Me gusta la revista Semana. La leo, a veces la compro, y en muchas ocasiones los artículos, caricaturas y columnas de opinión que aparecen ahí publicados son la base de muchas discusiones en la universidad, en la casa o en la cafetería. Me gusta su estilo de redacción, su formato tipo Time, la variedad de temas y de opiniones. Pero no confío en la revista Semana. Al menos no siempre.
En la conferencia que Jaime Garzón dio en la Universidad Autónoma de Occidente de Cali poco antes de morir, en el año 1997, señalaba que:
Usted sabe que en este país [los medios de comunicación] nos venden todo; a uno le venden, le meten por la boca, por el estómago, el televisor, la valla. «¡Vote Noemí! ¡Noemí es lo mejor!»... y uno: «Ay, debe ser», y vota. «¡Álvaro Uribe Vélez, lo mejor! ¡Álvaro! ¡Álvaro Uribe bla bla bla!...» Y si uno analiza Álvaro Uribe es peligrosísimo.
Entre esos medios que trataban de “vender” a Álvaro Uribe como “lo mejor” se encontraba la revista Semana, como lo confirmó el mismo Garzón, cuando, en la voz de Godofredo Cínico Caspa en una emisión del noticiero Quac de 1997, felicitó a la publicación por ensalzar a Uribe como un buen candidato a la presidencia:
¡Qué orgullo patrio sentí al ver la revista esta Semana que trae en la tapa al pacifista y cooperativo, dignísimo gobernador de Antioquia, doctor Álvaro Uribe Vélez! […] Acierta la revista Semana, en cabeza del diligente vástago de César Gaviria al proyectar sobre el escenario nacional a esta neolumbrera, neoliberal de esta nueva época, caray.
Y es que basta con revisar el archivo histórico de la revista para darse cuenta de la forma en que el semanario cubría las noticias relativas al entonces gobernador de Antioquia. Artículos titulados “POR LA PUERTA GRANDE: Álvaro Uribe Vélez el joven gobernador de Antioquia se convirtió de la noche a la mañana en una figura nacional” (1997/01/13), “MANO DURA: los antioqueños con el gobernador Álvaro Uribe Vélez a la cabeza deciden jugársela toda para derrotar a la guerrilla” (1996/11/11) o el confidencial “FINANCIACION DEMOCRÁTICA: Los amigos del gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, se han inventado una fórmula para financiar una eventual campaña presidencial suya. […] Con este mecanismo se busca establecer un contraste de la financiación tradicional, que consiste en poquísimas personas financiando miles de millones de pesos cada una” (1997/01/13), publicados mientras Garzón aún vivía son más que dicientes. No es de extrañar que el humorista tuviera la impresión de que la revista Semana no hacía un cubrimiento totalmente imparcial del entonces candidato.
Y en realidad no hay razones para exigirle a una publicación que sea neutral, pues la línea editorial de cada medio de comunicación responde a unos intereses políticos, económicos y periodísticos que son entendibles e incluso sanos –en sus justas proporciones–, pues la diversidad de opiniones, desde diferentes puntos del espectro político, son base fundamental de la democracia. El problema es que en muchas ocasiones algunos medios de comunicación –y en este punto acuso directamente a la revista Semana– hacen pasar opiniones por verdades, sin ningún tipo de sustento fáctico y en ocasiones recurriendo a la mentira simple y llana.
Recuerdo el artículo que más indignación me ha causado de cuantos ha publicado la revista: “¿LOS MALOS SE TOMAN LA TV? La controversia alrededor de la serie ‘Tres Caínes’ pone sobre el tapete el dilema de cómo se cuenta la historia del país en la pantalla chica”[1] (2013/03/23), en el cual se hace un “análisis” del fenómeno (aún vivo) que constituyeron las series y novelas basadas en la vida de narcotraficantes, mafiosos y paramilitares. Más que entrar a discutir el contenido del artículo en detalle, quiero señalar algunos apartes del mismo. En primer lugar, el artículo afirma que: “El seriado está producido por RCN, un canal de televisión que siempre se ha caracterizado por los más altos estándares de contenido y entretenimiento”. Es claro que esta frase no se basa en nada más que en la opinión del periodista que redactó la nota, sin que haya un análisis real sobre la calidad de lo que produce RCN (especialmente por el adverbio “siempre”, que resalté en cursiva, que implica la infalibilidad de la cadena), canal que ha sido castigado por la crítica y por la audiencia por la baja calidad de sus producciones, irrespeto con el televidente y clara agenda política, como se puede ver en diferentes publicaciones de varios medios sobre el declive en la calidad de los programas y en el rating para el canal[2][3][4]. Asimismo, el artículo afirma que:
Por el contrario, también se podría decir que mostrar la cruda realidad de esas aberraciones lejos de ser una apología es una forma de recordar para que nunca vuelva a repetirse. En un país como Colombia, donde prácticamente no hay libros de historia, hacer series de televisión sobre esos episodios les brinda a las nuevas generaciones la única posibilidad de conocer su pasado.
