En el momento en el que Hitler llega al poder, en 1933, había un clima de antisemitismo absoluto. La gente veía a los hebreos como los causantes de la derrota en la Primera Guerra Mundial y hablaban de una puñalada por la espalda, una supuesta traición de los judíos en las condiciones con las que se dieron el pacto de Versalles, por el que las potencias que pelearon contra Alemania le impusieron condiciones terribles que la arruinaron económicamente, le quitaron territorios importantísimos como Alsacia y Lorena, ricos en carbón, además de desmantelar por completo su ejército. Esto creó una crisis que terminó con la ascensión al poder de Hitler, un cabo charlatán que tenía como principal virtud un verbo encendido a la hora de capitalizar odios como el que sentía buena parte de los alemanes por los judíos.
A medida que pasaban los años de su mandato y las condiciones de trabajo y vida mejoraban después de la infame derrota en la Gran Guerra, Hitler era aupado para endurecer las medidas contra los judíos a quienes poco a poco los fue sacando de la economía. El 9 de noviembre 1938 encontramos ya actos tan aberrantes como la quema de sinagogas en todo Berlín o, incluso, la Noche de los Cristales Rotos en donde miembros de los temibles S.S y la población civil se encargó de destruir por completo las tiendas pertenecientes a la comunidad judía. Esa misma noche en Colombia, simpatizantes de Laureano Gómez, uno de los hombres más poderosos del país y cercano a la ideología nazi, hicieron lo propio con los pocos negocios judíos que había en la capital.
El vínculo entre los nazis y Colombia era más estrecho de lo que se pensaba. Un catolicismo fervoroso estableció puentes con la Alemania de Hitler, hasta el punto de que en Fusagasuga se establecieron campos de concentración inspirados en el Tercer Reich. Pero eran tan cercanos que, pocos años antes de que el exterminio de los Judios se volviera política de estado con la imposición de la Solución Final, la creación de centros de exterminio como Auschwitz y Treblinka, se pensó en una salida alterna: buscar países para reubicar a los judíos.
La primera opción era Madagascar. Luego vendría Colombia. En Madagascar las condiciones para torturar a los judíos eran peores para exterminarlos. En Colombia podrían sobrevivir. Se llegó a barajar la posibilidad en el país pero la invasión a Checoslovaquia, el 1 de septiembre de 1939, desató el infierno de la Segunda Guerra Mundial y Hitler consideró que con los judíos no había sutilezas, que en territorios ocupados de Polonia se podían crear campos de exterminio para borrar del mapa los miles de años de historia que llevaban los judíos en Europa. Fueron cinco millones de personas asesinadas. Un capítulo de barbarie difícil de igualar.
