El bus sube por la calle 19 a las seis y media de la mañana. Así, entre las carreras Trece y Séptima, los inquilinos de los andenes hacen exactamente lo mismo que yo hace un poco más de una hora: abren tímidamente los ojos y ven que ya es hora —a falta de despertador seguro el frío les avisa—, salen de su capullo de cartón como quien no quiere la cosa, se enderezan y se ponen los zapatos y se ponen de pie para tender su cobertor que es, en su caso, algo que se parece a un costal.
Mientras tanto, Charly García suena durísimo en mis audífonos y mientras miro por la ventana me pregunto quien habrá merecido que le escribieran tremenda letra:
“Yo tuve el fin y era más
yo tuve el más y era el fin
yo tuve el mundo a mis pies
y no era nada sin ti”
Entonces, de nuevo, me atracan las preguntas que, si no las diluyo con música o estoy trasnochada, hacen que me den esas náuseas leves que creo que son ansiedad y me pregunto qué es el fin y qué es más —y desde dónde y si en algún punto es suficiente— y qué es tener el mundo a mis pies y la que no falta: ¿Qué voy a ser (hacer) “cuando grande”? (La pregunta subsiguiente es cuando seré, o si soy ya, grande.)
Y entonces me pregunto cuándo es que me voy a sentir grande y capaz de conquistar el mundo, como lo hizo Alejandro Magno a mi edad, y la respuesta parece ser que al menos por ahora está lejos. Creo que yo relaciono ser grande con algo así como estar seguro, sentirse seguro y “tenerla clara” por oposición a ser vulnerable y no tener del todo idea que es, pareciera, con lo que relaciono ser no-grande. A esto además hay que agregarle que siguen siendo las 6:45 a. m. y que estoy agotada y a lo mejor por eso hoy me puede un poco pero, también a la larga, el mundo es de todas formas demasiado grande como para no sentir así sea un poquito de vértigo cuando me asomo a mirarlo.
Eso me lleva a mi nuevo aporte a la ciencia de la orientación vocacional que es, creo, que hay dos formas de ser grande: en público y en privado. En público se es grande en la calle, cuando se sale a trabajar y a estudiar y dejamos la incertidumbre en el baúl del carro para vivir y caminar sobre certezas aprendidas y que concluimos con eso que llaman “experiencia”. En efecto, en la práctica hay que apostarle a ciertas certezas. Nadie contrataría a un abogado que diga que en realidad no sabe ni nadie votaría por un político que no se case con lo que defiende ni a un periodista que dude de la veracidad de su historia (a lo mejor, por eso, es que yo hago opinión…).
Pero, en privado, ser grande es más difícil, es más difícil saber quién soy, qué quiero, si me quieren, si yo no era nada sin ti o, peor, si soy nada contigo. Y esta incertidumbre es, mientras esté al margen y no me den náuseas, buena, creo, porque el mundo es tan variable, tan amplio y tan interesante que no creo que sabérselas todas haga otra cosa que evitar que aprenda cosas nuevas o que deje de preguntarme sobre cosas y personas distintas a mí y a mi vida, como las personas que se levantan entre cartones en la 19 con 13. Ser grande así, sin reconocer en mi misma que en el fondo sigo y seguiré por un rato pareciéndome un poco a una chiquita insegura, se me parece también un poco a ser cobarde.
Pero hay un grande que ya no es de tamaño sino de grandeza, que es al que quiero apuntarle. Porque, como dice mi abuela, hay que apuntar a capitán para caer en marinero.
Son esas personas —que son muchas— que asumen y enfrentan el hecho de que somos vulnerables aún así se arriesgan a tomar decisiones (como qué hacer con mi vida), y a equivocarse y a tener que cambiar. Se caen y se levantan mil veces y cuando tratan con otras personas lo hacen de forma tal que respetan infinitamente al adulto que ya tomó ciertas decisiones y juega a vivir con ellas, pero también tratan con compasión al chiquito que probablemente todos llevemos dentro. Esos grandes, me parece —pero puedo estar idealizando— tampoco dejan de soñar, ni de ser curiosos, ni de gozarse la vida y, al tiempo, enfrentan con valentía y compromiso ese mundo de “grande-en-público” y construyen su vida sobre esas certidumbres curiosas y fascinantes al tiempo de la vida práctica. Ser grande (creo, para mí, por ahora) es ser así de valiente.
Claro, también quiero ser millonaria y ojalá, un tris más alta (confío en la tecnología del siglo XXI). Pero vamos por partes.