Sin duda alguna el lenguaje y por lo tanto las palabras juegan un papel primordial en nuestras vidas, no solo para comprender el mundo sino porque su uso lo hace, lo moldea, lo transforma. Dijo Ludwig Wittgenstein “pronunciar una palabra es como tocar una tecla en el piano de la imaginación”. Es así que las palabras que escogemos para comunicarnos son de gran importancia, pues estas influyen en la percepción del mundo y por lo tanto en nuestro comportamiento.
Así mismo, Chaim Perelman afirmó “el lenguaje no es solo un medio de comunicación, también es un instrumento para influir en los hombres, un medio de persuasión”. Y por lo tanto, el lenguaje al que estamos expuestos, las palabras, los discursos y sus razonamientos, determinan en cierta medida nuestra forma de comprender el mundo, de razonar y por lo tanto de comportarnos ante ciertas situaciones. No en vano escribió Aristóteles “los que no están familiarizados con el poder significativo de las palabras son víctimas de falsos razonamientos, tanto cuando razonan ellos como cuando oyen razonar a otros”.t
Por la importancia de las palabras, del lenguaje y de nuestras expresiones es que se observa con gran preocupación varias cosas que están sucediendo en Colombia y en el mundo. Cosas que en realidad deben alarmarnos, a la vez que invitarnos a la reflexión y a crear una realidad diferente. Lo primero es hablar de Colombia. Es realmente triste que se esté tratando a los movimientos sociales y sus dirigentes como si fueran delincuentes o desadaptados sociales. Pues la verdad es que los movimientos sociales en Colombia son nada más ni nada menos que un componente básico de la democracia. Sus reivindicaciones son cosas elementales de salud democrática: trabajo digno, salud, empleo, educación, medio ambiente, entre otros.
Esas exigencias son de lo más normal en países denominados “avanzados”. Por lo tanto, los movimientos sociales quieren, desean y aportan desde su realidad para el progreso del país. Por eso es muy triste y vergonzoso, pero sobre todo altamente peligroso lo que dicen los mensajes en Twitter del expresidente y hoy senador Álvaro Uribe, pues no hizo otra cosa que justificar el asesinato, la violencia, las masacres. Este hombre no tiene ningún tipo de reparo moral para sumergir al país en el odio y la violencia. De hecho, él vive políticamente del odio.
Acudir al discurso de odio, guerra y violencia es algo que últimamente está muy presente en política. Esto ha generado no solo que unos miren con sospecha a otros, sino que se produzcan auténticas barbaridades, como resultado de la intolerancia y del estado de perturbación que se impone. Lo hemos visto en una gran cantidad de atentados terroristas, que no son otra cosa que el producto de la intolerancia, el odio y el fanatismo. Sin embargo, también lo vemos en el comportamiento mismo de las instituciones del Estado. En Brasil, por ejemplo, el gobernador de Río de Janeiro ha desatado ese discurso de odio, en donde todo el mundo, principalmente negros y pobres, son sospechosos. Lastimosamente como resultado de ese estado de locura, este domingo 07 de abril el Ejército de Brasil abrió fuego contra una familia que iba en su carro camino a un baby shower. Después los militares emitieron un comunicado, mintiendo sobre el hecho y justificando el asesinato.
Ahora bien, en el plano internacional, el mundo se acaba de sorprender al observar cómo el señor Donald Trump califica al ejército de un país como organización terrorista. Esto fue contra Irán, específicamente contra una de sus fuerzas militares, la llamada “Guardia Revolucionaria de Irán”. A su vez, el presidente de Irán, el señor Hassan Rouhani, declaró al Comando Central de EE. UU. - Fuerzas Armadas de EE. UU. en Oriente Medio como organización terrorista. Y la realidad se vuelve cada vez más compleja. Estos dos señores no han hecho más que tensar la cuerda.
Las palabras que usamos o nos pueden ayudar a hacer de este mundo un lugar mejor o, por el contrario, nos pueden sumergir en la desgracia. Pero bueno, alguien puede decir que no son las palabras sino lo hechos. Eso es cierto, pero realidad y palabra están íntimamente relacionadas. Piense por ejemplo en las siguientes dos palabras: adversario y enemigo. Son cosas diferentes. Las palabras ayudan a delimitar nuestro razonamiento. Un adversario es una persona con la que se dialoga y se discute a pesar de las diferencias, pero la palabra enemigo lleva implícito odio y eliminación del otro. Ahora imagínese lo que significa “terrorista”, “bandido”, “secuestrador”, etc.
En definitiva, tenemos que frenar ese discurso de odio con el que algunos se protegen y pretender perpetuarse en el poder, pero sobre todo debemos hablar como humanidad de las cosas buenas, de las perspectivas de futuro, de los desafíos y las cosas bellas que tenemos por construir. En El principito este dice "pero los ojos no siempre saben ver. Hay que buscar con el corazón". Eso es lo que tenemos que hacer ahora mismo: con el corazón construir humanidad.