El principio bajo el cual se debería analizar todo conflicto es que cada una de las partes cree tener la razón, que lo soporta con argumentos, y que está convencido de que actúa honestamente.
En otra palabras el peor análisis y el que lleva a peores resultados es el que comienza por descalificar la naturaleza de la contraparte; y más cuando lleva asumir la perversidad en la intención y con ella se entra cuando se abre la posibilidad de un diálogo.
Aplica eso bastante a la polarización que vivimos en esta época.
Infortunadamente tanto para los políticos como sobre todo para los medios de comunicación la forma de mover la opinión -los unos para hacerse elegir, los otros para volverse ‘tendencia’- no es encontrar una solución a esa disyuntiva sino por el contrario explotar el lado emocional relegando a un segundo plano lo racional y analítico.
En todo el ‘Proceso de Paz’ lo evidente es que ambas partes tienen su razón y que ambas tienen algo de fundamento. Que es un inmenso logro el haber eliminado el enfrentamiento con el grupo armado más grande que enfrentaba al Estado, es necio negarlo o minimizarlo y llegar a convertirlo más en un problema que en un beneficio. Que el trámite tuvo inconvenientes tan graves que justificaban cuestionar el camino seguido fue claro en su momento y lo confirma lo que está sucediendo.
Pero seguimos sobredimensionando las diferencias y los problemas en vez de ‘reducirlos a sus justas proporciones’.
No es propiamente que estemos en un limbo donde la falta de interpretaciones jurídicas o políticas lleven a una inevitable confrontación. Lo que existen son argumentos válidos de parte y parte, y eso es lo que permite que entren en juego no las capacidades dialécticas sino las que mueven a la opinión pública para buscar imponer un punto de vista.
Existen argumentos válidos de parte y parte, y eso es lo que permite
que entren en juego no las capacidades dialécticas sino las que mueven a la opinión pública para buscar imponer un punto de vista
No tienen razón los que defienden las objeciones sobre la base que no se tuvo en cuenta que ganó el NO, puesto que como consecuencia de ello se renegociaron los puntos posibles y se llegó a un acuerdo que fue procesado bajo las reglas que se aceptaron en ese momento (fastrack, aprobación del Congreso, revisión de la Corte Consitucional). Lo que sucede es que el replanteamiento que hoy respaldan quienes defienden las objeciones tiene tanta legitimidad como el trámite que entonces se usó. El punto en ambos casos es que la ‘institucionalidad’ creada está sujeta a las conveniencias o convicciones de quien tiene el poder.
Bajo esta premisa toda presentación no solo es aparentemente sostenible sino se convierte simplemente en un pulso que se resuelve alrededor del poder de las partes y no de la razón que las asiste. La conciliación deja de ser una posibilidad porque las dos partes pretenden que la verdadera conciliación es el imponer la posición propia.
Es lógico que quienes no admiten que vivimos un conflicto armado les parezca que no tiene porqué darse un ‘acuerdo de paz’. Y por supuesto la lógica de quienes defienden ese acuerdo es que los que no lo reconocen son enemigos de la Paz. Pero ni lo uno ni lo otro es cierto, ni los unos ni los otros lo creen en el fondo así.
Como bien está quedando en claro tras los análisis de las posibles motivaciones por las que el Dr Duque presentó esas ‘objeciones’ es que son estrategia en una campaña electoral. Como la amenaza con la ‘ideología de género’ cuando el plebiscito. Pero también es campaña electoral el asustar conque desaparecerá la JEP o como lo fue que se volvería a armar la guerrilla si no ganaba el SÍ.