Edward Hopper (1882-1967) es uno de esos artistas únicos de la escena norteamericana en el siglo XX. Pintó siempre la soledad de unos mundos que correspondían generalmente a escenas de su ciudad: Nueva York. La ciudad de la soledad o de la indiferencia. El individualismo los lleva a emprender la batalla del aislamiento.
En un comienzo la vida de pintor de Hopper no fue fácil. Durante años se ganó la vida como ilustrador de revistas pero, en 1913, en la feria de arte del Armory Show, vendió su primera obra de arte y se instaló a vivir en el barrio de Greenwich, donde vivió toda su vida con su esposa Josephine Nivison.
Su proyecto pictórico mantuvo el interés en representar el mundo interior de los seres humanos. En medio de la Depresión Norteamericana observó el mundo de las relaciones humanas que fue pasmando en sus personajes lejanos del mundo: el ser nocturno en café. Como Nueva York es el mundo del espectáculo pintó teatros donde en las esquinas sobreviven en un estado emocional de abatimiento y en una espera donde se termina en soledad. Para sentirse acompañados.
Sus composiciones siempre están medidas por un trabajo donde la luz le da un orden geométrico horizontal —allí podemos apreciar cuánto estudió al holandés Johannes Vermeer (1632- 1675)— donde aparecen unas diagonales de luz interesantes.
Cuando Edward Hopper pinta paisajes, la luz tiene la claridad de la ausencia. Desde ese mundo pictórico norteamericano siguió de cerca el realismo de Winslow Homer (1836 – 1910) o el de la obra de Thomas Eakins (1844-1916).
Sus atmósferas frías desembocan en una soledad cotidiana; se trata de imágenes en las que la fuente de inspiración fue una vida norteamericana con una desolación anímica que, el mismo Hopper llamó: historias de una amalgama de muchas razas.
Dentro de todos los movimientos imperantes de esa época en el que fue pintor y grabador, defendió en su esencia al imperio de la imaginación. Afirmaba que una de las flaquezas del arte abstracto radicaba en un intento por sustituir la concepción privada de la imaginación por cálculos del intelecto. Y Así pintó siempre su mundo real.
Cada temas tienen sus respectivas escenografías, los cuartos con sus mujeres tristes, solas, con la gestualidad del cuerpo abatido por sentimientos. Los diálogos de las personas en los cafés donde hay un posible desencuentro es otro, los paisajes desolados no habita sino el silencio, las estaciones de gasolina donde hay una ausencia o, en las esquinas donde aparecen personajes paralizados por la inercia donde esperan abatidos sobre una pared es el mundo de sin ganas de trabajo. El pintor más bello pinta lo más trágico del ser humano: la soledad.
Publicada originalmente el 13 de enero de 2018