Uno a los chiquitos les pregunta que quieren ser cuando grande. Pero a los más grandes también, la disfrazan con un aún más confuso, ¿qué quieres hacer con tu vida?
Es una pregunta un poco ridícula, si me preguntan. Obviamente nadie sabe qué quiere hacer con su vida. Uno sabe cosas, como que quiere estudiar algo más por aquí o más por allá, que le gustan x o y tipo de oficinas o que definitivamente pase lo que pase no se mete a una oficina antes de cumplir 30. He identificado una tendencia regional a querer irse de viaje largo (a “encontrarnos”) a India o al sudoeste asiático y, por su puesto, uno quiere ser millonario (o, al menos, uno quiere saber que ese no va a ser el problema).
Pero ¿qué quiero hacer con mi vida? Ni idea. Cuando era chiquita, tenía algunas pautas, creo, —ser cantante, astronauta, abogada, pianista— y tenía varias cosas que daba por sentado. Yo cuando grande iba a ser obviamente tan inteligente como mi mamá, tan bonita como fulanita, iba a tener un trabajo como el de mi papá, no sé, iba a tener muchas cosas que iban a catapultar mi “ser cuando grande”. De pronto una de las cosas más raras de tener veintitantos es justamente que soy grande para todos los estándares que tenía chiquita , y hoy en día viendo niños disfrazados con sus papás, sin duda estoy generacionalmente más cerca de los papás que de los niños, horror. En este instante yo ya sé que voy a “ser cuando grande” —en un par de meses me entregarán un cartón y, esperemos que en un futuro no demasiado lejano me den el otro— la pregunta es cómo voy a ser para ser grande. Esa pregunta, es la que nos aterra.
Definitivamente no soy tan inteligente como mi mamá, ni tengo las habilidades de supervivencia doméstica que tiene mi papá (el día que me pinche o algo así, me muero ahí en esa calle porque ni idea de nada), ni soy grande ni fuerte. Se siente como toda una contradicción la de ser grande y seguir siendo vulnerable.
Pero la segunda etapa de esa contradicción es ver, como vemos hace un tiempo, que los “grandes” oficiales también son vulnerables, lo muestren más o menos. También dudan, también les duele, también se asustan y también lloran. No saben tampoco, mucho, qué quieren ser cuando grandes.
Y entonces Pinterest y el maravilloso Internet en general me puso dos citas en el camino:
La primera —de la brillante Amalia Andrade Arango, búsquenla en Google y léanla— es que “la vida está llena de primeras veces”.
(comentario al margen, envidio su triple A, yo quiero todos mis nombres y apellidos, pero solo tengo doble inicial).
La segunda, de Buda creo (pero la fuente es Pinterest, así que duden) es que “El problema es creer que se tiene tiempo”.
Y entonces la conclusión es que no importa ser grande o chiquito. La ventaja de ser grande es que se supone que puedo lidiar con lo que hay afuera, así sea un proyecto inacabado todavía. La segunda, es que no se puede esperar, porque “cuando grande” es ya, lo que vaya a hacer toca hacerlo porque de pronto peor que ahogarse en el mundo adulto es no haber hecho el esfuerzo de hacer esas cosas que, en nuestro fondo de niños, queremos hacer.