En su devenir histórico la humanidad ha realizado multitud de aciertos así como infinidad de errores. Entre los aciertos están los inventos que alargaron la duración de la vida o la aliviaron en sus dificultades, aunque en algunos casos la imprevisión trajo consecuencias desastrosas, como el motor a gasolina, con el cual rompimos la capa de ozono y hoy nos quejamos del calentamiento global.
Para mejorar la convivencia entre los seres humanos desde los tiempos más antiguos se han producido aportes extraordinarios, como las normas morales y éticas con el fin de lograr la convivencia armoniosa entre las personas, eliminando los instintos detestables de las personas: el egoísmo, la envidia, la traición, el ventajismo, el robo, la mentira, etc. Por mera intuición cada individuo sabe lo que debe o no debe hacer para respetar la dignidad personal y la de sus semejantes.
Sin embargo, a pesar de estos adelantos teóricos, lo que vemos en la actualidad es el desconocimiento de la bondad y la imposición de la maldad: guerras, homicidios, atracos, hurtos, falsedad, secuestros, etc. Algunos explican que la causa principal de esta “cultura”, si así puede llamársele, es la pobreza, la cual obliga a las personas a rebuscarse de cualquier manera su forma de subsistir. Esta afirmación es negada en la práctica por la misma burguesía, la clase de los oligarcas o multimillonarios, cuyo comportamiento inhumano es opuesto a ese legado moral y ético, convirtiéndose en el peor ejemplo para el resto de la sociedad.
Robarle parte del salario a los trabajadores, quitarles las parcelas a los campesinos pobres de las cuales derivan su sustento, asesinar a quienes piensan diferente de ellos, chantajear con bloqueos a los Estados que no comparten su modelo de desarrollo; invadir países, bajo cualquier pretexto, para arrebatarles sus recursos; explotar los recursos naturales destruyendo o contaminando el medio ambiente; sustraerse los dineros del erario, no son ejemplos decentes sino crímenes, amparados “legalmente” en un modo de producción inhumano, el capitalismo. ¿Cómo pretenden estos criminales de los más altos estratos sociales que las víctimas de su modo de producción acaten las normas del buen vivir cuando son ellos los principales transgresores de las mismas?
Construir megaobras sin cumplir los estándares de calidad y ocasionando irreparables daños ambientales, talar los bosques innecesariamente para convertirlos en pastizales destinados a la ganadería extensiva, extraer minerales a cielo abierto sin importar la destrucción de la flora y los suelos y contaminando las aguas, son algunos de los grandes delitos que hacen pasar como aportes al desarrollo o el progreso de las regiones y países. Son ejemplos de inmoralidad, de antiética, de antivalores. Lastimosamente los justifican con el sofisma de que el bien común prima sobre el individual, cuando la verdad es que estos crímenes se cometen para beneficio de unas pocas personas, en perjuicio de las comunidades, de la población, sustentados, además, mediante la invocación del derecho a la propiedad privada ilimitada.
La sabiduría popular es muy objetiva en dichos como estos: “Detrás de toda gran fortuna hay por lo menos un crimen”, “Nadie amasa honradamente un enorme capital”. La plusvalía es robo de fuerza de trabajo, base de la acumulación capitalista. Los dineros del Estado pertenecen a toda la población, se les conoce como erario, y robárselos es un crimen contra la sociedad como también lo es construir obras a costos por encima de los reales con tal de menoscabar las arcas estatales.
Los ejemplos pululan desde que la indecencia se apoderó de las conciencias, desde que la moral y la ética se convirtieron en excremento que los enemigos de la convivencia pacífica entre los seres humanos ni siquiera se atreven a tocar, mucho menos a practicar. Y son tan cínicos que le atribuyen sus riquezas acumuladas a la voluntad de Dios.