Una de las caricaturas más recordadas de los cincuenta y sesenta es “Ralph y Sam”, un lobo y un perro ovejero que, aunque son amigos, en su “horario de trabajo” cada uno debe jugar su rol: Ralph es un lobo que codicia las ovejas que protege Sam, un corpulento y astuto perro. Cada capítulo tenía una especie de ritual en el cual Ralph y Sam “marcaban tarjeta” para empezar su trabajo: en ese momento, dejaban de ser amigos y se convertían en oponentes. Al final del día, luego de su trabajo, se retiraban agotados de la jornada y se daban ánimo mutuamente.
Algo así pasa en la política colombiana, marcada por la teatralidad y el histrionismo. Prueba de ello fue la posesión del nuevo Congreso que dejó grabada la imagen de un presidente hablando desde una burbuja de soberbia en la que no cabe la autocrítica y, por otro lado, una oposición con un activismo beligerante y poco consecuente con el respeto y tolerancia que dice reclamar. Lo importante no son las formas sino el fondo, podría decirse. Que el gobierno Duque no ha sido el más garantista con la oposición, sí. Que esta administración tiene mucho de marketing y poco de hechos, puede ser.
Que el presidente decidió ignorar las voces de réplica en un deliberado y repetido acto de arrogancia, también. Sin embargo, así como Ralph y Sam, los que se definen como “oficialistas” y su contraparte “opositora” tienen unos roles que deben cumplir; solo que, en este caso, el 20 de julio fue el día en que estos roles se invirtieron.
Mucha de la carrera política de Gustavo Petro y los movimientos que lo acompañan ha sido cimentada sobre la base de una oposición a quien (o quienes) tiene (n) el poder. Esa lucha es, en sí misma, un símbolo que congrega y que inspira. Por eso mismo, ese 20 de julio fue el último día del movimiento progresista como oposición y decidieron convertirlo en una manifiesta protesta contra Iván Duque.
Y fue su último día como oposición porque exactamente ese mismo día, una vez instalado el nuevo Congreso, el progresismo se convirtió en el “oficialismo”, un rol mucho más incómodo de defender (la figura literaria de “defensor del poder” no es tan cautivadora como la del que lo combate). Esa fuerza de las arengas, consignas y críticas al poder, otrora útiles, ahora deben convertirse en “el nuevo poder” y es ahí donde estará la lupa puesta: ¿serán capaces de materializar desde el poder lo que antes exigieron en las calles? ¿Tardarán mucho en desaprender a ser oposición y acomodarse en su nuevo papel?
Nota: Un buen ejemplo de la teatralidad de la política electoral colombiana es ese abrazo entre Petro y Rodolfo después de haberse acusado y lanzado toda clase de improperios. Se acaba la función, “pasan tarjeta” y los políticos vuelven a ser amigos y/o aliados; mientras tanto, la gente del común –que se toma todo mucho más en serio– sacrifica amistades y hasta su familia, todo por un voto.