Pobre Juan Pablo. Su carácter ganador, frentero, recio, le creó muchísimos enemigos que hoy quieren pordebajear sus triunfos aprovechando que la memoria es frágil, traicionera. No hay manera de explicar lo que generaba Juan Pablo Montoya a comienzos de este siglo, no hay manera. Todo comenzó con los almuerzos del 99 pasando por Indy Car. El duelo era con Dario Franchitti y se disputó hasta la última carrera. Juan Pablo Montoya conseguía lo que nunca pudo Roberto José Guerrero: ser campeón de la categoría. Tenía 24 años y el mundo a sus pies. Por eso en el 2001 dio el gran salto y se fue a correr con el equipo de Frank Williams en la Fórmula 1.
Eran años en los que hasta una nulidad como Eddie Irvine podía aspirar al titulo manejando un Ferrari. Los pocos que podían contra ellos, al menos robarles una pole, una carrera, eran los Williams con motor BMW, rapidísimos en rectas. En su primer año en la Gran Carpa obtuvo tres poles y un triunfo en el Gran Premio de Monza.
Sin embargo lo más impresionante fue este sobrepaso a Michael Schumacher en Brasil que empezaría a marcar una rivalidad que mantuvo viva la llama de la F1 en medio de la hegemonía Ferrari
Su estilo agresivo, su prepotencia hicieron que sus admiradores se esparcieran por el mundo. Llegó a ser tercero en el 2003 y su frustración de no ganar lo llevó a tomar la muy criticable decisión de irse a la Nascar en el 2007. Pero los millenials mejor no opinen demasiado que se equivocan cuando piensan que Juan Pablo Montoya solo fue un gomelo en un carro de alta gama. Montoya es de lo más grande que hay, o si no que lo diga Ozzy