“Y si la imagen religiosa central era la de una mujer dando a luz y no, como en nuestro tiempo, un hombre muriendo en una cruz, no dejaría de tener sentido deducir que la vida y el amor a la vida —en vez de la muerte y el miedo a la muerte— dominaban la sociedad, así como el arte”. Riane Eisler, El cáliz y la espada.
Desde tiempos muy remotos y en los cinco continentes, se han encontrado vestigios de deidades femeninas, que han acompañado e iluminado a la humanidad en su camino. Han sido abundantemente documentados hallazgos arqueológicos que muestran cómo en múltiples civilizaciones existen imágenes y relatos míticos que explican el origen de la vida en una diosa que parió y cuidó del planeta y sus especies o en una pareja que dio origen a cuanto existe.
La mayoría de estas culturas fueron politeístas, adoraron a la diosa madre, la diosa doncella o virgen y la diosa anciana o sabia. Otras, adoraron una sola diosa que era al mismo tiempo tres personas, como en la trinidad católica: virgen, madre y sabia.
Diosa Raíz Espiritual: petroglifo encontrado en Abra, Cundinamarca. Representa una deidad enraizada tanto en la tierra como en el cielo y que protege el ser humano, quien está representado por la figura pequeña a su derecha. Reproducción: Lydia Ruyle.
Lo cierto es que las imágenes sagradas en casi todas las civilizaciones antiguas muestran figuras femeninas pariendo y amamantando, sembrando o protegiendo el mundo. Estas culturas ancestrales representan también el milagro de la vida vivido en comunidad. Siglos después las diosas fueron devaluadas en la jerarquía por las culturas patriarcales como la griega o la romana o desterradas definitivamente por las religiones monoteístas, que instalaron un dios único, por el que hay que matar y morir.
Y una de esas religiones, la cristiana que es al religión mayoritaria en el país, tiene como su máxima imagen sagrada a un hombre muriendo en una cruz, torturado, desangrándose, rodeado de miradas de odio, indiferencia o impotencia. El hijo de un dios muriendo en medio del dolor y la soledad.
No importa si se profesa algún culto monoteísta. La gran noticia que le voy a dar puede ser una oportunidad también para usted: Las diosas vuelven a estar en el Valle del Cauca.
Una artista estadounidense, Lydia Ruyle, ha dedicado muchos años a recopilar imágenes e historias de diosas en lugares sagrados en países como Australia, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Luxemburgo, Italia, Grecia, Serbia, Bulgaria, Alemania, República Checa, Polonia, Rusia, Turquía, Ghana, Brasil, México, Perú, Japón, Nepal, Bután, Tíbet, China, Estados Unidos y Colombia.Parte de su trabajo ha sido la elaboración de cuadros con las figuras de las deidades encontradas, que luego imprime en bellos pendones, trece de los cuales van a estar expuestos en el boulevard del Río Cali el martes 5 de noviembre a las 5 p. m. y la Plaza de Bolívar de Palmira el 6 de noviembre a las 4 p. m., como antesala del Encuentro Internacional de Círculos Matriarcales (http://circulosmatriarcales.blogspot.com/).
Pasear junto a las diosas en una tarde vallecaucana es la oportunidad de reencontrarnos con el poder del alumbramiento, la crianza y el cuidado de la vida.
Puede servir también para que, inspiradas por ese principio de las deidades femeninas, intentemos vivir en armonía con la naturaleza y entre los seres humanos y dejar un planeta mejor para las generaciones futuras.
Tal vez en el ondear de las imágenes de las diosas de diferentes culturas, podamos encontrar pistas para los retos que tenemos hoy en un país urgido de inspiración para su reconstrucción social y espiritual.
Tal vez podamos reencontrar caminos para construir una sociedad que valore a sus mujeres, a sus niñas y niños y podamos inventar nuevas maneras de relacionarnos sin discriminaciones, humillaciones ni violencias.
Tal vez las Diosas nos permitan recuperar nociones como la abundancia, la solidaridad y la bondad como centro de nuestras relaciones sociales.
Tal vez hoy más que nunca necesitamos de las diosas para disfrutar por fin un país en paz.
Recordar a estas diosas nos puede también inspirar la sensación de que nunca han estado ausentes o muertas. Habitan en cada ser, en cada rincón y en cada ciudad. Basta con pensar la cantidad de veces que logramos sobreponernos a la tragedia, a las violencias, a la competencia y el consumo desmedido como único destino.
Las diosas nos habitan cuando logramos conectarnos con la generosidad de la Pachamama, desplegada ante alguien que necesita nuestra mano solidaria, o cuando logramos ser plenas y felices, o cuando logramos cuidar la vida, alimentarla, hermanarnos con el planeta entero.
Así que queda la invitación: déjese inspirar, vístase de fiesta y venga a pasear con estas diosas, que por lo demás no requieren venias ni sacrificios, sino diálogos amorosos y reconocimiento de que las llevamos dentro.