Por definición, en Colombia toda la televisión es pública, es decir, cualquiera que quiera y pueda está en derecho de consumir cualquier tipo de contenido televisivo, lo que nos lleva a una cuestión: desde la añeja ley general de televisión (182 de 1995) hasta la moderna ley general de televisión (1507 de 2012) los televidentes vemos televisión, es decir, un televidente realmente desprevenido, sin ningún tipo de cooptación, no discrimina sobre quién produce o subsidia lo que consume.
Pero, cada cierto tiempo, parece que la televisión pública nos interesa. Nos vestimos de indignación y le reclamamos. Por eso hoy muchas personas levantan la voz reclamando la actuación (o la no actuación) del alcalde de Medellín ante el abuso que parece darle su nueva gerencia a Telemedellín. Mi pregunta es: ¿dónde han estado esos ofendidos antes y en cada ciclo administrativo? Ver las vestiduras rasgadas de otros que han validado diferentes programas de gobierno en el pasado solo me lleva a pensar en la cómoda gratuidad del ofendido: cada gerente del canal local, de manera sutil unos o de manera descarada otros, ha estado al frente de una corporación que por vocación le es leal al mandatario de turno.
Como ya algunos sabrán, yo mismo fui productor de contenidos del canal local, pero mi interés académico por la configuración del sentido de lo público me llevó a desmarcarme del oficio como realizador hace 11 años para dedicarme a la academia. Academia que, por cierto, está repleta de gente que aplaude de manera atronadora el sentido de la televisión pública mientras que se atora de maratones de series en streaming; dicho de otro modo, gente que no usa o consume aquello que dice defender, como igual lo harán concejales, diputados, estudiantes de comunicación y una gran cantidad de etcéteras que tienen por oficio ofenderse sin argumentos correspondientes.
Lo que está haciendo el actual gerente de Telemedellín ni es nuevo ni es sorprendente frente a lo que significa una televisión que no es pública sino "publicada" (los contenidos realmente no son evaluados en términos de eficacia o calidad, mucho menos de sintonía). Claro, uno puede encontrar momentos y lugares en los que la televisión pública realmente se ha hecho potente, pero obviar la constante migración de los usuarios es lo que realmente le va pasando cuenta de cobro a estas señales.
Mientras en Colombia se cacareaba la TDT y el apagón analógico, llegó su majestad el streaming y los retos de crear contenidos se convierten en abismos donde primero se debe reformular la gestión administrativa de estos canales, repletas de funcionarios multipropósito con salarios escandalosos. En toda la discusión que se plantea hoy, la novedad gira en torno a cómo las redes sociales y la movilización de opiniones nos mueve en el terreno de los afectos por algoritmo. Antes a uno podría no gustarle esta o aquella gestión, pero hoy, por obra concreta de esa aparente democracia de la red, sumamos likes o dislikes políticos.
Si el caso de Señal Colombia en cuanto a la censura de Los puros criollos, o el de Teleantioquia en aquella anécdota donde al parecer se grababan los comités editoriales de un noticiero, o el de (a continuación ponga su caso favorito, incluyendo la gerencia de Hollman Morris en el Canal Capital de Petro) hubieran sido precedentes firmes sobre el respeto que debería tener lo público, no estaríamos, otra vez, con la alharaca de los ofendidos. Ojalá algún día llegue este o aquel político que realmente entienda que la televisión pública necesita reingeniería en su estructura para que tenga televidentes, para que sea vista y usada, para que produzca gratificación y sea útil al propósito de transformar socialmente.