Y en este punto encontramos una redundancia (“vuelva a repetirse”) y dos afirmaciones gratuitas bastante groseras, al señalar que en Colombia “prácticamente no hay libros de historia” –cosa que no se sabe de dónde sale, que evidentemente es mentira y que se asume como verdad sin más–, y que las series de televisión son “la única posibilidad de conocer su pasado”. Piénsenlo un momento. La única posibilidad. No hay otras. ¿Libros? No, en Colombia prácticamente no hay. ¿Instituciones educativas? Obviamente no. ¿Testimonios orales? Faltaba más. ¿Películas? Eso en este país no existe.
Recomiendo a todo aquel que quiera ver lo peor del periodismo colombiano leer en su totalidad el artículo, pues para no insistir en el asunto solo señalaré otro extracto del mismo:
El gran interrogante entonces es por qué Tres Caínes ha generado un movimiento en contra tan fuerte en las redes sociales. La explicación parece ser porque las víctimas del paramilitarismo tienen una caja de resonancia superior a la de cualquier sector de la sociedad. El enemigo de las autodefensas es por definición la izquierda que está representada por múltiples ONG, organizaciones de derechos humanos y columnistas y académicos que constituyen una fuerza importante entre la opinión pública.
Para Semana (porque al igual que Time, la opinión no es de un periodista en particular sino de la revista) la pregunta sobre una novela que hace apología del paramilitarismo no es por qué los medios de comunicación insisten en vender a criminales como héroes sino por qué el movimiento en redes sociales en contra de la misma es tan fuerte. Y la respuesta, que en voz de una revista con tal difusión resulta peligrosa y burda es: “es culpa de la izquierda”. Las ONG, las organizaciones de derechos humanos, los columnistas y académicos (que para Semana resultan todos de izquierda, ignorando que en todos los ámbitos en que estos actores participan hay una pluralidad de opiniones) tienen la culpa de “condicionar o manipular el contenido de la televisión con la inversión publicitaria”. ¿Pruebas de lo que dicen? Ninguna. ¿Análisis sobre el poder que pueden tener los ciudadanos sobre los medios de comunicación? Ninguno. ¿Decencia al mostrar que su interés es evitar que haya un boicot de los consumidores para evitar la apología del delito? Ninguna.
Este artículo fue particularmente malo; en cierto modo fue el punto más bajo de la revista, el ejemplo de lo que no se hace, y en ese sentido debo decir que tan bajo nivel fue la excepción y no la regla. Por lo general, la revista Semana cuenta con escritores, columnistas, redactores y editores de calidad, que se esfuerzan por comunicar información con criterios de veracidad, suficiencia y relevancia, siendo ésta una tarea titánica para una publicación que debe lanzar cada ocho días una buena cantidad de noticias, artículos y opiniones. Pero todo esto parece esfumarse cuando la agenda política de la revista se ve amenazada.
Traigo a colación el artículo sobre “Los tres Caínes” de 2013 (así como la opinión de Garzón en 1997) para demostrar que la revista continúa con su tendencia a hacer pasar su opinión como la verdad, y en ocasiones a hacerlo con descaro. En 2017 la revista Semana ha publicado dos portadas en las cuales se ha abordado el tema de la popularidad del alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, así como la posibilidad de que éste sea revocado. La forma en que han defendido al alcalde en ambas ocasiones ha sido desagradable y, al ser un medio tan influyente, también bastante notoria.
