no tiene nada de extraordinario, ni nos hace ningunos héroes, simplemente estamos cumpliendo con un mandato natural, en el sentido de salvaguardar la integridad de quienes nos dieron la vida, y de paso le debemos todo lo que somos.
Alex tiene razón.
*** Asesor Legislativo - Escritor.