¿Cuándo la justicia bailará con los humildes?

¿Cuándo la justicia bailará con los humildes?

Si admitimos que es una virtud, debe ser una práctica social comprometida y tener como fundamento a la mayoría de los colombianos que viven en condiciones infrahumanas

Por: Jorge muñoz Fernández
abril 11, 2018
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¿Cuándo la justicia bailará con los humildes?
Foto: El Espectador

No es necesario leer a Saramago para observar que es a través del análisis del poder que se recupera la visión y asistiendo a los templos es como se mira que las estatuas tienen vendas en los ojos.

En su lucha contra el absolutismo, el liberalismo descendió a la tierra con su evangelio de la igualdad, facturando a la humanidad la libertad personal, el monopolio de la fuerza en cabeza del Estado, que representaba las élites, la imparcialidad, basado en un sistema aplicado a todos por igual, la libertad individual, aunque unos fueran más libres que otros, la libertad de conciencia, elecciones, prensa libre y promesa de luchar contra la aristocracia.

A Colombia llegó su ideología redentora y se escondió en credos de diferentes estirpes, como la de un liberalismo que jugó a la lucha contra la ignorancia y el analfabetismo, lo que produjo hombres libres como Vargas Vila, promotor de pasiones anticlericales.

Naturalmente, los ideales plasmados por el liberalismo solo pretendían legitimar el mercado, sin desconocer que hubo caudillos de los partidos tradicionales que de buena fe creían en los postulados de la libertad.

Ezequiel Rojas Garrido y Mariano Ospina Rodríguez, en el siglo XIX, a través de distintas propuestas esbozaron los primeros estatutos republicanos.

¿Quién no podría creer en la construcción teórica de la democracia que irrumpió como defensa del despotismo y la aristocrática?

Su arenga era acogedora, grata y placentera, en oportunidades libérrima, por sus severos discursos contra el Estado, al que se le imputaba la autoría de todas las dolamas de la sociedad.

Guerras hubo para defender la justicia, para proteger la justicia, para indagar dónde había caído la justicia.

Se apeló al sentido común, el más oscuro de los sentidos, formado por las relaciones económicas dominantes, despóticas, segregantes o dogmáticas. Se intentaba darle un tono de imparcialidad al Estado.

Con ese enfoque se veneraba la igualdad, idolatrada en los templos universitarios, en la prensa, por todos los gobiernos y todos los partidos; los opresores y los oprimidos hablaron de sus bondades y se enalteció el sufragio como la más conspicua expresión de la democracia, sin recordar que Hitler y Mussolini se hicieron al poder por vías democráticas.

Con el tiempo la rebelión armada contra el Estado fue espuria pero legítima. El Derecho Internacional Humanitario constituyó la base para zanjar la controversia.

Momentos hubo que las creencias religiosas en un dios colonizador se impusieron sobre los dioses invadidos y se dijo a la postre que la justicia tenía origen neutro y divino, para darle una geometría de imparcialidad a lo microsocial y macrosocial.

En esa perspectiva, en los debates políticos colombianos, realizados desde hace doscientos años, se ha venido cambiando de criterios en torno a la justicia y todavía no se la ha mirado desde el prisma de los oprimidos.

Jorge Eliécer Gaitán con rigor y severidad dijo: “Esta avalancha humana: libra una batalla, librará una batalla; vencerá a la oligarquía liberal y aplastará a la oligarquía conservadora”. Creía en otra clase de justicia.

Para el caudillo la justicia era un camino acelerado para llegar al equilibrio, esperanza y bandera para humanizar el Estado y la sociedad y no una retórica barata para conquistar adeptos.

Desde entonces, la justicia ha sido tratada como un limbo para ocultar la desigualdad, como una virtud social salvadora, como una conducta de hombres probos, pero no como un instrumento para remover las estructuras de la pobreza.

Desde el arado, el libre examen, la libertad política, el comercio, la abolición de la esclavitud, la aparición de la imprenta, la revolución industrial, la justicia en nuestra nación ha subsistido como una disciplina aliada débilmente con la democracia, contraria al servicio del pillaje, la corrupción y el despojo.

No obstante, si admitimos que la justicia es una virtud, como lo expone el poder constituido, si así se plantea, debe ser una práctica social comprometida y tener como fundamento a la mayoría de los colombianos que viven en condiciones infrahumanas.

¿Cuándo será la justicia aliada de los oprimidos, de los derrotados, de los vencidos, de los descalzos, de los descamisados?

Basta mirar la historia nacional, hasta ahora solo ha bailado en el tablado de los narcotraficantes, los corruptos, los que han usurpado la opinión del pueblo y no ha sido pareja de los humildes.

Justicia y derecho para el siglo XXI es lo que necesitamos, no basta reformar las facultades de derecho, como lo plantea el Decano de Derecho, Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Autónoma del Cauca, Álvaro Grijalba Gómez, en presentar exámenes sobre exámenes, pues, si de eso se trata, en Colombia hay brillantes juristas que han llegado a la cúpula del Estado arrastrando el cadáver del Conde de Lampedusa y sosteniendo, con cínico gatopardismo: “es necesario que algo cambie para que todo siga igual”. Hasta pronto.

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