En las disciplinas y ciencias de la comunicación se ha postulado un paradigma que subyace en la transmisión de la información: el encuadre o framing. Definido como tal en 1993 por Robert M. Entman, si bien muchas investigaciones en esa línea se habían planteado desde comienzos del siglo XX, el encuadre tiene que ver con la forma (o marco) en que se presenta la información, utilizando dos criterios principalmente: “selección y “prominencia”. Para Entman, encuadrar es “seleccionar algunos aspectos de una realidad percibida y hacerlos más prominentes en un texto comunicativo, de forma tal que se promueva una definición problemática, interpretación causal, evaluación moral o recomendación de trato para el ítem descrito”[5]. En pocas palabras, encuadrar es presentar solo la información que queremos transmitir (en oposición a presentar toda la información), privilegiando ciertos aspectos positivos o negativos que queremos resaltar. Esto es algo que todos hacemos, de forma consciente o inconsciente, siendo un sesgo natural en los seres humanos dada la imposibilidad e inconveniencia de presentar toda la información desde cada punto de vista en todo momento. Y es normal también que los medios de comunicación, como construcciones humanas, usen esta herramienta (si bien de una forma más consciente), pues de acuerdo a sus intereses –intereses que, como señalo, no son en sí mismo algo malo– se hace necesario para ellos presentar la información de una u otra forma. El problema surge cuando el medio se descara. Y la revista Semana, lastimosamente, ha sido descarada.
Yo usualmente parto de la buena fe, y he llegado a pensar que el error en el encuadre (que para mí lo hay) puede ser obra de un solo escritor –fanático acérrimo de Peñalosa–, que por alguna razón tiene la potestad de publicar sin que el editor le pase revista. Sin embargo, ambas publicaciones defendiendo al alcalde han sido portada, editorial y tema sensible, por lo que dudo mucho que la redacción del mismo no haya pasado al menos por la corrección y edición normales por los que habría de pasar cualquier artículo de interés.
Veamos entonces los dos artículos. El primero se titula “PEÑALOSA, EL ALCALDE INCOMPRENDIDO: Arranca el intento de revocatoria del mandatario de Bogotá. Seguramente no va a prosperar. Sin embargo, ¿cómo se explica que sea tan impopular?” (2017/07/01) y ya desde el título se puede ver el encuadre que plantea la revista. Sin embargo, si según los sondeos el alcalde es impopular para la mayor parte de la opinión pública y muchos académicos e incluso la misma justicia –recordemos que la Corte Constitucional tuvo que obligarlo a comparecer en el congreso[6]– se han pronunciado en contra de la actitud, argumentos y gestión del alcalde, la pregunta es: ¿incomprendido para quién? Para la revista Semana, principalmente. Luego hay afirmaciones como estas:
No obstante, al lado de todos esos errores y defectos hay un hecho innegable. El actual alcalde no solo es un gran ejecutor, sino también posiblemente el colombiano que más conoce la problemática de Bogotá. Su temperamento e imagen son secundarios frente a esta realidad. Peñalosa sabe exactamente para dónde va y trabaja 18 horas diarias para llegar allá.
El encuadre de la revista es el siguiente: primero presenta lo negativo y luego acaba con lo positivo, para tratar de verse imparcial como medio de comunicación. Pero mientras que lo positivo es innegable lo que presenta como negativo es muy superficial, aparente y apenas una percepción: “Es percibido como arrogante, intransigente y mal comunicador.” No es que él lo sea, sino que es percibido así. Y uno puede pensar que la revista, en aras de la objetividad, siempre presenta las descripciones de los personajes señalándolas como percepciones, pero el título del artículo “El cara a cara del impulsivo Trump con la pragmática Merkel” (2017/07/17) nos hace pensar que esto no es así. Más aún, las cosas negativas que presenta la revista Semana son sospechosamente similares a las cosas negativas que la gente suele decir de sí misma cuando quiere quedar bien:
–¿Cuál es tu mayor defecto?”, preguntan en una entrevista de trabajo.
–“¡Soy demasiado perfeccionista!”, responde aquel que cree que diciendo eso se acerca más al puesto que sueña.
¿Cómo presenta negativamente a Peñalosa la revista?: “Su conocido talante obsesivo lo lleva a echar para adelante los proyectos e ideas que ha acumulado durante décadas y cree que ponerlas en práctica es más importante que buscar un reconocimiento inmediato”. Es que es un perfeccionista. Y lo rematan diciendo: “Eso lo dicen todos los políticos, pero en el caso del actual alcalde de Bogotá es cierto”. “Es cierto”. Esa es “la verdad”. La que dice la revista Semana. “Créannos”. En este caso el encuadre falla, en mi opinión, porque se ve desesperada esa última frase, pues la insistencia en que objetivamente lo que usualmente es mentira esta vez es verdad no se ve sustentada con mucho. Excusatio non petita, accusatio manifesta, excusa no pedida, acusación manifiesta. Y aquí lo manifiesto es la necesidad de la revista de levantar la imagen del mandatario.
