Cuando el Pacto Histérico se decanta por mandar a su caudillo a sentarse con el papa peronista, cuando vemos que ningún partido se orienta hacia lo fundamental y sus representantes hablan más del putrefacto pasado de sus adversarios que de las soluciones administrativas que requiere el país, en el momento en que se descubre (aunque de una manera tristemente ilegal) que el partido que representa al señor Iván Duque es un brazo más de las tendencias socialistas que dejó como legado el nobel, no nos queda más remedio que preguntarnos ¿realmente que representan los partidos políticos en Colombia?
En principio, y es una apreciación personal, son tan solo cascarones vacíos con una licencia para ejercer actividades proselitistas en época electoral, pero más allá de esto, también son franquicias que se ofrecen al mejor postor para que pueda llegar a algún cargo público donde vegetará felizmente durante 4 años.
Los franquiciantes (Polo, La U, Partido Verde, Centro Democrático el nuevo liberalismo, causa radical, Oxígeno Verde, etc.), se comprometen a ofrecer su logo, sus maquinarias y sus espacios en los tarjetones electorales y los franquiciados a mover sus influencias para gastar miles de millones en propaganda de todo tipo y para moverse en los medios de comunicación y redes sociales a ver cuál “motiva” más gente con discursos vanos, con ataques arteros contra sus oponentes y sin decir nada realmente importante respecto a la economía, la educación y la seguridad tan necesaria en este país dejado de Dios y de las autoridades respectivas.
Caminando por esas calles uno ve como salen jóvenes (muy ilusionados) a entregar panfletos y periodicuchos, en fin, a promover a unos individuos e individuas que salen de sus oscuros claustros cada cuatro años a contarnos los mismos cuentos chinos y a seguir buscando su curul respectivo o para ganarse el premio mayor de la lotería de privilegios, es decir, la estadía con todos los gastos pagos en la Casa de Nariño.
En fin, que la fiesta de los privilegios (varios millones al mes, carro blindado, escolta, dieta, asistentes, trabajar unos cuantos meses al año, pasarla bueno dándose bombo) requiere que tras el candidato exista una “marca política”, unos colores que los respalden; sin ideología, sin planes, sin propuestas, sin filosofía; mejor dicho, me compro la franquicia, vendo mi política de hamburguesa, gano unos votos, me siento en el cargo y, en cuatro años, y de acuerdo al capital político que voy a construir con más populismo, me vuelvo a lanzar por los siglos de los siglos hasta que me pensione con varios millones o hasta que me muera sentado en mi curul.
No hay ideologías claras y visibles orientadas a las verdaderas necesidades del país, no hay enfoques reales de las necesidades económicas que son vitales para generar riqueza, no hay propuestas de una educación innovadora y pensada para la ciencia y la tecnología.
No hay siquiera un poco de coherencia porque lo mismo estas franquicias políticas apoyan a un candidato de derecha en una zona del país y a otro decididamente de izquierda en otro lugar del territorio, con discursos distintos, con ideas generales que no tienen asidero con la realidad, pero que permiten a estos “Mc. Donalds” de lo electoral mantener su personería jurídica ante el CNE.
No hay partidos como se merece un país que crea realmente en los valores democráticos. No hay una formación moral, ideológica, económica y social a los militantes; no hay figuras fuertes y liderazgos reales y bien estructurados.
Los “integrantes” saltan de una franquicia política a otra según las circunstancias. Hay una derecha difusa que le hace guiños a la izquierda, una izquierda que se maquilla con nombres como progresistas o verdes y un centro donde se arrima cualquier cosa.
Al final solo basta montar tienda, captar militantes a lo loco, darles una camiseta, unos volantes, unos periódicos, una gorrita, el almuerzo y echarlos a las calles a hacer lo posible para promover candidatos variopintos, saltimbanquis de la política.
Una mescolanza que solo aspira llegar al poder por el poder mismo. Entre tantas opciones, tal vez, unos cuantos, si representan algo real, algo sólido, algunas propuestas coherentes, pero desafortunadamente entre tanto ruido y tras aquellos que derrochan millones en campañas atronadoras se quedan, probablemente, muchos buenos candidatos que serían realmente la representación real de ese cambio que Colombia pide a gritos.