La crisis de la justicia, como del país en general, es moral. Los magistrados de las altas cortes dejaron de ser personas honorables para convertirse en cuotas burocráticas de algún parlamentario sin escrúpulos, muchas veces ignorante y peligroso. Qué lejos de juristas admirables como Carlos Gaviria Díaz, José Gregorio Hernández o Reyes Echandía.
Los estudiantes de derecho ni los recuerdan y aunque hay algunos a la altura de sus honorabilísimos cargos- contados en una mano -han sido opacados por una mayoría de mediocres sin mérito alguno. Y los otrora espacios del talento y la probidad, fueron copados por la ambición y el interés particular.
No tienen ánimo por juzgar de manera imparcial, con celeridad, acorde a la ética, es que ni siquiera se preocupan por leer los expedientes completos. Son burócratas al servicio de algún bandido parlamentario o político retorcido, siempre listos a pelear por sus privilegios comunes, más no por defender la verdad y la ley.
Nuestros magistrados ahora pareciera que desprecian el intelecto y los hechos. Ni analizan los casos. Con su comportamiento indigno le han quitado la majestad a la justicia y son pésimo ejemplo para las juventudes.
Por tanto, es imprescindible más control y vigilancia ciudadanas. Así que exhorto a hombres y mujeres colombianas a volvernos centinelas de esas personas que conforman las instituciones más importantes del país, son quienes deciden sobre vidas, derechos y futuro de los colombianos, tanto los honorables como los delictuosos. Porque la honorabilidad y la decencia de la justicia no se recuperarán por decreto de aquellos que la han degradado para su propia conveniencia.