“El anterior alcalde fue un político talentoso comprometido con su ideología, pero un pésimo administrador. A Bogotá le conviene un mandatario con una visión estratégica que tenga claro cómo debe ser la capital del futuro. Peñalosa tiene plena confianza en que él es esa persona”. Aquí el encuadre es más sutil, pero igual evidente. Es una antítesis: Petro era pésimo administrador, Peñalosa no lo es, pero la antítesis está mal hecha, pues comparan un hecho objetivo, “Petro era un pésimo administrador” con la opinión de Peñalosa de sí mismo “Peñalosa tiene plena confianza en que él es esa persona [un mandatario con una visión estratégica]”. Si compararan la opinión que tiene Petro de su propia gestión con la opinión que Peñalosa tiene de sí mismo nos quedaría la sensación de que esta ciudad es un paraíso, pero la idea no es esa (y evidentemente tampoco es la verdad): el punto de la antítesis es que Petro sea el malo y Peñalosa el bueno –aclarando, por si las dudas, que no soy petrista, solo soy un fanático de los encuadres bien hechos–.
Pasemos, para terminar, a la segunda publicación sobre el alcalde –aunque reitero la invitación a cada uno a leer y a realizar el análisis por sí mismo, para que no me crean a mí sino a su razón– titulada: “¿SE VA O SE QUEDA?: Más que la permanencia de Enrique Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá, con las revocatorias está en juego la gobernabilidad de los alcaldes de todo el país. El asunto es grave” (2017/05/06). Desde el subtítulo vemos el mismo error en el encuadre que en el anterior. “El asunto es grave” es una frase que se ve desesperada, cosa inusual para la revista, pues ni siquiera en asuntos tan negativos expuestos en sus portadas como “CORRUPCIÓN, NOS COMIÓ LA SERPIENTE” (2017/01/29), “VERGÜENZA: La crisis que desató el ‘Preteltgate’ está afectando la institucionalidad del país.” (2015/03/29) o “TERREMOTO POLÍTICO: la detención del hermano del expresidente Álvaro Uribe alborotó el avispero” (2016/01/15) fueron tan graves como para ponerle, al final, la frase lacónica y lapidaria: “el asunto es grave”.
Este último artículo se ve más desesperado que el anterior, y creo saber por qué, tan solo oponiendo una cita del primero: “Arranca el intento de revocatoria del mandatario de Bogotá. Seguramente no va a prosperar”, con una del segundo: “El martes pasado el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, estaba contra las cuerdas. […] El escenario, en términos de la opinión pública en el momento, no puede ser más propicio para la revocatoria.”. Este cambio quizá fue el que los llevó a publicar otra portada a favor del alcalde, solo que en esta última se les fue la mano (causando, entre otras cosas, que me decidiera a escribir esta columna) con las razones que detallaré a continuación.
En primer lugar, por continuar con la crítica que no es crítica:
Los problemas de Bogotá no tienen solución pronta ni fácil. Los trancones tienen exacerbado a todo el mundo y el desespero de los ciudadanos se alimenta también con su insatisfacción por la política nacional. Y en un panorama de pronóstico más que reservado, Peñalosa no ayuda. Su estrategia de comunicaciones tiene falencias, sus declaraciones muchas veces causan desconcierto, y muchos consideran su estilo antipático y arrogante.
Señalando que los problemas de Bogotá, factor principal de la mala imagen del alcalde, no son su culpa, sino que son estructurales, a la vez que adjudica la insatisfacción con el gobierno distrital a la política nacional y a la mala estrategia de comunicaciones de Peñalosa. No es que haga las cosas mal, es que “muchos consideran” que su estilo es antipático y arrogante. En este punto, convierten la crítica a la gestión y a las políticas públicas implementadas o anunciadas en un ataque personal, sobre su “estilo”.
En segundo lugar, por afirmaciones gratuitas que disfrazan de crítica a la posverdad, siendo ellas mismas parte de ésta:
La oposición ha logrado consolidar la imagen de que el gobierno capitalino destruirá una gran reserva ecológica en los terrenos Van der Hammen y que echó para atrás el metro subterráneo que Gustavo Petro había dejado en la puerta del horno. Ambas son figuras irreales, pero en el mundo de la posverdad han pegado.
