Es absolutamente normal oír, apenas se pone el semáforo en verde, el pito corriente de los conductores que están atrás, como un tic aprendido: pitar. Y nunca faltará el que se agarra del pito con locura y fervor, convencidos todos que el que está en primera fila es un tarado que aún no ha visto el cambio de luces o sencillamente porque se ha convertido en una maña eso de pitar apenas se pone el semáforo en verde, más o menos tal como hacen los taxistas en Santa Marta, que le pitan con suavidad a todos los peatones indicando que están libres.
Y pasando otra vez a Bogotá, es llamativo siempre ver al vivo que con el semáforo en amarillo se pega el aventón, todo para no soportar dos minutos de espera. Y seguramente quedará en mitad de la calle, obstaculizando el tráfico, pero pitando un poquito y pegadito al de adelante. Ruido, puro ruido, o como diría Joaquín Sabina, ruido de frenazos, ruido sin sentido. Ruido de arañazos. Ruido, ruido, ruido.
Las muy pocas cebras o pasos peatonales no pasan de ser monumentos al irrespeto al peatón. Cada vez que uno pasa por ellas, hay que recordarle al del vehículo, sea bus, buseta, carro, moto o bicicleta que la idea (¿la norma?) es que en principio, quien tiene la prioridad, no es otro que el peatón.
A quién sabe qué alcalde le dio por poner por todas las calles la señal del prohibido parquear, en muchas calles en donde la prohibición es determinante y en gran cantidad de otras en donde carece de sentido prohibir algo que a nadie perjudica. Bueno, sea como sea, es genial ver los carros (y en eso las Toyota guardaespaldas son campeonas) parqueados en cualquier sitio, en zona de prohibido parquear o subiditos al andén, sin vergüenza y menos apenados por la falta de civismo. Parquean, y ya.
Puede haber y hay decenas de ejemplos más y con todos ellos solo sacamos la gran conclusión de que, en materia de tránsito, Bogotá es una ciudad en la que cada cual, a su antojo y según sus deseos, cada cual, repito, hace lo que le dé la real y santa gana.
¿Y la policía dónde está? Se paran en avenidas concurridas con la divertida función de detener vehículos a su antojo y, lógicamente, pedir papeles y si falta uno con un billete se arregla el asunto.
Y creería que lo aquí brevemente dicho se aplica a las calles de todo el país
Y la culpa, ¿de quién es? De todos.
Cuando cumplimos diecisiete se entra a una escuela de automovilismo en donde solo te enseñan a meter primera, segunda, tercera y cuarta. Cuando está más o menos dominado, aprendemos a meter reversa. Y la última clase es la determinante, arrancar en subida y que el carro no se apague.
Y de ahí al pase o licencia no hay sino algo de plata y nunca habrá ni ha habido un verdadero examen de conducción práctico y teórico. La autoescuela da el visto bueno y a sacarse el examen de sangre para que te den el pase.
Así ha sido siempre y así es ahora. La Dirección de Tránsito no hace una prueba seria de conducción y así manejamos como manejamos. Echamos primera, a segunda tercera y cuarta y si alguien se atraviesa, pues a pitar. Y somos los dueños de la vía y no hay contravía que se pueda interponer. Ruido, puro ruido.
Será que es un tema sin importancia. Pienso que para poder sacar pase hay que someterse a serias pruebas de conducción y debe existir una seria policía de tránsito que conozca las reglas y las haga cumplir.
Y en efecto, es un asunto sin importancia, a tal punto que ningún candidato habla del tema, no es algo que inquiete y nos falta mucho para que alguien le meta muela al asunto.
Y hablando de…
Y hablando de movilidad y caos, da risa triste el paro de taxistas en contra de la piratería.
Un servicio malo e inseguro, agresivo como pocos, que le hace la guerra a uno bueno y decente. Ellos le hacen la guerra porque no permiten que pueda haber un servicio de transporte público en donde el pasajero esté tranquilo y agradable, y el gobierno actúa en contra de Uber ya que su plataforma es ilegal.
El poder de las mafias es ilimitado.
Publicada originalmente: 1 de agosto 2015