Y es que el alcalde ha desafiado a los académicos, incluyendo a muchos expertos del alma máter de esta Sociedad de Debate, la Universidad Nacional de Colombia, afirmando que eran “expertos no tan expertos” y ha atacado la reserva no solo con sus palabras, como lo señala Semana, sino con actos de gobierno, como la derogatoria del decreto que declaraba los terrenos como zona de interés público[7], asimismo, la misma revista Semana ha criticado la forma en la que Peñalosa ha manejado el asunto del metro, al afirmar en su artículo “¿TIENE FUTURO EL METRO DE PEÑALOSA?” (2016/10/26) que:
Desde julio pasado, la Fiscalía tiene una investigación abierta en contra del alcalde Enrique Peñalosa; el secretario de movilidad, Juan Pablo Bocarejo, y 28 concejales de la ciudad por presuntamente incurrir en prevaricato al haber aprobado dineros en vigencias futuras para el metro sin ningún estudio técnico.
Sin embargo, en aras de defenderlo, esa verdad que ellos mismos señalaron se convirtió en “posverdad”. Aquí el problema no es de encuadre sino de falta de ética, y es el error que más me duele ver en una publicación que en otras ocasiones, como en temas de interceptaciones ilegales o falsos positivos, se había esmerado por presentar la información como es.
Y no es la única mentira. En ese mismo estilo, cuando en el artículo “SE VA O SE QUEDA”, se dice que:
En la práctica, tumbar a Peñalosa sería una decisión de 500.000 votos, después de que sacó, en el momento de su elección, casi un millón. Es decir que con la mitad del apoyo inicial y apenas un 15 por ciento de los votantes sería posible tumbar un alcalde. Eso es profundamente antidemocrático.
La revista está acusando de ser fácil a un proceso que ella misma, en su artículo anterior, habían mencionado como difícil, pues en “PEÑALOSA, EL ALCALDE INCOMPRENDIDO” habían señalado que:
A pesar de que los requisitos para revocar funcionarios han sido reducidos, tumbar a un alcalde es todavía un reto muy grande. Para empezar, desde que se reglamentó la figura, hace 12 años, jamás ha funcionado. En 166 intentos en el país desde 1995, el 75 por ciento no ha logrado recoger las firmas necesarias. Apenas el 25 por ciento restante llegó a la votación y solo en dos municipios superó el umbral.
Este encuadre es muy malo porque no presenta una coherencia ni en su misma línea editorial y se ven desesperados y descarados al buscar razones en ocasiones contrarias para sostener el mismo punto; en este caso, la buena imagen de Enrique Peñalosa.
Tampoco le ayuda al encuadre de la revista Semana presentar frases como esta: “Los anuncios de privatización, así sea parcial, de empresas como la ETB y la Empresa de Energía, han incendiado a los sectores sindicales. Hoy es más fácil, en Bogotá, hacer oposición que defender al alcalde”, pues muchos de los que se han mostrado en contra de la privatización no han sido sindicalistas ni sectores afines a los mismos. Para mí, este es otro error evidente en el framing,por cuanto le permite entender al lector que está en contra de la privatización de la ETB o la EEB que lo están encasillando como sindicalista sin serlo, haciendo evidente el sesgo. Eso no parece propio de un buen encuadre. Y es que da gusto leer un buen encuadre, así esté en la orilla ideológica opuesta a la mía, y disgusta mucho leer uno malo, así sea propia de mis copartidarios o correligionarios.
¿Por qué escribo esto? Porque me está fastidiando leer la revista Semana y no quiero que eso pase, quiero seguir comprándola, leyéndola y discutiendo sobre ella. ¿Por qué me está fastidiando? Por su pésimo manejo de la información en el proceso de revocatoria del alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, recurriendo a mentiras, omisiones y “posverdades”. Porque en este punto la revista Semana puede optar por mantenerse como un medio independiente, abandonando la defensa de Peñalosa, o convertirse de lleno en un medio del poder distrital; de optar por la segunda, les pedimos que lo hagan bien, que se pongan la camiseta y manifiesten abiertamente que su posición editorial es oficialista, pero no traten de venderse como imparciales cuando el encuadre con el que presentan la información es tan irregular y débil. Al realizar una defensa tan soterrada de Peñalosa en lugar de mejorar la imagen del alcalde, hunden la propia como medio de comunicación serio e independiente. La labor de los medios de comunicación independientes es ser una herramienta de control a los poderes políticos y económicos, la voz de los ciudadanos. Escribo esto, en últimas, porque cuando esa voz deja de pertenecerle al pueblo y pasa a ser otra de las fauces del poder, es deber de los ciudadanos, a nombre propio, señalar lo que parece estar mal.
Quis custodiet ipsos custodes?, ¿Quién vigilará a los vigilantes? Nosotros. Los ciudadanos.